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miércoles, 12 de marzo de 2014

Camelopardalis.


Hoy les contaré algo que me sucedió hace 7 años.

Iba en una de esas rutinarias salidas nocturnas que suelo realizar con placer,
transitaba la vía láctea de extremo a extremo, sobre un cometa azul.
En ese entonces las estrellas eran menos brillantes, muy tenues,
como susurros de luz en medio de la tempestad...

Mi cometa azul surcaba los mares de polvo estelar,
hacía olas brillantes a su paso y chorros de polvo luminoso
mojaban secamente los planetas misteriosos.

A lo lejos se veían los soles ardientes, como antorchas vivas
en mitad de la nada. Faros de fuego incandescente.
La vía de leche mágica, me guiaba a través de la galaxia
en un camino de luz inmensa y brisa helada.

Lo recuerdo bien, esa noche vi una luna dorada y un sol plateado,
habían estrellas moradas y planetas moteados.
Unos seres, amigos míos, los cuales no puedo pronunciar sus nombres,
pero que son bellos y tienen alas en las espaldas.
Guardianes de los cazadores y los navegantes.

En la distancia, algo llamó mi atención:
brillaban unos puntos en la oscuridad, asimilaban a los diamantes
pulidos con su brillo cegador.
Había un hombre junto a ellas, era joven y navegaba un barco.
El joven hombre dibujaba con un pincel empapado de
polvo estelar, los puntos que se formaban en la distancia.

Dirigí mi cometa hacia ese lugar y la trayectoria fue corta
a pesar de que era larga, pues mi cometa azul corrió a gran velocidad
y una estela de hielo y cristales y luz
iba quedando a su paso.

El joven hombre continuaba pintando,
su pincel forma círculos aquí y allá,
los dispersaba entre la inmensidad del universo y los puntos,
por misterioso que parezca,
iban tomando una forma definida.

Uno aquí, otro allá,
uno abajo y otro arriba.
A su izquierda dos y a su derecha cuatro
y uniéndolos con lineas precisas
y marcas definidas,
las estrellas se fueron juntando
y cobraron vida.

Formaban un animal de un planeta vivo,
un planeta que conocía y al cual en varias vidas había visitado.
Formaban una criatura de cuello largo y patas delgadas,
con gracia en sus caminar y elegancia en su andar.

Camelopardalis.

Así la llamó. Una constelación que vivía entre las estrellas dormidas.

Camelopardalis.

El joven me vio y yo lo vi a él.
Me regaló una sonrisa amable y yo le correspondí con otro.
Me acerqué hasta su caballete invisible y lo salude.
Platicamos sobre su creación y comenzamos a conocerlos.
Hace siete años, conocí a un navegante en medio del universo,
quien se aventuraba en su barco de cristal
por los océanos de galaxias.

Hace siete años, uno de mis complementos apareció en el universo,
pintando constelaciones y estrellas en las galaxias.

Hoy se conmemora parte de ese encuentro,
pues aquel joven hombre celebra sus primaveras.
Hoy, hace veintidós años, 
Camelopardalis nació en el cielo,
para iluminar el camino de los navegantes de esta tierra
e inspirar a los poetas enamorados,
una constelación que nos vigila y nos protege
de las amenazas de un universo peligroso.

Felicidades, Camelopardalis.




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