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viernes, 23 de mayo de 2014

La luna, un bote y el mar.


El cielo estaba gris cuando zarpé aquella tarde.
Anunciaba una noche nublada y tempestuosa.
El mar estaba agitado y las olas golpeaban el casco de mi barcaza.
Mi amigo el capitán se había perdido en un sueño.
No pude esperar por el, pues desconocía donde se encontraba,
y contra mi propia voluntad, me adentre a las fieras aguas del mar
y comencé a navegar.

El viento golpeaba contra las velas y el mástil parecía querer ceder ante su fuerza,
el timón se retorcía bajo mis dedos 
y una lucha desenfrenada contra la naturaleza y mi fuerza
se estaba dando en silencio.

No soy marinero, apenas sobreviví a tal enfrentamiento
y mi amigo el capitán, el navegante aventurero,
simplemente no estaba para animarme. 

Es curioso ese sentimiento de vacío que se siente a veces,
cuando parece que algo falta en tu entorno.
Es como si pensaras que aquello que te falta esta ahí,
a tu lado o en donde debiera estar,
pero al mirar en la dirección que tu mente te indica,
ves la realidad y aquello que deseabas estuviera ahí,
simplemente es un recuerdo abstracto.
Una mala jugada de la mente y del destino.

La tarde se fue como un susurro violeta y rojo tras el velo gris
y el fuerte viento arrastró consigo las nubes tristes.
El cielo quedó despejado y la noche se presentó con su manto negro.
La luna brillaba como un ojo frío y blanco en el cielo
y me observaba sin cesar.
Me seguía en mi travesía hacia la tierra de los secretos.

Pero dentro de mi anhelo por alcanzar las playas de la verdad,
el recuerdo de mi amigo y compañero de aventuras regresó.
La realidad de todo esto, es que nunca supe con exactitud cual fue el motivo de su partida.
Muchas veces creí que fue una ofensa a su persona,
pero lo negó.
Otras veces creí que era por falta de tiempo,
pero tampoco me lo rectificó.

El tiempo es relativo...

Pero en la distancia divise algo que me hizo olvidar mi pena:
una chispa blanca como una perla y brillando como un diamante,
se alzaba sobre los cielos.
ERA HERMOSO.
Aquella luz distante me llamaba y yo me sentía atraído hacia ella.
Cuando la alcancé, me sentí reconfortado.
Mi viaje ya no sería tan solitario, pues aquella luz,
aquella estrella me acompañaría en esta travesía.

Pero aún así. 
Aún sabiendo que ella estaría a mi lado de muchas formas,
el recuerdo de mi amigo me ensombrecía el semblante,
y una nube de tristeza me opacaba la mirada.
Salinas gotas recorrían mis mejillas en ocasiones
o recuerdos de antaño me hacían reír.
Las emociones eran tantas y tan variadas,
pero siempre prevalecían aquellos recuerdos latentes
y una tristeza desolada los acompañaba como el frío al invierno.

Mi viaje aún continua, 
voy navegando un mar de ilusiones en un bote de deseos
y la luna de una noche estrellada, me ilumina el sendero.
Mi estrella amada me acompaña en este viaje,
mientras en algún lugar lejano o tal vez cercano,
se encuentra mi amigo el navegante.
Solo espero poder verlo dibujado en las estrellas un día,
en la constelación de los peces
o en Camelopardalis,
sonriente y feliz.

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