Apaciguaba mis temores en un río y una pradera de soledad.
Esperaba el momento en que la luna apareciera en el cielo
y las estrellas brillaran, le hicieran compañía.
Soldad. Mi compañera incondicional.
Estaba leyendo un libro sobre magia y realidad,
sobre como pedir un deseo y como cancelar otro,
hablaba con mi mejor amigo, un ser celestial,
alguien que siempre ahí estará.
Dejé el libro. Me dispuse a escribir.
La libreta tenía dibujada un ángel, pero este ángel
ocultaba su rostro. Lo mantenía entre sus piernas.
¿Lloraba? ¿Rezaba? ¿Dormía? ¿Soñaba?
No estoy seguro qué hacía o qué ocultaba,
pero su rostro no mostraba.
Tomé una hoja de un árbol de corteza roja para escribir,
la tinta en el papel parecía sangre.
Comencé a redactar.
Primero una letra: A.
Después muchas otras: l, o, v, e...
Pero acabé escribiendo sobre otra cosa que no era el amor.
Tal vez mis miedos, mis sueños,
o quizá mis anhelos.
Tal vez mi día o mi espera constante...
Dibujé un universo con muchas estrellas,
varias galaxias y planetas diversos,
dispersos en un lienzo blanco, con estrellas azules
y planetas negros.
Escribí sobre el dolor, sobre la pena,
sobre el caos que vive en mi cabeza,
sobre las horas nocturnas cuando el sueño me abandona,
y el insomnio me domina.
Terminé.
Regresé mi mirada al cielo obscuro y la luna apareció
tras una nube espesa y gris.
Su luz iluminó la obscuridad
y entonces me dormí.
No desperté por muchas eras.
Hasta hoy....
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