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martes, 13 de mayo de 2014

Cien amaneceres negros.



Cien amaneceres negros, desdicha de mi desesperación
en el horizonte veo despedir la última mirada del sol.
Hay copos en mi cabello y cenizas caen del cielo.
Hay agua en mis zapatos y tierra entre mis dedos.

Cien amaneceres obscuros, como plumaje de cuervo
acariciando con delicadeza la capa invisible de mi alma.
Tiñendo con su tinta el color de mi corazón,
sosegando con su viento la tribulación de mi agitación.

Cien amaneceres grises, secos, helados...
los témpanos van y vienen a su antojo sobre este mar desolado,
en las riveras de la soledad descansa una dama,
blanca como la nieve, de labios rojos como la grana.

Ella duerme y duerme y duerme y dormirá.

Cien amaneceres en las estrellas, bajo la luz plateada de la luna
con las nubes de testigo y el cielo de juez.
El sol caliente en otra parte, lejos, pero no aquí.
Estoy tirado sobre una campo de césped blanco y el frío me quiebra los huesos.

Cien amaneces de luz, una luz blanca que me hipnotiza.
Hay luciérnagas en el aire, sus luces titilan a lo lejos,
estoy ahora en un barco, navegando hacia lo desconocido.
El capitán de este barco no está, se ha perdido.

Cien amaneceres de vida y con ella viene un respiro.
Cálido, dulce, tibio...

Cien amaneces y dos lunas con las cuales juego al anochecer.
Las lunas corren a mi alrededor, ellas ríen mientras me rodean,
sus cabellos plateados ondean en un aire pasmado y quieto.
Llevan listones negros que contrastan con las trenzas en sus cabezas.

Cien amaneceres y mil cuerpos, los cuales yacen bajo tumbas
en un mar de paz y tranquilidad.
Un mar que un día me abrazará y me hundirá hasta sus profundidades.

Cien amaneceres negros que vivo y he de vivir.
Cien maneras distintas de sentir.
Cien días, meses, años, décadas, siglos...
Un milenio que la eternidad misma guarda bajo su brazo,
cien amaneces negros, que aguardan por...

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