"Estuve con ella de nuevo hace una luna. Estuve con mi estrella y esta ves, en lugar de solo magia, también usé Runas."
๑ﻬ๑
La noche inició fría, fresca. Era perfecta. Yo tomé mi caballo, había esperado por esta noche ciclos enteros y ella me esperaba en la fortaleza cercana a su mansión. Íbamos a escapar por una noche, para entregarnos mutuamente. Íbamos a ser uno de nuevo, por toda esa noche.
Subí a la montura de mi corcel negro y con un relinche, él comenzó a correr sobre el sendero de terrecería Había mucha grava y se escuchaba el crujir de las rocas bajo los cascos de mi corcel. Eran las veinte horas y el cielo estaba plagado de estrellas que me observaban desde los cielos. Había preparado todo de acuerdo a nuestro plan: yo llegaría en esta majestuosa bestia y ella escaparía conmigo al confín de la tierra, para estar solos: ella y yo y el universo.
Necesitaría fuerza para llevarla hasta lugares nuevo, magia para transformarnos y fusionarnos. Necesitaría Runas para esa noche. Así que tomé mi estela, una varita de cristal luminoso. Luz muy blanca y pura; y tracé las runas sobre mi cuerpo. La sensación era pesada, las runas quemaban mi piel y la nutrían con su poder.
Primero la Runa de Velocidad. La luz traspasó mi piel, llegó hasta mi carne y dejó marcada la runa en mi alma. Luego la Runa de Fuerza, y en seguida me sentí más vigoroso. Tenía magia recorriendo mis venas. Después, el la Runa del Poder del Ángel. Luego la Runa de Agilidad, la Runa de Silencio, la Runa de Clarividencia y por último la runa que uniría todo y sellaría mi preparación: la Runa del Amor.
El viento rompía sus capas sobre mi rostro. Había diminutas gotas de agua en el aire, la brisa fresca inundaba mis pulmones y la humedad del ambiente me hacia sudar un poco a pesar del viento que me rodeaba y me hacía congelar la piel. Estaba cerca del fuerte y ella seguramente ya me estaba esperando. Moría de ganas por verla de nuevo en su traje negro: enigmática, seductora y hermosa.
Di una vuelta a la izquierda. Caminante, el corcel, relinchó cuando dio otra vuelta a la izquierda, una más a la derecha y dos calles adelante se alzaba el fuerte. Era imponente. Una estructura gigantesca y que merecía la pena ver. Había ríos recorriendo las fronteras que lo circuncidaban Un bosque rodeaba sus muros y las antorchas iluminaban todo a sus faldas. Y entre esas luces tenues, vi una mancha encapuchada y negra, y dos sexy's piernas cubiertas por medias. Dos ojos grandes y misteriosos me miraban desde dentro de la capucha. Era ella.
Caminante desaceleró la velocidad y comenzó a trotar. Llegué hasta donde ella y como lo pensaba, estaba hermosa y radiante. Portaba un vestido negro que se le veía perfecto. Una capa corta que cubría sus delicados brazos. Tenia los labios rojos, como la pasión y los ojos negros, como la noche. Era una autentica Cazadora y yo la complementaba con mis Runas.
La tomé de la cintura. La acerqué a mi y la besé. La besé con desesperación y con anhelo, con pasión y con deseo. Y después de reconocernos el uno al otro, juntos montamos a Caminante y escapamos hacia el horizonte.
Galopamos sobre el corcel y sentimos el aire cortarnos la piel y volviendo a unirla. La noche era eterna en ese momento y una habitación tibia y acogedora, nos esperaba en los confines del mundo, bajo el manto de las estrellas.
Al llegar a nuestro lugar secreto, en el aire se percibía una magia muy pura. Algo limpio y sereno. Dejé que Caminante se fuera hacia donde él quisiera por el resto de la noche. Caminante es un corcel sabio e inteligente, y nunca me abandona Sin embargo, tampoco es mi prisionero y se puede escapar, como yo, cuando el quiere. Esa noche lo hizo y nos quedamos solo mi dama y yo en una habitación con agua caliente, sábanas suaves y fuego.
Otra vez las runas me quemaban la carne y me hacían sentir fuerte. Vivo. Con magia.
Ella desató el nudo de su corto mato del cuello y la capa calló como agua de una cascada tras su espalda. Me miraba. Yo la miraba. Me tomó de la mano. Yo la acerqué. Me abrazó por el cuello y yo rodeé su cintura. Nos besamos y caímos juntos en una cama de seda, paja y algodón. Era nuestro lugar secreto. Nuestro pedazo de paraíso.
Me levanté y retiré de mi cuerpo el chaleco de cuero que me tapaba y las runas brillaron cuando lo hice. Una luz cegadora iluminó la habitación y así como llegó, así se esfumó y la runas que me quemaban, ahora estaban carbonizadas. Eran negras sobre mi piel y parecían tatuajes. Eran perfectas. Pero a pesar de eso, ella seguía siendo aún mas perfecta.
Nos acostamos en esa cama de paja, seda y algodón. Una prenda aquí, otra prenda allá. Salían volando y por su color tan obscuro, imitaban el vuelo de los cuervos cuando se suspendían en el aire. Mi estela rebotó en una pared mientras mi pantalón aleteaba y lanzó chispas blancas al caer. Había rocas-runa en el suelo que nos iluminaban con su tenue resplandor. El calor que la chimenea emanaba, nos mantenía en temperatura, aunque nuestros cuerpos iban en aumento: la sangre nos hervía cada vez más. Sudábamos. Aquel lugar era un sauna a pesar del frío que se mantenía latente en la cima de la habitación, muy a ras del techo y en el piso, muy a ras de los cimientos.
Las Runas surtían efecto en mi. Primero fue la runa del Amor. Aquel calor particular que las runas dejan en tu cuerpo, en tu ser cuando son empleadas, me había tomado y el Amor comenzó a fluir como perfume de mi cuerpo. Un aroma suave que se despegaba de mi piel y se unía a la de mi dama. Luego fue la fuerza la que me inundó. El poder de la runa agitaba mis venas. La sangre corría por ellas a mil pulsaciones por segundo. Mi corazón corría muy rápido, como lo hace Caminante cuando cabalgamos las praderas. Mis ojos se mantenían en los ojos de mi dama y la fricción, junto con la velocidad, nos hacían ver las estrellas a través del techo de madera.
Y así fue cada una de la runas desatando su poder y entregando la magia que me daban a los brazos de mi dama.
La noche nos observaba. El sol dormía tranquilo, mientras la luna, que era nueva, solo dejaba ver su sonrisa en el cielo y a las estrellas adornando su cabello.
Hubo un momento en el que ambos viajamos hacia el universo. Un momento en el qué, dejamos nuestros cuerpos y nos fundimos en un solo suspiro. Un momento en el que eramos dos almas y a la vez eramos solo una. Una sola carne y un solo cuerpo. Una sola alma y un solo pensamiento: amor.
La tomé de las manos con fuerza. Nos volvimos polvo de estrella y viajamos hacia el espacio. Recorrimos las galaxias, nos sentamos en un cometa. Rodeamos un aerolito y luego caímos rendidos en un planeta azul. Ese planeta tenía anillos de piedra a su alrededor y el aire en su atmósfera era puro. Ahí la volví a besar y ella me beso también. Ahí, un vez más, las runas destilaron su magia y aunque tenía un cuerpo etéreo, el poder que me habían dejado en el espíritu irradiaba igual de fuerte y con la misma potencia que hacían en el cuerpo físico. Como tatuajes surcando mi piel, así se marcaban en las extremidades de mi alma traslucida y nos hacían brillar en medio de un planeta habitado solo por el silencio.
Hicimos el amor en ese planeta y fue hermoso.
Regresamos al la tierra. La noche estaba por terminar. Al retomar nuestros cuerpos, la luna se comenzaba a ver cansada y con sueño, un sueño diurno. El calor de la chimenea se empezaba a apagar. Las nubes de vapor en el techo comenzaban a caer bajo la presión del aire y el frío escapaba del suelo como agua. Mi dama y yo estábamos en la cama que habíamos fabricado tiempo atrás. Ella se levantó. Se veía perfecta vestida solo con su piel. Me miraba desde el borde de la cama. Extendió la mano y me invito a acompañarla. Yo acepté. Tomé su delicada mano, su piel era de papel. Un papel terso y suave. Me levanté de la cama y la seguí; su mano enganchada a la mía.
Ella me llevó hasta un cuarto húmedo, una habitación pequeña y mojada. Un baño. Dentro, había una tina redonda. De la tina salían estelas de vapor como hilos blancos y traslucidos. El agua dentro de esa tina estaba caliente. Ella se metió al agua, su piel brilló cubierta del liquido transparente. Me dijo: ENTRA CONMIGO; yo acepté.
Nos sumergimos, ambos, en un mar de cálidas aguas. Un diminuto mar, en el cual eramos los dioses: yo Poseidón, ella mi Calipso. Y en ese mar de diminutas proporciones, volvimos a conocernos. Volvimos a entregarnos y las runas, junto con la pasión, nos volvieron a dominar con su magia sobrenatural.
La noche había concluido. Era tiempo de marcharse. El sol estaba despertando y la luna comenzaba a cabecear en el cielo, tenía mucho sueño. Caminante había regresado. Con los cascos en sus patas, golpeaba la roca sólida del sendero que formaba un camino hacia la entrada. Nos avisaba de que el tiempo se había terminado y que era hora de regresar a nuestra realidad. Salimos de la tina. Se había acabado nuestra noche de ensueño.
Volvimos a portar el uniforme negro. Nos envolvimos en nuestros capullos góticos y salimos de la guarida de nuestro amor. Caminante nos esperaba en la puerta. Subimos a su lomo. La montura estaba algo fría. Mi dama se puso frente a mi, yo sostuve las riendas y después de darnos un beso, Caminante empezó la carrera.
El Horizonte estaba pintando sus fronteras de un color naranja muy intenso. El sol comenzaba a saludarnos con sus primeros rayos. La fortaleza en la cual me encontré con ella, se alzaba enorme en la distancia. Traspasaba las copas de los árboles. Ella se recargaba en mi pecho mientras corríamos. Yo respiraba su aroma, su cabello.
Las runas comenzaban a desaparecer y en lugar de un tatuaje negro, ahora solo quedaba una ligera marca en mi piel. Una cicatriz con forma de runa.
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