Nací bajo la bóveda celeste de maapallolla,
y bajo los rayos de aurinko crecí y me fortalecí.
Los cielos, casa del supremo Ukko, fueron mi techo
y en las noches oscuras admiraba la belleza del trabajo de Ilmarinen.
Por muchos soles y varias lunas estuve en el mundo que mis ancestros
forjaron con martillo y con hacha, con espada y con fuerza.
Vi a un caballero plateado, de nombre Kuu, subir la cima del monte más alto,
y sus hijas, diamantes vivientes, plasmadas en el cielo.
Una vez logré ver las copas de los árboles en las tierras de Luntukoto
hogar de las aves de la eternidad, y tras recorrer la Linnunrata,
fue que logré llegar.
Pero ahora las aves que perseguí una vez, vienen por mi,
mi alma se desprende de mi cuerpo con cada rayo que se apaga en Luntukoto,
y con cada tähti que brilla en la bóveda celeste.
Adiós madre, adiós padre. Adiós a la tierras verde del verano
y los campos blancos del invierno,
adiós a la amada dama que sostiene mis manos y los guerreros
que pelearon a mi lado.
He vivido una era en este mundo y ahora camino por los campos negros Tuonela.
Un ave viene a mi rescate y me canta con notas dulces y suaves,
y mientras muero en el lecho de una cama de cristal,
viajo con ella en espíritu hacía Tuonela,
a través del camino estelar de Linnunrata y atravesando el remolino de estrellas
y agua helada que separa la tierra de los muertos de la tierra de los vivos.
Esta oscuro todo, y un bosque de coníferas tan negras como la noche,
rodea el basto inframundo de los muertos.
Tuonela, la tierra de los muertos:
un lugar dónde no hay sol y tampoco hay luna,
un lugar dónde los que la habitan, nunca duermen.
Un lugar desolado, con un río negro que lo circuncida,
y un cisne negro de ojos carmesí, que lo custodia.
Hacía Tuonela voy, hacia la tierra donde todos vamos,
bajo la bóveda de estrellas y la tierra de los vivos,
bajo el remolino eterno, más allá de Luntukoto,
lejos de las aves guardianas,
a dónde van los muertos,
dónde reina la paz.
Carlos Duarte.
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