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lunes, 18 de agosto de 2014

¿Quién es el papá de Timothy Cucumber?



Esta es la historia de Timothy Cucumber, un niño de diez años que vive en un peculiar pueblo llamado Bahía Paraíso y su hisotria comienza en una fiesta a la luz de la luna, junto a una gran fogata y bajo una cascada de alcohol y pastillas mágicas, junto con muffins y pasteles espaciales, que hicieron que la madre de Timothy se entregara a la danza de los dragones y que luego estos la quemaran desde adentro.

La noche era joven y en los 80's una buena dosis de Cannabis y un poco de amor, eran tan esenciales como lo es respirar aire puro. Y así fue como bajo los efectos de la hoja mágica y los besos ardientes de un turista de Holanda, Marie Cucumber cedió su vientre y la entrada a esté a las manos y labios de aquel turista holandés, bajo las cálidas aguas del caribe. Fue una noche mágica en lo que cabía y ninguno de los dos deseaba tener una relación eterna. Marie sólo buscaba y deseaba las caricias, los besos y la carne de un europeo dentro de su cuerpo, y aquel caballero de piel blanca y cabello negro, deseaba darle todo aquello a la mujer de piel canela y aliento caliente que había visto desde que la fiesta en la playa había iniciado.

Hicieron el amor durante horas bajo la luz de la luna, con las estrellas de techo y el mar de sabanas, y la arena blanca como una cama delicada, y que además exfoliaba sus pieles sudorosas. La música seguía sonando en las bocinas de las grabadoras ahí en aquella parte donde el fuego consumía la madera en su centro, y donde los jóvenes fumaban Cannabis, tomaban pastillas de colores psicodelicos y comían pastelillos de cocoa muy recargados, con un secreto bien sabido en su interior, y mientras todos viajaban a un universo que era tan propio y tan diferente en cada mente, Timothy Cucumber comenzaba a viajar en el interior del cuerpo de su madre.

Era apenas una semilla blanca y deforme, y de entre los cientos de miles de millones de espermatozoides que movían sus colas como serpientes en una carrera en cámara muy rápida, el pequeño y deforme esperma que era Timothy, era tan lento como un perezoso de las selvas tropicales. Casi no lo lograba, y el ácido que destrozaba a sus hermanos en la delantera, estuvo a punto de alcanzarlo a él, pero no fue así. Fue impulsado por una segunda oleada de diminutos seres blancos, con cabezas enormes y colas muy largas, esta oleada de millones de espermas lo comenzó a empujar y a hacerlo avanzas aunque él no lo deseara. Y así fue como que después de otras tres oleadas de espermas más y con cuatro días de no dejar de moverse, el espermatozoide que albergaba la cadena genética de Timothy logró alcanzar el gran óvulo que bailaba feliz y alegre en las paredes del útero de su madre. Cuando él llegó, habían varios centenares idénticos a él luchando entre si para poder penetrar la capa de grasa microscópica del óvulo, que para ese momento, gritaba como loco y trataba de zafarse de aquellos invasores. Timothy no entendió por que, pero de repente sintió el deseo de ir corriendo hacia aquel disco amarillento que gritaba y danzaba en medio de la nada, para también tratar de romper esa barrera de grasa que lo cubría.

Movió su cola con mucho vigor y como una bala sale de una pistola, Timothy llegó disparado hacia el óvulo. Intentó penetrarlo con la cabeza en el lugar donde se impactó, pero no funcionó. Recorrió los bordes y rodeó el óvulo tratando de encontrar una parte que le permitiera entrar, y así tardo mucho, tal vez horas, hasta que por fin localizó un punto muy débil y sin pensarlo salió disparado hacia él y su cabeza logró penetrar el óvulo. El pequeño huevo danzarín chillo al sentir la cabeza del esperma entrar a su citoplasma y en automático una barrera invisible se interpuso entre los demás espermas y él. Ya nada más podría entrar ni nada más podría salir, y de esta forma, fue como Timothy Cucumber inició su viaje a la vida.

Pasaron tres semanas, los turistas europeos ya habían viajado a sus lugares de origen y nuestro amigo holandés estaba a varios cientos de miles de kilómetros de Bahía Paraíso. Una tarde de aquel verano eterno, Marie Cucumber acomodaba cajas de cereal y paquetes de harina en el almacén donde trabajaba. Su trabajo consistía básicamente en dispones y estar al pendiente de que el área de cerealies y harinas estuviera siempre muy bien abastecida. Marie cantaba we didn't start the fire mientras acomodaba las cajas, cuando sin previo aviso, el aroma de mariscos en ceviche la hizo correr hacia el baño de empleados, pues su estomago la defraudo y estaba a punto de sacar todo lo que había almorzado y lo que había comido. El vómito fue mucho y tardó en el baño a causa de eso. Al salir, tenía el rostro tan pálido como el de un cadáver y las ojeras que de por si la hacían parecer zombie, ahora eran tan pronunciadas que casi parecía tener un antifaz alrededor de los ojos. Marie no supo la razón de aquella reacción en su cuerpo y decidió creer que era por razones obvias: como que el aroma  mariscos la asqueaba o por que el polvo entre los estantes la provocó. Pero la realidad era otra y no fue hasta notó que el calendario marcaba el día en que normalmente su sangrado iniciaba, no llegó. Ella no se alarmó, pues estaba consciente de que a veces esas cosas sucedían y que después de un día o dos, el sangrado iniciaría. Pero ya habían pasado dos, tres, cinco, siete días y el sangrado no llegó.

Ella tomó una de las pruebas de embarazo del área de farmacia del almacén, caminó tranquila y normalmente hacia el baño con el dispositivo escondido entre las bolsas de su pantalón y al llegar al touliete, leyó el pequeño instructivo que la caja traía y procedió a hacerlo. Y después de tres minutos que para ella parecieron una eternidad, el dispositivo marcó dos lineas muy marcadas, que según la caja, eran un positivo al embarazo.

Marie Cucumber quedó aún más pálida que cuando vomitó y las lagrimas empezaron a escocer las esquinas de sus ojos. Y hubiera llorado un rió de lágrimas sentada en aquel touliete, de no ser por que una de sus compañeras estaba tan impaciente de usar el retrete, que tubo que apurarle para que esta saliera. Después de secarse las lagrimar, de envolver el dispositivo en mucho papel higienico y de fingir haber usado el baño, Marie salió con una mirada perdida y una sonrisa tan falsa como lo son las paletas de sandía que dicen ser naturales. Continuó su jornada de trabajo en automático: con la mitad izquierda del cerebro pensando en que haría con su situación actual y la mitad derecha acomodando cajas y sobres de harina en un estante con quince metros de largo, siete repisas por rellenar y más de seiscientas cajas y doscientos sobre por acomodar.

Timothy ya no era solo un conjunto de células que a la vista, parecían un gran huevo estrellado. No, ahora la simplicidad de ser un esperma blanco y cabezón dentro de un huevo amarillo a chillón, se había cambiado por la forma de algo que se asimilaba más bien a uno de aquellos experimentos alienigenas que la NASA oculta. El pequeño embrión con ojos completamente negros, manos diminutas y transparentes y una cola que se enroscaba bajo lo que aparentaban ser sus piernas, estaba creciendo de forma rápida y constante. Algo palpitaba en el centro de toda aquella masa transparente que era Timothy y la sombra de un corazón muy fuerte resonaba y se movía con ritmo. Una soga con muchas venas se desprendía de su estomago y conforme los días iban pasando, aquel experimento con formas extrañas que era Timothy, fue tomando una forma más humana y natural.

Después de cinco semanas más, el vientre de Marie ya comenzaba a verse mas relleno y muchas de sus amigas le recomendaban dietas y formas para que ella eliminara aquella grasa que guardaba. Marie sólo reía y decía que las pondría en practica, pero nunca mencionaba la realidad de su situación. Si bien en Bahía Paraíso el 85% de las mujeres eran madres solteras y muchas (por no decir todas) tenían hijos de extranjeros y eso no les importaba ni un comino, Marie sentía que aquella noticia la haría pertenecer oficialmente al grupo de las putillas de la zona. Muchas de sus amigas tenían hijos de americanos, europeos o asiáticos. Algunas gustaban de los africanos que llegaban a vacacionar a la zona, y a pesar de que el 90% de las amigas de Marie tenían hijos de distintas razas, ella nunca se había permitido eso, aunque su cuerpo había conocido carnes de todos los tipos. Pero la vida es la un juego de mentiras y verdades, y en esta la verdad no se puede ocultar para siempre y mientras ella se negaba que era una autentica dama de todos, Timothy crecía velozmente dentro de su vientre.

Hubo al menos tres intentos de aborto por parte Marie y de los tres, solo dos lograron llevarla al hospital por el flujo incontrolable de sangre que salía de su entrepierna. Mari tuvo que pasar dos semanas en distintas fechas para poder sanar y fue así como familiares y amigas se enteraron de su situación real. Vanessa, una de sus mas allegadas amigas, con cinco hijos: dos gemelos afroamericanos de diecisiete, un niño de ascendencia asiática de trece, una niña de piel canela y ojos ámbar de diez y un infante de cabello naranja, piel blanca como la nieve y ojos verdes como esmeralda de cuatro años. Vanessa era una madre que vivía de las regalías que sus hijos le dejaban, pues se acostaba con turistas adinerados, famosos o grandes herederos. Nunca los olvidaba y después de los nueve meses de gestación, contrataba abogados diestros y poco honestos para reclamar manutención a los padres de sus hijos. Allan y Allen, los gemelos afros de diecisiete, eran hijos de un empresario en telecomunicaciones de Nueva York, Alex de trece tenía como padre a un chino, dueño de fabricas de artículos plásticos, Calipso era hija de un general cubano y Neal era hijo de un joven y poco inteligente duque de Irlanda.

Aquella tarde en el hospital, Marie Cucumber platicaba con Vanessa toda la travesía por la que había pasado los últimos dos meses: como se enteró que estaba embarazada, como su primer intento de aborto solo la lastimo, como el segundo la hizo conducir al hospital con una hemorragia que no paraba y como el tercer intento la tenía recluida en el hospital ahora. Marie contó a Vanessa como había introducido un tubo de plastico en su vagina, para intentar sacar al bebé de su vientre, cosa muy estúpida, pero que de todas hizo por que no deseaba que alguien en el hospital la reconociera y supiera de su embrazo.Y cual fue su suerte, que ahora tanto el hospital como todo el pueblo costero sabían de ello. Pero a Vanessa lo que le interesaba, era ese secreto que su amiga trataba de mantener entre manos, pues su pueblo en particular, era conocido por tener una diversidad racial muy amplia y por tener damas con ansias de sexo veraniego y por tener generaciones de niños sin padres, quienes tenían hermanos de padres locales y otros no tanto.

-¿Y sabes quien es el padre de esa criatura, Marie?

Vanessa lanzó la pregunta sin más. Su punto era directo y deseaba saber el tema principal de todo ese embrollo de situación. Y a pesar de que Marie trató de recordar con todas sus ganas y con todas sus fuerzas quien pudo haber sido el padre de el niño que guardaba ahora en su interior, no supo que responder.

-Puede ser aquel chico que conocimos en la fiesta del hotel Sands. O el italiano del Club Neon. O el ardiente español con el que bailé en el club Demon Palmer... la verdad es que no se Vanessa.

Vanessa la miró con cierta desaprobación. Ella pensaba ayudarla con la táctica que había estado empleando los últimos años y que ahora la tenía tan bien acomodada en el pueblo, a ella y a sus hijos. Pero sin un nombre, una procedencia o simplemente un hotel en el pueblo, ayudar a Marie era imposible. Marie era tan dada a conocer hombres todas las formas posibles, que Vanessa sabía que lo que le decía era verdad y que no tenía la más remota idea de quien pudo haber sido el padre de su futuro hijo.

-Marie, eres una gran estúpida por no recordar con quien te acostaste. Pero bueno, lo hecho, hecho está y ahora, no puedes abortar a ese niño. Los médicos te han dicho que un intento más y lo que perderás no será solo sangre y un hijo.

-Lo se. Pero...

-¿Pero qué?

-Pero es qué... me gustaba tanto mi vida sin hijos. Las fiestas, los chicos, las noches en la playa... conocí much...

-Podrás seguir haciendo eso Marie. Mírame a mi. Tengo cincos hijos de diferentes padres, de diferente países y diferentes razas y aún así sigo conociendo hombres todos los fines de semana. Podrás seguir, pero hubiera sido mejor para ti que el padre te mantuviera.

-Supongo... -fue lo único que dijo Marie antes de que Vanessa la dejara de nuevo en su cuarto de recuperación, con un futuro Timothy esperando nacer y varios hombres en su cabeza qué intentaba recordar, pudieran ser los padres de aquel niño.

Pasaron cinco meses más después de la platica con Vanessa en el hospital. Marie se había resguardado en la seguridad de su apartamento y su madre, Roberta, la acompañaba ahora en lo que llegaban la hora en que el niño nacería. Roberta tenía una historia diferente a la de su hija, y en su caso, Marie era la hija de un matrimonio forzado del cual ella escapo, sin saber que estaba embarazada. Y Marie nació en un ambiente lleno de turistas que buscaban mujeres jóvenes deseosas de sexo de una noche. Y aunque Roberta siempre estuvo al pendiente de su hija, Marie aprendió que el amor de un extranjero en Bahía Paraíso, se medía muchas veces por placer o por horas pagadas. Y fue a los catorce años que Marie, mientras su madre trabajaba en una compañía pesquera local, conoció al primer hombre en su vida por la cantidad de cincuenta dolares. Era un argentino de treinta y cinco años, pero a Marie no le interesaba la edad. Estar inmersa en una sociedad que enseñaba a sus mujeres que los hombres podían darte hijos sin necesidad de casarse, era algo que a ella le parecía natural y que debía seguirse como un ejemplo modelo.

Y fue a los siete meses y tres semanas y media que, mientras Marie lavaba platos en la cocina de su apartamento, que Timothy decidió que era hora de salir del cuerpo que lo acogía y conocer el mundo. Fue ahí, frente a un montón de platos manchados con estofado de ternera y recados color rojo, que la fuente de Marie se rompió y sus piernas se empaparon de los fluidos de abrazaban a su hijo. Un serie de dolores tan fuertes como un huracán la comenzaron a azotar desde adentro y el alarido de sus gritos hizo que su madre corriera verla y después de diez minutos respirando y soportando dolores en el suelo de su conicina, la ambulancia llego y a las ocho y treinta de la noche, Marie Cucumber se encontraba pujando y gritando en una sala de partos cubierta de lozas blancas y con aroma a estilizador.

Timothy nació a las diez con cuarenta minutos de la noche, un día jueves, que en el calendario marcaba el 19 de abril. La sorpresa de su madre al verlo, es que no era moreno, ni canela como ella pensaba, tampoco era amarillo como el hijo asiático de Vanessa y no tenía el cabello color zanahoria. Timothy Cucumber era un niño blanco como la luna, de cabello negro como la noche y de ojos igualmente negros. Tenía una marca muy peculiar bajo el ojo derecho, el cual era un lunar que tenía la forma de la cabeza del ratón Mickey de Disney. Y Marie se sintió tan feliz en ese momento, que olvido todo lo que estaba dejando atrás: las fiestas, las salidas, los hombres y sobre todo, el sexo.

Y después del pasar de los días, los meses y varios cumpleaños, mientras Marie Cucumber trabajaba duro para cuidar y dar lo mejor a su hijo, y aunque este ya notaba la peculiaridad de su rara situacion, pues a pesar de que las amigas de su madre no tenían esposos y por lo tanto aquellos niños a los cuales frecuentaba tanto no tenía padres, muchos otros niños si los tenían, y a sus diez años, Timothy Cucumber ya entendía muchas cosas que para un niño de su edad, eran tan efímeras y tan lejanas como lo es el espacio exterior.

Timothy guardaba un negro y seco sentido del humor, y a sus diez años ya hacia bromas tan sarcásticas como lo son los comentarios de un político anciano. Pero la pregunta y el sarcasmo que más intrigaban a Timothy, era el por que el no tenía un padre. Siempre se preguntaba con sería tener uno, que sería que un padre te dijera que hacer ante ciertas cosas y como sería salir de pesca con él. Y fue una tarde después de la escuela que Timothy comenzó a hacer esa tan rara y tan temida pregunta a su madre: ¿Mamá, dónde está mi padre?

Marie no supo que decir. Se quedó muda ante la pregunta y desde aquel día, la semilla de la curiosidad plantó un árbol en la mente de Timothy, quien a pesar de la respuesta poco informativa y nada satisfactoria de su madre, descubriría un día quien era su padre.

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