Mi vista se nubla con la capa fina de polvo gris que flota en el aire.
Hay carbón ahogándose bajo mis pies. Aún quema, pero no logra chamuscar mi piel.
A mi alrededor hay paredes negras. Estoy en un pasillo infinito. Camino y camino y sigo caminando,
y no logro llegar al final.
Llevo una capa gris en los hombros y la capucha de un tamaño exagerado, cae sobre mi espalada y hombros con gracia y delicadeza. Perezosa.
Extiendo las manos en busca de algo a lo que aferrarme, pero no encuentro nada.
No hay nada a mi alrededor y me siento solo y abandonado.
Una luz blanca brilla sobre mi y alumbra mi cabeza con su resplandor plateado.
En mi camino tropiezo con curioso objetos redondos. Algunos son pateados por mis pies y otros se quiebran con el peso de mis pisadas. Crujen como hojas muy secas y nubes diminutas de polvo gris se levantan del suelo cuando las hacen explotar.
El polvo se une a la capa que inunda todo el ambiente y lo hacen cada vez un poco mas borroso.
El polvo se une a la capa que inunda todo el ambiente y lo hacen cada vez un poco mas borroso.
Evito mirar hacia abajo pues en mi interior temo encontrarme con un vacío profundo y precipitar. Caer y caer en un eterno descenso y morir en los brazos de lo desconocido o vivir una vida en la incertidumbre, una vida de solo caer. Caer-caer-caer en un abismo sin fin.
Pero también temo no encontrar ese abismo y en su lugar, encontrar algo peor. Encontrarme con mis sospechas y darlas por sentado. Y ver a la muerte a los ojos y sentir su gélida mirada penetrar mi ser. Ver mi interior y sentirme seducido por su regalo de paz.
Pateo algo más. Esto no es redondo. Es largo y delgado, y un poco ligero, pues vuela lejos.
Otro parecido al que voló, se rompe y un singular y auténtico crac retumba en el infinito y su eco rebota en las paredes que me encierran.
Crac... crac... crac... crac.
La oscuridad lo envuelve todo. Es una constante que no piensa retirarse y en su constancia, se vuelve cada vez un poco más negra.
Hay saetas de fuego verde volando en extremos muy lejanos y parecen ser fantasmas, pues aparecen y desaparecen sin previo aviso. Como llegan así se van.
El entorno es frío y el carbón del suelo forma niebla. Y aunque su calor debería calentar todo el entorno, el carbón solo se limita a brillar tenue donde se halla y a quemar mis talones.
No estoy seguro de donde estoy. Si estoy vivo o estoy muerto. Si estoy en el cielo o estoy camino al infierno. O si esto es el limbo y me he perdido en mi viaje hacia uno de los dos destinos.
Otro crujido bajo mis pies: crac. Y me siento tentado a mirar hacia abajo y dejar mi incertidumbre de una vez por todas por un lado. Y de pronto siento saber que sucede.
De pronto todo se hace más claro. Se hace consciente mi alrededor, y me encuentro con lo que me ha estado reteniendo todo este tiempo:
Hay un techo de terciopelo verde esmeralda sobre mi y paredes de cuero de un rojo oscuro a mis lados.
Y bajo mis pies, veo lo que he estado pateando y pisando: un mar te cráneos y huesos blancos y viejos. Polvo y cenizas. Carbón que arde tenue en distintos lugares y llamas diminutas que queman los huesos y los vuelven polvo. Y una cordillera de muertos que me observan como si fuera comida deliciosa.
Sus ojos blancos me escrutan y me siento desnudo, aún con mi capa, ante aquellas miradas vacías.
Tengo deseos de correr. De irme lejos y no mirar más. De terminar este martirio que me esta volviendo loco ... y gritar.
Gritar que me liberen de este castigo. Terminar esta tortura y volverme parte de las estrellas.
Me agito y mis pies rompen los huesos, levantan el polvo y forman tormentas de cenizas. El carbón me corroe la planta de los pies y el dolor me hace consciente de que sigo vivo.
Pero, ¿seguir vivo sería la respuesta a este tormento?
Los muertos se ríen, ahí, en las montañas de penumbras que los guardan. Sus carnes putrefactas y sus risas guturales son burlas recias en mis oídos.
La luz sobre mi cabeza me guía hacía un lugar lejos, en la distancia y corro tras ella.
Va rápido y en un momento determinado, creo que no podré seguir tras ella.
Siento al mundo posarse sobre mis hombros y en un segundo de claridad y lucidez lunática, me siento como Atlas y veo al mundo entero caer sobre mi espalda y a mis brazos intentando sostenerlo en su lugar.
Soy una pluma ligera en medio de un huracán categoría 5. Una pluma frágil que se empieza a quemar con el fuego del averno.
Pero entonces vuelvo a ser preciso y a ser correcto y a ver sin filtros. El mundo que me aprisionaba se disuelve como una nube y el peso se evapora como agua y mis pies vuelven a correr tras la luz que me guiaba. Y corren. Corren rápido y sin titubear. Hacen caso omiso del dolor y de las quemaduras que ya han hecho sangrar mis talones.
La luz es mi salida a esta oscuridad eterna y voy tras ella como lo hacen las estrellas, que siguen constantes y sin titubear el manto negro de la noche oscura, donde pueden brillar y su luz se puede apreciar.
Hay risas en el aire y perfume de flores muertas. Rosas marchitas y secas se queman entre brazas azules y diamantes carbonados saltan de un volcán en miniatura. Y entonces, cuando el borde de este baúl parece terminar, una cortina de agua me rodea y caigo a un precipicio lleno de liquido helado y espeso. Me falta el aire, me oprime el agua y mis pulmones se paralizan.
No lucho con aquella sensación de descanso y paz. El ardor de las quemaduras en mis pies se ha ido, y mi miedo comienza a perecer en una nube blanca. Y mientras caigo lentamente al abismo helado de la incertidumbre, una mano brillante me jala y puedo ver mi cuerpo separado de mi alma, y puedo mirarme a los ojos mientras voy subiendo; y lo que en ellos veo, es descanso. Se cierran lentamente y se despiden de mi.
Y entonces, cuando ya no hay miedo ni soledad, ni dolor ni confusión, soy completamente pleno y el baúl de mi suicidio se cierra tras un azote por las fuerzas de mis sueños.
Vuelo hacia una galaxia en la distancia, tras dos soles y cinco lunas plateadas.
Va rápido y en un momento determinado, creo que no podré seguir tras ella.
Siento al mundo posarse sobre mis hombros y en un segundo de claridad y lucidez lunática, me siento como Atlas y veo al mundo entero caer sobre mi espalda y a mis brazos intentando sostenerlo en su lugar.
Soy una pluma ligera en medio de un huracán categoría 5. Una pluma frágil que se empieza a quemar con el fuego del averno.
Pero entonces vuelvo a ser preciso y a ser correcto y a ver sin filtros. El mundo que me aprisionaba se disuelve como una nube y el peso se evapora como agua y mis pies vuelven a correr tras la luz que me guiaba. Y corren. Corren rápido y sin titubear. Hacen caso omiso del dolor y de las quemaduras que ya han hecho sangrar mis talones.
La luz es mi salida a esta oscuridad eterna y voy tras ella como lo hacen las estrellas, que siguen constantes y sin titubear el manto negro de la noche oscura, donde pueden brillar y su luz se puede apreciar.
Hay risas en el aire y perfume de flores muertas. Rosas marchitas y secas se queman entre brazas azules y diamantes carbonados saltan de un volcán en miniatura. Y entonces, cuando el borde de este baúl parece terminar, una cortina de agua me rodea y caigo a un precipicio lleno de liquido helado y espeso. Me falta el aire, me oprime el agua y mis pulmones se paralizan.
No lucho con aquella sensación de descanso y paz. El ardor de las quemaduras en mis pies se ha ido, y mi miedo comienza a perecer en una nube blanca. Y mientras caigo lentamente al abismo helado de la incertidumbre, una mano brillante me jala y puedo ver mi cuerpo separado de mi alma, y puedo mirarme a los ojos mientras voy subiendo; y lo que en ellos veo, es descanso. Se cierran lentamente y se despiden de mi.
Y entonces, cuando ya no hay miedo ni soledad, ni dolor ni confusión, soy completamente pleno y el baúl de mi suicidio se cierra tras un azote por las fuerzas de mis sueños.
Vuelo hacia una galaxia en la distancia, tras dos soles y cinco lunas plateadas.
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