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viernes, 21 de noviembre de 2014

La Cripta (2).

Desayunos y anécdotas.




El salón comedor dónde los profesores eran atendidos por mucamas, curiosamente todas de piel obscura, olía a miel y tabaco rancio. Yo me encontraba sentado en uno de los sillones del salón alterno que daba a un pequeño corredor con vista al lago. Había amanecido con la peor sensación de toda mi vida. Aún no lograba descifrar si lo que vi al despertar era real o simple fantasía. Una alucinación burlona creada por mi mente. Comencé a dudar de mi propia salud mental, pues de que otra manera me explicaría a mí mismo aquellas visiones espantosas que había vivido apenas llegue al instituto. Estaba ansioso tal vez, o tenía miedo de lo que vendría. Del monstruo de proyecto que nos presidía. Pero igual estaba emocionado, eufórico, con una energía nueva que crecía con cada minuto. Deseaba ya estar en la península Balcánica para ver con mis propios ojos el túnel que llevaba al inframundo y a los tesoros que dentro se escondían. Pero aun así, sentía este pesar dentro. Algo que me empujaba las entrañas, como queriendo escapar, correr hasta la estación de trenes y conseguir un boleto hacía Doludwood y regresar a la seguridad de mi casa en el centro de mi pequeña ciudad.

El desayuno era un suculento manjar. Panqueques de trigo molido, bañados en miel pura. Una tortilla de huevo rellena de queso de cabra, té de menta y zumo recién exprimido de naranjas. Estaban alrededor de catorce hombres, entre viejos y no muy viejos, todos diplomáticos y docentes de la universidad. Reconocí a uno que otro de la entrevista de ayer, la verdad era que no logré aprender el nombre de ninguno y mucho menos retener en mi memoria los rostros. Hubo un pequeño brindis al terminar la entrevista y todos me saludaban de mano con sonrisas demasiado estiradas y arrugadas. Loa más jóvenes, con sus anteojos de una sola lente redonda, eran más cálidos al sonreír, pero sus miradas calculadores mataban aquella bendita tibiez en sus sonrisas.

Tomaba el zumo de naranja, el cual estaba algo amargo -aunque el dulzor de los panqueques lo compensaba-, cuando una sombra me cubrió de la luz clara del sol de la mañana. Se trataba de Joamihn Al Caleb, el antropólogo en jefe de la expedición. Un hombre de unos treinta siete años, aunque físicamente aparentaba menos edad. Sus cejas pobladas y su barba –recortada y casi al ras de su rostro- lo hacían disimular un poco su verdadera edad. De no conocer quién era, pasaría por un estudiante más. De profundos ojos ámbar y de piel bronceada. Su cabello fijado con vaselina, se peinaba en un simple corte que eliminaba el exceso de cabello en las sienes y las laterales de su rostro. Era un corte poco usual. Casi todos usaban un estándar, pero el suyo era considerado único dentro de la universidad. Joamihn se sentó en la silla del otro lado de la mesa. Ambos mirábamos hacía el lago, que esa mañana proyectaba un vivo y alegre tono verdeazulado con la luz del sol.

-Es hermoso, ¿cierto? –guardó silencio por un par de segundo, esperando a que yo respondiera. Una de las mucamas negras trajo una taza de café que ya había pedido.

-Lo es –dije antes de sorber el líquido negro. Estaba algo caliente y me quemé la punta de la lengua.

-El mar mediterráneo despide un color similar cuando está amaneciendo. Solo que en su caso, el destello verde se pierde tras los primeros rayos del sol. Es un fenómeno que pocos conocen y que casi nadie se ha tomado el tiempo de admirar.

Joamihn hablaba como si conociera mucho del tema. Su mirada clara y pacifica se proyectaba hacia el horizonte, más allá del lago, traspasando la espesura del bosque en el fondo, mucho más lejos de los muros rojos de la ciudad universitaria.

-Una vez –comenzó a decir -, mientras viajábamos hacia Balcanes, pude ver algo que se escondía tras el horizonte cuando el sol tocaba el agua. Era algo negro que se movía como una serpiente en lo lejano, en el borde de la tierra. Creí estar loco, pero luego recordé que en una ocasión, tras revisar varios libros de culturas prehistóricas, había dado con un artículo que decía que los Uzur creían que el sol era un huevo. Un huevo de dragón, que con cada atardecer se rompía y dejaba salir a la ancestral bestia, para que jugara en el mar.

Ignoraba que eran los Uzur y mucho más aquella leyenda. Pero Joamihn me la contaba con paciencia, como si fuera yo un niño curioso. Dejaba espacios entre las palabras, tal vez para que intentara captar algo en el trasfondo de la historia, o tal vez para que diera con el misterio de su mensaje. En cualquiera de los casos, yo no le logré captar nada. Es más, ni siquiera lo había invitado a sentarse conmigo, pero de todas formas el continuó. Habló de aquella anécdota como si yo fuera un interesado radioescucha pegado a grabadora.

-Sabe, doctor Allan, algunas historias tienen algo de realidad en sus fantasías.

-No lo dudo ni un solo memento, doctor Al Caleb. Créame, no lo dudo nunca.

-Lo sé –fue todo lo que dijo.

La misma mucama que trajo el café regresó con un plato de frutos rojos con crema. Lo asentó en la mesa para dos en la que estábamos y preguntó a Joamihn si deseaba algo más.

-No Margaret, muchas gracias. Con esto me basta por ahora.

La mucama sonrió y se despidió con ademanes de nosotros. Era raro que uno de los sirvientes de color sonriera, pero Joamihn despertaba esa confianza y calor en los demás. Incluso en mí, que no me interesaba tanto por la vida de los otros.

-Creo que ya debe estar enterado, doctor –dijo Joamihn mientras un par de zarzamoras bien jugosas reventaban en su paladar. Un hilo carmesí se derramó en la comisura de sus labios. Parecía sangre en su boca y un grumo de la crema le manchó el labio inferior.

-¿Enterado de qué, doctor Al Caleb?

-Llámeme por mi nombre de pila, doctor Allan. Puede decirme Joam si lo considera más corto –se quejó un poco, pero continuó-. Me refería a que ya debe estar enterado de la fiesta de esta noche. En dos días zarpará el barco hacia Balcanes. 

-No Joam, no estaba enterado. Patrick omitió ese detalle –y era verdad. El arqueólogo en jefe de la expedición no me había dicho nada aún.

-Menos mal que lo pongo al corriente –dijo Joamihn con una sonrisa fresca y amable.

-Es preciso. Gracias por informarme, he de suponer que es una fiesta de gala.

El plato de frutos de Joamihn estaba ya casi vació. Apenas unas cuantas fresas y frambuesas nadaban entre la crema dulce, que en ese momento era ya más bien una mezcla entre morados y rojos, similares a los colores del cielo en el crepúsculo.

-Por supuesto, Allan. Es una fiesta de etiqueta. La comunidad entera estará presente. La prensa igual. Vista sus mejores galas esta noche y si no trajo alguna, le puedo llevar a una de las mejores tiendas de trajes de la ciudad. No está muy lejos del campus.

Por suerte si había traído mis galas en la maleta. Un traje azul, otro negro y uno gris; además del corte sastre café que cargaba al llegar el día anterior. No iba a ser necesario correr a una tienda para comprar un traje de último minuto, el cual seguramente me hubiera quedado, o muy chico o muy grande.

-He traído lo necesario conmigo Joam, pero gracias por tu oferta. Ha sido muy amable que la ofrecieras.

La torta de huevo esa solo un recuerdo en el plato. Había pocas migajas que se dispersaban a través de la losa blanca. Unas cuantas gotas de café manchaban los adornos en pintura de plata que bordeaban el plato. La taza, muy ornamental, que contenía el café, parecía llorar lágrimas negras. El sol estaba ya un poco más alto y la luz que proyectaba en el lago, ahora transformaba aquel verdeazulado en un verde esmeralda. Eran casi las once de la mañana.

Joamihn se levantó de su asiento. Dejaba tres fresas muy gordas en el plato y la crema comenzaba a ponerse amarilla por la nata que se formaba como una costra. Los ojos ámbar del antropólogo estudiaban el mío. Yo no lo noté hasta que despegue la mirada del agua del lago y la dirigí hacia arriba, justo donde su cabeza, la cual se cubría con un sombrero pequeño, tapaba la luz que se filtraba por las ramas de los árboles. Aquel efecto de luz hacía ver su rostro dorado un poco más canela.

-Quiero que sepa que cuenta con todo mi apoyo, doctor Hawthorne –esta vez uso mi apellido en lugar de mi nombre.

Me sorprendió aquella afirmación, como si Joamihn supiera algo que yo no. No era normal que alguien te ofreciera ayuda incondicional cuando, claramente, no estabas en una situación que lo ameritase. 

Solo alcancé a decir <<Gracias>> antes de que Patrick irrumpiera en el pequeño salón y Joamihn se despidiera con un saludo de sombrero. El enano arqueólogo de cabello naranja sonreía como si hubiese ganado una gran apuesta. Se le notaba muy feliz.

-Doctor Allan, que bueno encontrarlo. Justo lo estaba buscando a usted, no creía que se fuese a levantar tan temprano después del viaje y todo el ajetreo de ayer.

Patrick traía varios papeles y un par de libros colgando de uno de sus brazos. Su monolente colgaba de su cárdigan como si fuese un péndulo. No se había afeitado esa mañana y se podían ver los jóvenes brotes de una barba dispareja en su rostro. Un vello grueso por ahí, otro más por acá y una mata de pelo que se concentraban en la punta de su barbilla afilada. Los bigotes eran iguales, casi nulos y había pocos puntos negros sobre su piel pálida. Sus vivaces ojos verdes miraban hacía donde estaba, buscando un lugar donde sentar el trasero.

-Me sentí con energía, señor Vallian. Decidí bajar a comer algo antes de ir a los laboratorios.

Patrick Vallian ya se encontraba ocupando el lugar de Joamihn cuando yo acabé mi frase. Los libros en sus manos hicieron un sonido sordo y pesado cuando los puso sobre la mesa. Margaret había regresado y se encontraba a unos pasos atrás de Patrick, su sonrisa tierna había desaparecido. Era una muchacha joven, de unos diecisiete años.

-Oh, muchacha, que bueno que has venido. Puedes llevarte estos platos sucios de aquí. Y tráenos algo de beber, ¿un té para usted, quizá doctor?

-Yo estoy bien, gracias Margaret.

La chica me miró y noté un atisbe de alegría en su mirar. Una sonrisa escondida tras sus ojos y que su boca no dejaba formar. Patrick me miró con extrañeza, coo si yo hubiera dicho algo poco amable o que no debería decirse en un tema de conversación. Se notó algo incómodo.

-Bueno, muchacha. Tráeme una taza de café muy cargado. Y llévate esto de aquí, me está comenzando a incomodar.

Margaret vestía un aburrido traje gris con un delantal blanco. El cabello muy rizado iba acomodado con finas trenzas que se unían en una bola de cabello tras su cabeza. Tomó los platos y los vasos y los puso sobre una charola de madera. Luego preguntó si necesitaríamos algo más y Patrick simplemente le dijo <<Solamente lo que te pedí. Trae eso y ya, ahora vete>> -¿cuál era su problema?-, y ella se fue sin decir palabra alguna. 

Una vez que el cuarto al aire libre estaba solamente albergando nuestros cuerpos, Patrick abrió uno de los libros. Yo esperaba ver hojas viejas y amarillentas, tal vez algo de historia referente a la cripta, pero lo que vi en su lugar, fueron hojas con apuntes. El libro era un cuaderno grande, algo así como una bitácora. Una bitácora con todo lo que se había hecho desde que se inició el proyecto ARCA y las excavaciones.

-¿Y bien, señor Vallian? ¿Qué es esto?

Patrick tomó el monolente que colgaba de su cárdigan. Una bolsa muy holgada guardaba un frasco de tinta y de uno de los libros sacó una pluma negra muy pequeña. La pluma tenía una punta de granito redonda y se movía suave sobre el papel. Patrick comenzó a escribir sobre una de las hojas con apuntes. 

-Es la historia hasta ahora del proyecto Allan. La traje porque creí que querrías conocerla. Son los días registrados con los hallazgos y los avances más importantes hasta ahora.

Empujó el libro hacia mí. Estaba abierto y en una esquina, con tinta aún fresca, había escrito la frase “ahora tú escribes la historia, Allan”. Parte de la tinta, una gota pequeña, me manchó la punta del dedo índice. Comencé a hojear el libro, la primera fecha iniciaba hacía tres años, en marzo 23. Ese día fue jueves y Patrick había escrito que un pastor, en Constanza, Rumania, había descubierto una grieta en la roca tras salir a buscar una de sus cabras jóvenes. El informe relataba que el pastor, luego de escuchar el llanto incesante del animal bajo la tierra, rodeó un cumulo de rocas con formas curvas y punteadas, como dientes erosionados, hasta que tras seguir el rastro del llanto del animal, dio con una grieta lo suficientemente grande como para entrar en ella. Cuando logró pasar la fisura en la tierra, se encontró con un túnel demasiado cuadrado como para ser natural. Caminó alrededor de una hora, con antorcha en mano, hasta que topó con una pared de roca caliza, blanca y arenosa. Detrás de aquel muro pálido, su cabra seguía chillando como loca y necesito de dos pares de manos más para botar parte del obstáculo de dos metros y medio. La sorpresa que se llevó cuando el y sus dos ayudantes lograron derribar parte del muro, fue que dieron con una cámara del tamaño de una catedral. Con picos arriba y abajo, pero que además tenía por todo el perímetro, una serie de pinturas bien preservadas con imágenes de una caja custodiada por dos figuras aladas arriba. La cabra tenía una pata rota y se encontraba tirada sobre un montículo, el cual simulaba un altar y estaba manchado con algo negro y antiguo. Los pastores tuvieron miedo, tomaron a su cabra y salieron de la cueva.

El informe llegó hasta Terranova dos días después del hallazgo, pues uno de los profesores realizaba una investigación en esa parte de Rumania y alguien a quien el conocía, se enteró de lo sucedido con tal solo un día de plazo desde que los pastores la hallaron. Envió un mensaje en clave morse hacía la caseta de la ciudad universitaria y la noticia se dio a conocer. Pasaron casi dos semanas hasta que los investigadores de Terranova lograron obtener los permisos para explorar y cavar en Rumania y desde esa fecha, hojas y hojas con apuntes y dibujos de estatuas descubiertas, pinturas deterioradas, joyas, ofrendas y cadáveres se mezclaban en un mar de letras negras y garabatos a lapíz, ya casi ilegibles.

Patrick me miraba atento y a la expectativa de que comentara algo cuando le devolví la mirada. Había mucho que leer y poco tiempo para hacerlo.

-Le agradezco me entregara esto, señor Vallian. 

Patrick se notó irritado cuando lo hablé por su apellido, pero igual no me importó.

-De nada Allan, ya le dije que me puede hablar por mi nombre… -suspiró y entornó los ojos-, pero en fin, tengo otra noticia para usted. Seguramente debe de traer algún traj…

Lo interrumpí.

-Si Patrick, traigo un traje para la fiesta de esta noche. Me he enterado del festejo hace un momento.

Vallian arqueó las cejas, aparentemente sorprendido. Supongo que no esperaba que lo supiera.

-¡Oh! Qué bueno que ya está enterado, ¿quién le dio la noticia, si puedo saber?

-La escuché de boca de unos profesores ahí dentro, mientras fumaban sus puros. No soporto el aroma a tabaco y por eso fue que salí aquí.

No me creía, lo notaba en su rostro. El salón no apestaba a tabaco y tampoco había nadie fumando dentro ni fuera, pero igual me dio la razón.

-Pues me alegra que ya lo sepa. Es un evento de gala. Espero traiga un traje adecuado, si no podemos ir a conseguir uno. En la ciudad hay una tienda con un sastre que hace maravillas en pocas horas.

-Agradezco el detalle, pero estoy bien con lo que traigo. Considero que un smoking es bastante formal como para un evento de esta magnitud, ¿no lo cree? –sonreí un poco al decírselo. Patrick hizo lo mismo.

-Estoy de acuerdo, Allan.

Poco después, Margaret llegó con el café de Patrick, quien no dio las gracias a la mucama. Luego, de una de las bolsas secretas de su cárdigan, sacó un frasco metálico y pequeño y vertió un líquido canela en su café. Enseguida la bebida caliente despidió un aroma dulzón y agrio y la taza se llenó casi al borde.

-Sé que es una mal hábito, pero no puedo dejar pasar más de dos días sin beber una buena taza de café con un poco de brandy, ¿gustas un poco Allan?

-No, señor Vallian. Pero gracias.

Me miró de reojo, encogió los hombros y se propinó un buen sorbo del café con licor.

domingo, 2 de noviembre de 2014

No se.



Estoy en un momento en el que no se cual es el sentido de mi existencia.
No se para que estoy en el mundo.
No se cual es mi propósito.
No se cual camino tomar.

Solo deseo saber, conocer cual es mi misión.

Me cansa la carencia.