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martes, 22 de octubre de 2013

De muerte a vida.



Cuando el día arribaba
y con él la mañana llegaba
el Sol aparecía en el horizonte,
y era impulsado al cielo por un gigante resorte.

Cuando el día avanzaba
y los rayos rojos como lanza te atraiezaban;
el Sol estába arriba
y miraba como un zorzal volando se iba.

Las nubes viajaban de aquí para allá,
se movían como peces en el agua
con sus corazas de malla
y sus aletas de paraguas.

En el lienzo azul del cielo el Sol buscaba
una enorme y bella perla plateada,
con pecas de grises colores
y rayos blancos de tenues sabores.

Un destello se abría paso en el ocaso,
y su corazón de fuego palpitaba a acelerado paso;
esperaba a su amada Luna,
aquella que le cantaba canciones de cuna.

Pero nada sucedió,
su Luna  no apareció,
Esa noche no salió,
pues ella desapareció.

En su agonía, el Sol lloraba y lamentaba
la perdida de su perla amada,
pues al llegar el ocaso,
ella aparecía siempre portando un bello casco,
blanco como la nieve;
viva y llena de relieve.

Un fino hilo de sangre dorada flotaba en el cielo,
y el Sol lentamente moría en el cielo,
su sangre dorada alimentaba las estrellas
y sus venas manchadas daban vida a la tierra.

Y tras una nube grisácea,
apareció la Luna con gracia,
con su bestido de luz fluorecente,
caminando elegante y presente.

Pero el regalo de vida no fue gratuito,
para dar vida, primero hay que dar muerte.
Esa es la ley del universo.

Y así el Sol murió esa tarde,
dividendo su vida:
por las mañanas, el domina los cielos
y por las noches, muere para dar a la Luna,
su amada cantora de cuna,
su vida en custodia.

Jägare Stjärnor.

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