Estaba caminado sobre un sendero azul,
el cielo era gris y las nubes lo cubrían,
esa mañana no era de un vivo y divertido tono celeste.
El viento venía del norte,
soplaba suave y lentamente,
acariciaba mis mejillas y las congelaba,
al tocarlas y al rozarlas.
Mis ojos no querían trabajr ese día,
pues ardian y lloraban,
solo en dormir pensaban.
Pero eso no impidió que se percataran,
de la figura que enfrente se encontraba.
Alta como una vara y delgada como el tallo de una rosa,
una mujer se encontraba y sus ojos,
a cielo miraban.
Era blanca como las nubes,
y se notaba delicada,
elegante y refinada.
Ojos grises como el cielo de esa mañana,
piel de mármol tallado y trabajado,
cabello largo y color de perla,
vestido largo y pura seda.
La miré, me acerqué y luego le pregunté:
¿qué buscas en el cielo?
Ella me contestó:
Llamo a la nieve.
Su respuesta fue extraña,
pues llamar a la nieve, no es precisamente
algo que uno pueda hacer.
¿Llamar a la nieve? -yo le pregunté.
Llamó a la nieve, para que todo vuelva a florecer -ella respondió.
Seguí su mirada, y volteé al cielo,
y de una nube gris y plateada,
un destello blanco como lana se desprendió.
Calló lenta y tranquilamente,
se mecía con delicadeza,
y desecendía con total destreza.
Era un copo de nieve,
y se posó sobre la mano de la dama.
Ella sonrió,
y su sonrisa fue amplia.
La nieve ya viene -solo me contestó.
Y de repente, cientos de copos de nieve,
comenzaron a caer.
Uno aquí, otro allá,
varios sobre mi cabeza,
y se mezclaban con el ambiente,
con la naturaleza.
Todo se forró de una fina capa de hojuelas de hielo,
la nieve cubría hasta el rincón mas escondidos,
y los lugares no conocidos.
Regresé mi mirada hacia la dama de blanco,
ella me volteó a ver y una sonrisa me regalo,
posó su mano helada sobre mi rostro,
y me observó con detalle, con esos finos
y elegantes ojos.
Retrocedió tres pasos desde donde estaba
y, luego de una sonrisa ansiosa,
explotó en una nube de luz y copos.
Se esparcieron por todos lados,
y se impregnaron incluso en mi propia ropa.
Esa dama era el espíritu del invierno,
que llegaba temprano,
para llamar la nieve,
la cual descendió como copos.
Copos de nieve.