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domingo, 20 de octubre de 2013

Un mar desolado.



Las olas rugen con furor
y el viento desata todo su coraje,
el mar azota todo sobre él,
y bajo sus aguas el mundo tiembla.

Un barco en la deriva, se mece sin control
de vuelta e ida.
Un noble Navegante, intenta no perder su rumbo
tras el mástil y el turbante,
intenta controlar esa parte del mundo.

Las gotas caen como bolas de acido helado,
congelan y dejan todo desolado,
penetran y quebrantan la piel;
acosan con su aliento de hielo.

Las estrellas observan su rumbo y se apiadan de su alma,
los astros de la noche, miran al mar con reproche.
Siempre han confiado en él,
y ahora los traiciona.

Se mece como una mecedora,
y se agita como una batidora;
azota como látigo de fuego,
y lastima, te destruye hasta que, luego,
te deja derrumbado,
como césped en el prado.

Pero ese navegante, ese joven de estandarte;
valiente como león y fiel como serpiente,
ahora esta en la deriva,
en un mar que no tiene salida.

Mirando hacia sus flancos,
como si en ellos buscara algún blanco.
Algo que le dijera: ven hacia acá,
algo que le prometiera un lugar seguro.

Ahora no tiene salida,
perdido en un mar desolado.

Ahora está en la senda escondida,
viviendo como un derrotado soldado.


lundërtar.

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