Hoy tuve un sueño: soñé con el fin del mundo. Habían seres de otros planetas, tal vez de otras dimensiones. Habían seres mágicos y buenos y un caos inmenso que iba destruyendo todo a su paso.
Igual soñé con mi Dios.
Soñé que me arrancaba de este cuerpo imperfecto y débil, lleno de rocas y piedras que me hacen rodar y rodar hacia una cuesta infinita.
Hoy soñé con mi derrota, con mi destino dual: la luz y la soledad. La oscuridad.
Hoy soñé con mi compañero el navegante: estaba acurrucado en un barco, lleno de agua sucia y con miedo. Un miedo inminente que opacaba su mirada. Un miedo que lo hacia ver muerto. Un miedo frío y cegador. Tal vez no era su miedo el que veía en sus ojos, tal vez era mi miedo. Mi temor a perderle... a perder todo. A perderme a mi mismo en el fin de toda vida en este mundo.
Hoy soñé con un cielo nuevo, una tierra nueva y una vida nueva. Una vida eterna, llena de felicidad. Pero no recuerdo si yo estaba en ella. No recuerdo si yo vivía en ese nuevo mundo.
Recuerdo a mis padres en él, a mis hermanos, y los padres y hermanos del navegante. Lo recuerdo a él. Me miraba, más no recuerdo su mirada. No recuerdo que me decía con ella. No recuerdo si me miraba con felicidad o con tristeza. Con miedo o con valentía. Solo lo recuerdo: de pie, de blanco y sonriendo.
El agua estaba turbia y fría y habían cosas que surcaban debajo. El cielo era gris. Ya no entendí si estaba en el paraíso o me había quedado en el infierno. Sentí miedo. Unos seres se burlaban...
Y desperté.
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