Acaricio con suavidad la sensación de calor dentro de mi ser,
es dulce y agradable al tacto.
Bajo mi piel pinchan miles de agujas finas y afiladas.
Mi piel parece estar borboteando con miles de burbujas diminutas.
Hiervo bajo la capa fina que me rodea los huesos y la carne.
Mi sangre mana de mi corazón con fuerza y velocidad.
Corre por mis venas y mi carne se inunda de ella.
Mis músculos se hinchan cada vez mas.
Mi parte favorita... esta creciendo.
Crece y se endurece.
La habitación huele a canela y a manzanas.
Hay un candelabro negro sobre un mueble frente a la cama.
El mueble es de ébano y por lo tanto, es igualmente negro.
Bajo este hay un banco tapizado en terciopelo plateado.
En la cama me espera una dama:
cabello negro y rebelde,
ojos de un profundo cafe rojizo, como la lava de un volcán,
piel ámbar y delicada como seda de Damasco,
su voz es viento catando en mis oídos,
su aliento es vapor abriendo mis poros,
néctar emana de su boca y placer con ella me provoca...
La cama esta bañada de luz tenue y el mar de seda negra que lo abraza,
brilla.
En las cuatro esquinas de la cama, hay cuatro postes barnizados.
El negro prevalece en la habitación.
Negro y plateado.
Ella me observa.
Sus labios rojos y carnosos me llaman.
Muerden algo en mi interior con fuerza y una nueva sensación nace:
siento deseo, un deseo que me quema.
La admiro y bajo la luz pobre, ella brilla.
Su rostro se esconde tras un antifaz del color de las estrellas,
sus manos se levantan como si me ofreciera algo en ellas,
y me sonríe al hacerlo.
Sus ojos me piden hacer algo con ellas.
No hay palabras en el aire, solo miradas.
Miradas que están ardiendo y calentando todo cada vez más.
En mis manos cuelgan un par de esposas de metal.
El metal refleja el brillo de las velas y las llamas diminutas bailan sobre su cromado.
Hace una mueca de dolor al sentir la presión del metal sobre su fina piel.
Pero esa mueca se convierte en pervertida sonrisa al soltar sus muñecas.
Doy un paso hacia atrás y la admiro.
Admiro la perfección de su cuerpo,
la firmeza en sus dotes,
el seductor detalle de las medias en sus piernas,
la bien trabajada manufactura en los detalles de su antifaz,
los destellos brillantes en las fibras de su cabellos,
la pintura roja que cubre sus labios...
Ella se acuesta y su cuerpo se estira sobre la seda.
Estoy más duro ahora y mi cuerpo solo demanda una cosa:
tomarla.
Y lo anhelo.
Lo deseo.
Lo quiero hacer.
Y después de retener tanto calor en mi, lo hago.
Con un dócil ademan y con una fluidez como la del agua,
mis pantalones descienden a un viaje por el sur.
La torre que ellos aprisionaban se muestra erguida y solida.
Mi dama me espera, aprisionada sobre la cama y deseando,
deseando-me.
La tomo de la cintura.
Esta sometida a mi.
Mis labios van recorriendo su cuerpo y van dejando besos húmedos.
Mis manos juegan en su piel, en sus firmes curvas y en su centro de placer...
Ella respira rápido y cortado y mis dedos invaden su boca.
Mis labios los suplantan y mi lengua se abraza con la suya.
La tomo del cabello y dejo ver su cuello.
Le susurro al oído: eres mía.
Zvezda...
E inicio mi recorrido de besos por su piel, de norte a sur.
Y es ahí, en el sur, donde todo explota.
Mis labios, mi lengua, mis dedos y la torre que aguarda por ser reclamada,
están turnando sus pases para ser entregados.
Ella me recibe de todas las formas.
Tomo sus manos esposadas y con un cinturon,
la ato a la cabecera de tubos de la cama.
Esta a mi merced.
La tomo de las caderas.
De la cintura.
Trepo sus montañas y recorro sus caminos.
Descubro los manantiales de sus entrañas.
Acaricio el cielo bajo su piel.
Golpeo con mis manos sus glúteos como si fueran tambores.
Creo una sinfonía de sonidos con el contacto de nuestros cuerpos.
Retuerzo el metal de su armadura y la destrozo.
Su armadura de quiebra como la cascara de un huevo.
La hago añicos y ella explota en mil pedazos bajo mi cuerpo,
y tan pronto como se desintegra, se vuelve a unir.
Y una danza exuberante y deliciosa nos rodea.
Bailamos al ritmo del vaivén.
Un vaivén enérgico y rudo.
Duro.
Supernova que me abraza, la abraza a ella y nos incendia.
Nos fulmina y nos hace gritar y volvernos cenizas.
Y como aves fénix, renacemos del polvo de nuestro placer.
Ella me observa tras el antifaz.
Yo la admiro mientras mi frente empapada derrama gotas gruesas de sudor.
El aire es pesado y el aroma a canela y manzanas casi se pierde.
Las velas se han consumido y solo hay un charco cristalino de parafina bajo el candelabro.
Poco a poco se va volviendo blanco como la luna.
Las sabanas de seda negra, ahora son un mar destrozado y comprimido bajo nosotros.
Ella me observa de nuevo.
Yo la tomo de sus manos y la libero de su castigo.
Un beso suave y cálido alberga mis labios en los suyos.
Mis manos y mis brazos buscan su cuerpo.
Sus manos me guían a través de su cintura.
Mis palmas se acoplan en sus senos.
Y mis caderas y entrepierna encajan bajo su espalda.
El cielo comienza a aclarar.
La noche concluye y la hora oscura empieza a decir adiós.
Mi dama me pide que duerma con ella.
Y bajo el sueño de Morfeo,
ambos viajamos a la tierra de fantasía de los dioses.
En ella somos seres divinos:
mi dama es una Estrella.
Y yo soy su Cazador.
Carlos Duarte.
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