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martes, 4 de marzo de 2014

Perfume.



El despertador retumbó en mis oídos la mañana del miércoles. Habían pasado dos días desde que la vi partir en mi puerta, como una doncella escapando del castillo de una bruja. Su entallado vestido, sus zapatillas plateadas y el encanto en su mirada, permanecían en mi cabeza como recuerdos constantes. No se iban, por más que intentaba olvidarles.

El corporativo de arquitectos del cual soy socio, no notó mi ausencia la mañana ni el resto del día de aquel lunes de ensueño. Cuando me deje conquistar por su encanto.

El despertador seguía timbrando y vibrando en el buró más cercano a la ventana. El reloj marcaba las siete de la mañana. Tenía una pereza de estructuras épicas y no tenía intenciones de levantarme, pero mientras el despertador seguía sonando y mientras yo debatía entre levantarme de la cama o no, mi teléfono móvil comenzó a sonar también. No esperaba la llamada de nadie y además era muy temprano como para que Hazael o Valdimir o Sebástian me llamaran para asistir a alguna junta fugaz del consejo del corporativo o para que los acompañara a ver alguna negociación o cierre de venta de lo que sea... no era ninguno de ellos y no era nadie de quien esperara una llamada. De hecho, el timbre ni siquiera era el de las llamadas. Era un mensaje de texto.

7:03 am de 445563890
Mensaje: Hola extraño...

Eso era todo lo que el mensaje decía: hola extraño. No reconocía el número. Mi teléfono no lo tenía registrado, pero yo creía saber de quien era dicho mensaje. No solía dar mi número personal a los clientes ni a personas que no necesitaran nada más que el número de la oficina o el del escritorio de Anna, mi secretaria. La última persona a la que le había dado mi número personal, era a ella. A Perséfone.
Comencé a sudar. Mis manos sudaban igual que mi frente y el teléfono se empapó en la parte de atrás, donde está la tapa. ¿Qué debía hacer? ¿Contestar o simplemente ignorar su mensaje? Leí al menos seis veces el mensaje y decidí responder.

Para: 445563890
Mensaje: Hola extraña, ¿cómo has estado?

Presioné la pantalla del teléfono donde decía ENVIAR y el mensaje de texto salió disparado de la pantalla hacia un icono con forma de buzón. Una alerta que notificaba que ya se había enviado el mensaje apareció y yo... yo me quedé esperando con el teléfono en la mano y la mirada perdida en la pantalla del móvil. Pasó una hora y el mensaje no me fue respondido.

Me levanté de la cama, me di uno de esos baños bajo la regadera en los que piensas y meditas cosas varias. Tomé mi tiempo con ese baño. Al salir, seleccioné la camisa blanca que casi siempre uso, los pantalones grises y la chaqueta a juego con los pantalones, una corbata que no pensaba usar -a menos que lo necesitara- y uno de los tres pares de zapatos que guardo en el armario. Arreglé mi cabello, perfumé mi cuerpo con colonia y una vez estando listo, salí de mi departamento el el último piso del edificio Vivaldi's Suits and Longe.

El elevador tardó más en descender esta ocasión. Abajo, un Audi A8 negro esperaba por mi. Caminé hasta el automóvil y desactive los seguros y la alarma con el interruptor que colgaba de las llaves. Subí al auto y arranqué el motor. Una ráfaga de aire azotó en mis narices y un aroma tenue y peculiar me impregnó las fosas nasales. Era el aroma de Perséfone. Su perfume qué quedó plasmado en los asientos de piel de mi auto, me asechaban como fantasmas de un pasado tan joven y de un recuerdo reciente.

Ajusté el cinturón de seguridad en el asiento, encendí el motro y comencé a manejar. De camino hacia el corporativo HEV Architecture & Desing, el teléfono permaneció tan silencioso como cuando salí del departamento. El camino a la oficina fue relativamente largo y monótono.

Al llegar al estacionamiento del edificio donde se concentraba el corporativo -una construcción de veinticinco pisos y recubierta de cristal, con el emblema HEV Architecture & Desing en la cima- uno de los guardias de seguridad me recibió en la cabina de vigilancia de la entrada. Su nombre era Johan y llevaba trabajando en el corporativo cinco de los diez años que HEV tenía en el mercado.  Johan me recibió con una sonrisa jubilosa y alegre.

- Buenos días arki.
- Buen día Johan, ¿cómo están las rondas hasta ahora?
- Todo está normal por ahora. ¿Usted cómo ha estado?
- Mejor que ayer, debo admitir.
- Me alegra escuchar eso... bueno, ya sabe el tramite arki, su credencial y por favor, cuelgue la paleta de pase en el retrovisor.

Saqué una de las cuatro credenciales de pase e identificación y se la mostré. Él me dio una paleta, la cual colgué en el retrovisor del Audi y nos despedimos. La barra que impedía el acceso al estacionamiento de elevó y después de manejar unos segundos, llegué hasta el espacio reservado para mi auto.

Al ingresar al edificio, una chica pelirroja llamada Susanna corrió desde la recepción hasta donde yo estaba, cerca de unas esculturas enanas con formas redondas. Susanna llevaba una hoja de papel naranja en la mano y estaba un poco agitada por caminar rápido con los tacones.

- Arquitecto Eros, buenos días.
- Buenos días Susanna...
- Buen día señor. Hay una persona esperando en su oficina. Anna me pidió que le diera este mensaje apenas lo viera. Me dijo que era importante.
- Muchas gracias Susanna.
- De nada señor, me retiro.

Dio media vuelta y regreso a su lugar en la barra de recepción. La hoja naranja tenía un mensaje escrito a mano, a decir verdad, Susanna no tenía la mejor letra que haya visto, pero se podía entender. El mensaje decía lo siguiente.

Lic. Eros, lo espera en su oficina una joven. Dice que es urgente. 
                                                                                              Anna.
La sangre en mi cuerpo comenzó a correr rápido por mis venas y un calor nuevo me comenzó a vibrar en las fibras más finas de mi cuerpo. Me ajusté las gafas de graduación que me cargaba y respire hondo y pausado. Comencé a caminar, disimulando mi entusiasmo y recordé que el elevador de la planta baja estaba en mantenimiento desde ayer. El único en uso, era el del tercer piso, el cual conectaba directamente con mi oficina, la de Hazael y la de Vladimir. Solté una grosería entre dientes y subí casi corriendo las escaleras que estaban a un lado.

El traje me asfixiaba. Me alegré de no usar la corbata, pues a pesar del aire acondicionado que circulaba en todo el edificio, mi adrenalina calentaba tanto mi cuerpo, que el suit que llevaba puesto se sentía como cinco abrigos invernales de lana y poliéster juntos. Alcé los pantalones ahí donde apretaban más y subí los escalones de dos en dos, o hasta tres. Una de las mujeres de limpieza bajaba cuando yo, literalmente, saltaba de escalón en escalón y me miró con asombro, pues sabía quien era y lo que era, y lo cual hacía más extraña toda esta situación. Le regalé una sonrisa débil y apresurada y ella me correspondió, aunque con expresión más bien desconcertada.
Tardé seis minutos en subir los casi ciento setenta y ocho escalones -tal vez ciento ochenta- hacia el tercer piso, y en la recepción del departamento de logística y planeación, Vladimir me abordó al verme aparecer tras la sombra de una pared recubierta de mármol blanco y negro.

- ¡EROS! A ti era a quien buscaba. Estaba a punto de ir hacia tu ofici...
- Vladimir, ¿podemos hablar en otro momento? 
- ¿Pasa algo? ¿Por qué subías las escaleras con tanta... prisa?
- Me esperan en mi oficina.

Vladimir se quedó viendo mi rostro con cierta incertidumbre y ladeó la cabeza como lo hacen los cachorros cuando sienten curiosidad.

- ¿Te refieres a la mujer que llegó preguntando por ti esta mañana?

Esperaba que Vladimir no la reconociese. No se por que esperaba eso, pero Vladimir era de los amigos y compañeros con quien menos había tenido contacto, a excepción del trabajo -y solo en juntas de consejo o almuerzos con los socios-. Vladimir era más un allegado de Hazael y por ende, yo lo conocía, pero no lo suficiente. Además no era de mal parecer, con su cabello dorado como rayos de sol y sus ojos asquerosamente azules, una piel torneada y un perfil griego, Vladimir me hacía sentir algo incomodo algunas veces. Me daba la impresión de que era un maniquí con vida.

- Supongo, Anna me mandó un mensaje, pero la verdad es que desconozco quien sea la persona. A eso voy precisamente...
- Bueno, no te detengo entonces -me sonrió y luego alzó la mano, como si fuera a afirmar algo-, pero debemos hablar. Es respecto a aquel proyecto en Dubái que la compañía realizará. Hazael me dijo que lo tratara contigo, son cosas del diseño y... cosas así.
- Esta bien, podemos reunirnos luego. Yo te llamaré o dejaré un mensaje con tu secretaría.

Acercó su teléfono móvil -mucho más avanzado que el mío, Vladimir era un amante de la vanguardia en la tecnología- y recitó un nombre y palabras en forma de orden. El teléfono le contestó y se marcó una llamada.

- Okay, me parece perfecto. Entonces me avisas. Te dejo amigo mío. Suerte con eso...

- Gracias- le contesté, aunque no supe a que se refería con exactitud: si a la dama que me esperaba o al proyecto de Dubái.

Tomé el elevador de la recepción del tercer piso y presioné el botón que me mandaba al piso de mi oficina: diseño y arquitectura. Fueron dos minutos de espera en la caja móvil hasta llegar al lobby que precedía a las oficinas de los empleados de piso, al escritorio de Anna -el cual era demasiado elegante, pues fue mío antes- y a la puerta negra que hacía contraste con todo lo blanco en ese piso, y la cual era la entrada  mi oficina.

- Lic. Eros, me alegra verl...
- ¿Dónde esta? -pregunté directamente. 
- Lo espera en su oficina, le ofrecí agua y té, incluso café señor, pero ella no quiso nada. Solo llegó, entró y dijo que lo esperaría en su oficina.
- Muy bien. Gracias por tus atenciones Anna. Ahora, solo entra si yo te llamo, ¿Okay?
- Okay señor.

Y la deje que continuara con sus deberes.

Adentro, el aire era más ligero. Había una aroma dulce y floral en el ambiente. No vi su silueta de inmediato, pues caminaba a un costado de la entrada, donde tenía una amplia biblioteca personal, la cual tenía desde libros de diseño y arquitectura, hasta novelas clásicas y algunas más contemporáneas. Perséfone tenía un radiante vestido azul zafiro, su cabello negro descendía de su cabeza como una cortina de tinta negra. Su piel tan blanca como el mármol revestía la paredes del piso, contrastaba con todo ese mar de tonalidades azules y negras. Tenía las manos puestas hacia adelante, como sostenido algo... tal vez un bolso o un libro. Su cabeza miraba hacía arriba, un par de lentes se dibujaban en el contorno de sus sienes. Tenía la vista fijada en algo, como si leyera o admirara una imagen que la hubiese dejado deslumbrada. Desbarate ese silencio que se mantenía  pues la puerta no hizo ruido al abrirse y solo se escuchaba el taconeo de sus zapatillas y mi respiración agitada.

- Hola.

Perséfone volteó lenta y tranquilamente sobre si misma. Primero su cabeza se ladeo y luego todo su cuerpo giró 180º y quedó de frente a mi.

- Hola extraño...

Me sonrió con suma calidez. Todas las sonrisas anteriores, la de la mujer de la limpieza, la del rostro plástico de Vladimir, la de Susanna en la recepción o la de Johan en la entrada, todas, absolutamente todas se quedaban cortas contra la sonrisa pacifica, sensual y deliciosa de Perséfone. Cerré la puerta negra con suavidad.

- ¿A que debo el placer de tu visita?

Caminaba con el estilo de las gacelas: con gracia y elegancia. Derecha en todo momento y ese caminar solo la hacía ver mas hermosa. Más perfecta. Con el dedo indice de su mano izquierda, repasó los lomos de los libros de la biblioteca, mientras mantenía sus ojos en mi. No habló durante unos minutos, solo me miraba y sonreía, como si supiera que con eso bastaba para desarmarme y tenerme a sus pies como un perro.

Se detuvo al llegar a la ventana que daba una vista fabulosa de la ciudad y sus muchos rascacielos. Ya no me miraba para este momento, sino que mantenía sus ojos finos en el firmamento y su mirada reflejada en el cristal, se perdía en algún punto allá afuera.

- Me he hechizado yo misma...

Dijo mientras me daba la espalda. Caminé hacia donde ella estaba parada. Mis zapatos hacía un sonido sordo al tocar la alfombra con las suelas.

- Me he hechizado y necesito de la magia que me atrapo la noche que te conocí para poder vivir en paz de nuevo.

¿Magia? ¿Hechizos? Fuera lo que sea que ella me recitaba en voz baja y profunda... perfecta y sensual; no lograba entenderlo ¿Acaso era yo una especia de brujo y lo ignoraba?

- ¿De qué hablas exactamente? ¿Cómo supiste que esta era mi oficina?
Volvió a buscar algo en la distancia. El sol bañaba todo con un liquido plasmático color dorado, algo que los demás llaman luz, pero que yo prefiero ver como un elemento diferente: una sustancia ardiente y seca que fluía en el aire como agua pintada por estrellas.

- Hay cosas que tal vez jamás te pueda explicar del todo, pero si algo sé ahora, es que necesito de tu alma de nuevo. Necesito de ti lo que aquella noche me entregaste, entre la seda de tu cama y bajo el calor de tu cuerpo.

Ahora sus ojos grises estaban fijos en mi. Sus lunas gemelas me penetraban en alma, llegaban hasta un lugar escondido y recóndito de mi ser y me hacían sentir débil e indefenso ante el esplendor de esta mujer que me volvía loco e infantil. Ella me estaba pidiendo que la hiciera mía de nuevo, aunque algo en mi mente, algo en mi cabeza me decía que las cosas no tenían un orden. Que algo no estaba bien. Pero lo ignoré casi de inmediato. No pensaba en otra cosa más que en volver a tenerla entre mis brazos, acariciar su piel blanca hasta el cansancio. Besarla... besar sus labios de carmín, su cuello de alabastro... tocar su cabello negro, mirar sus ojos grises hasta saciarme de ellos, respirar su aroma... su perfume. Tener presente en mi boca el sabor de su aliento, la sensación de sus manos en mi cuerpo. La ráfaga cálida de su respiración sobre mi pecho...

Di un paso y quedé de frente a Perséfone. Su frente tocaba mi nariz. Su mirada bajó y mis manos buscaron su barbilla. Alce su rostro hacia mi y la miré. La contemplé y me deje seducir por su encanto. Deslice ambas manos por su cuello, llegue a su nuca y la acerqué a mi. Junté mi rostro al de ella y en un lazo intimo, la besé. La besé con desesperación. La besé con anhelo. Con pasión. Como si toda una vida hubiera esperado a besarla, aunque hubieran pasado solo unos días desde la noche en que nos unimos el uno al otro. La noche de nuestra sentencia. De mi sentencia...

Ella me abrazó por el cuello. Yo le rodeé la cintura. Mis manos bajaron hasta sus caderas y buscaron sus glúteos. La alce hacia mi. Me desviví en su boca y ella en la mía. Nuestros cuerpos se calentaban cada vez más y ni siquiera el frío del aire que salía de los conductos que nos rodeaban, lograba calmar nuestra candela interior. Ella me abrazó el cuerpo con sus piernas. Despeinó mi cabello con sus manos de porcelana. La llevé a mi escritorio y la acosté en él. Varias cosas cayeron al suelo y la alfombra amortiguó el estrépito que ocasionaban al tocar el suelo.

El saco del traje suit cayó tras mi espalda. Mi camisa empezaba a pedir a gritos que se desprendiera de mi cuerpo. Mi cuerpo pedía a gritos quitarme todo. Quitarle a ella todo.

Nos acariciamos. Nos besamos. Nos dejamos embriagar el uno con el otro y nos sumergimos en un mar de deseo y pasión a reventar.

Su vestido azul zafiro fue bajando poco a poco de su pecho y subiendo de sus caderas. Mi camisa blanca se separaba de mi pecho, de mis brazos y los pantalones grises se deslizaban en mis piernas como mantequilla sobre un sartén caliente.

Me entregué a ella y ella a mi y ambos nos fusionamos.

El tiempo transcurrió lento, pausado en mi oficina. Perséfone tenía ese efecto en mi, como ninguna otra mujer lo había tenido antes. Me hacía sentir más que vivo cuando estaba me unía a ella. Me hacía sentir un ser celestial, uno de los dioses del Olimpo. Me hacia sentir amor y deseo, pasión y desesperación  Me hacía sentir alegre, confundido, triste, vivo, muerto... como un fantasma y como un eterno. Me hacía volar los cielos y caer en picada en dos segundos. Me hacía atravesar los maneras y naufragar en una tormenta de proporciones épicas en mitad del atlántico. Perséfone me envenenaba con cada beso que me daba, pero su veneno dulce solo me hacía desear más de ella. Era como una droga: degenerativa, adictiva e imposible de dejar.

Y hubiera seguido así con ella el resto del día, de no ser por el agudo sonido del teléfono de mi escritorio -el cual no había caído al suelo- y por el nombre de Hazael que se pintaba en la pantalla verde del aparato.

- Debo contestar, amada mía...
- Ignoralos. Huye conmigo a un país diferente. Vayamonos a un mundo lejano y hazme tuya en cada luna que lo rodee.

Sus palabras como miel me engatusaban. Me hipnotizaba el movimiento de sus labios al hablar...

- Debo contestar.

Y la solté. Me separé de ella y nuestros labios se alejaron de forma apresurada. Ella se levantó del escritorio. Se acomodó el vestido azul y de su bolso retiró un cepillo y comenzó a pasarlo por su cabello mientras se miraba en un espejo largo que colgaba entre las dos estanterías de libros que formaban mi biblioteca. Sacó un tubo pequeño color negro, era un lápiz labial. Igual sacó una cajita negra muy plana, un polvo rosado se encontraba dentro y comenzó a arreglar su maquillaje desarmado. Contesté el teléfono.

- ¿Bueno?
- ¡EROS! Por todos los dioses griegos, ¿en dónde estás? 
- En mi oficina, ¿que sucede? ¿por qué te exaltas de esa manera?
- Eros, por los dioses en los que no creo, ¿olvidaste la junta, verdad?

Y después de escuchar eso, un flashback me vino a la cabeza. Claro, Vladimir olvidó mencionar la junta con los socios a las once de la mañana y para este momento, ya eran las once con diez minutos. Hazael estaba un poco alterado. Esa junta llevaba cuatro meses de anticipo y planeación, y era tan importante como lo son todas las juntas con socios, pero esta era especial. En esta junta, los otros doce socios del corporativo hablarían de inversión para construcción de desarrollos en Dubái y como era obvio, Hazael necesitaba de mi presencia para explicar los proyectos arquitectónicos y convencer a los socios de invertir. Después de todo, los negocios tratan sobre eso: dinero y más dinero.
- Estoy en camino. Llego en cinco minutos.
- Más vale que llegues en tres, ya están aquí once de los doce, junto con Vladimir y solo faltas tu para empezar. 
- Captado Hazael, llego enseguida... tranquilizate amigo -dije en tono de reproche.
- Apresuraste, por favor.

Y terminando eso, colgó.

Perséfone me miraba coqueta desde su asiento, en uno de los dos sillones color niebla. Se había retocado el labial, el color de las mejillas seguía siendo el mismo, por lo que llegué a dudar si de verdad se las maquillaba o eran así de forma natural. Sus ojos grises nadaban en dos grandes círculos negros y espesos, que los hacían ver más grandes y profundos. Seductores.

- Debo irme...
- Lo se.

Reinó el silencio por cinco o diez segundos, tal vez.

- ¿Cuándo te volveré a ver, belleza enigmática? -me daba por ser poeta en ciertos momentos.
- No lo sabrás, hasta que me veas venir en la distancia.

Y el juego era más divertido, pues ella me contestaba en el mismo contexto.

Me puse de nuevo la camisa. Arreglé mis pantalones de forma apresurada. Cogí una corbata de broche  color negro que guardaba en un compartimento del escritorio, para imprevistos como este y me la puse. Perséfone estaba de pie junto a la puerta, estaba por abrirla cuando la detuve con una exclamación.

- ¡ESPERA!

Ella volteó y me miro con la espalda doblada y los pechos perfilando su silueta.

- Dime amado...

<<Dime Amado>>, era como darme una bofetada y luego besarme para consolar ese dolor en la mejilla.

- Por favor, dime cuando te volveré a ver...

Ella me sonrió, abrió la puerta y se dispuso a salir, pero antes de desaparecer tras la puerta, regresó su mirada y me dijo.

- Me has visto más de una vida y en todas ha sido lo mismo. Tu sabrás cuando me volverás a ver.
Y entonces, sin nada más que agregar y dejando mi cuerpo solo en una habitación blanca con negro y con cientos de libros en la pared, Perséfone desapareció tras la puerta, dejando en mi una incógnita; con el deseo y la pasión a flor de piel. 


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