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viernes, 28 de marzo de 2014

Te añoro.



Repugnante sentimiento: el desear algo.


¿Por qué diablos no simplemente te puedo dejar de pensar?

Las promesas son como diálogos huecos en mi mente.
Me dicen las voces en mi cabeza: es mentira, nunca lo hará. 
Pero a la vez, mi corazón grita: ten fe.

Te llamo: no contestas.
Te envío textos: no respondes.
Te busco: desapareces.
Te espero: nunca llegas.

Añoranza: Nostalgia o sentimiento de pena que produce la ausencia, privación o pérdida de una persona o cosa muy querida.

Añoro tenerte de vuelta.

Espero en las costas del universo, 
bajo la brisa de las estrellas.
Veo el horizonte galáctico cada vez que los ciclos terminan,
y cada vez que los ciclos vuelven a iniciar.

Te espero, con aquella caña de pescar
que prometiste usar un día conmigo.
Una caña de pescar, para capturar cometas.

Nostalgia... me haces sentir eso cuando te recuerdo.
Tu ausencia me hace sentir pena, un dolor mudo y profundo.

Esperé dos lunas a tu llamado,
a que tu barco arribara, pero no llego.

Sigues navegando en la lejanía.
Ojalá un día regreses...

Miedo.



La noche era densa. Estaba en una fiesta.

Me llamo Ana. Ana ______. ...

Recuerdo pocas cosas de aquella noche:
- vasos rojos.
- cerveza.
- A Dannielle.
- chicos.
- chicas.
- chicas sexys.
- chicos guapos (demasiado guapos para ser reales).
- autos deportivos.
- mas cerveza.
- Isabelle.
- la luna.
- colonia de hombre.
- a mi llorando.
- a mi gritando en silencio.
- a mi tratando de huir.
- a mi intentado escapar de sus brazos, de su peso, de sus labios...
- la policía.
- un Monstruo.

La noche comenzó con una mentira. Dannielle y yo eramos mejores amigas y esa noche, yo -supuestamente- iba a pasar una pijamada en casa de Dannielle. Todo iba a ser perfecto por que, Dannielle nunca me haría daño y por que era mi primera fiesta en toda mi vida. Por fin iba  saber lo que era divertirse con los chicos grandes del colegio. Tal vez me besaran por primera vez. Tal vez me sentiría querida y amada por alguien. Tal vez....

Llegamos a casa de Dannielle. Su hermana, Isabelle nos esperaba en la sala de estar. Isabelle, al igual que su hermana menor, era hermosa. Ambas eran rubias, pero no de un rubio cobrizo ni mucho menos amarillo mostaza. No. Ellas eran de cabellos tan claros y brillantes como el oro fino: casi plateado. Isabelle llevaba puestos un entallado vestido azul y el cabello recogido en una coleta de lado. La hacia ver más bella de lo que era. Yo parecía un cero a la izquierda a su lado: jeans, sudadera con un estampado feo, una playera que decía "rock it, baby", tennis y el cabello suelto y despeinado. Si no fuera por que Dannielle se preocupo un poco en mi rostro y me pinto con algo de delineador y sombras los ojos, ¡ah! y me puso un brillo labial color rosa muy coqueto, parecería un niño con cabello muy largo y rasgos muy finos. Pero al fin y al cabo, un varón. No había casi nada femenino en mi, ni siquiera mis pechos habían comenzado a formar esas curvas tan bellas en las chicas mayores. Parecía una tabla a su lado. 

Mientras, Dannielle me hacia algo de compañía: ella llevaba igual jeans, pero a diferencia mía, su blusa era mas bonita, no llevaba una playera y mucho menos una sudadera vieja. Llevaba una chaqueta de denim y botas con peluches. El cabello arreglado con una trenza que lo sostenía arriba y suelto abajo. Sus deslumbrantes ojos verdes la hacían parecer una fiera felina sonriente.

Isabelle dijo algo cuando llegamos.

Isabelle: Hubieras obligado a tu amiga que se pusiera algo más decente, Danny. Se ve fatal con esa ropa... pero bueno, no hay tiempo. ¿Están listas? Bien, dejen que me retoque el maquillaje un minuto y nos vamos. Voy por mi bolso.

Tardó mas de un minuto, pero no se prolongo tanto como un cuarto de hora. Cuando regreso, con un bolso pequeño, pero igual llamativo y muy bonito en el brazo, sonrió -me miró con asco- y abrió la puerta. Salió y nos subimos al VW Beetle convertible color amarillo de Isabelle. El viaje hacia la finca donde la fiesta se celebraba -a unas seis millas de la casa de Dannielle- comenzó.

Tardamos aproximadamente unos diez minutos en llegar.

La entrada a la finca era espectacular. Había un gran arco hecho de madera de roble rustico y al menos unas diez astas de algún tipo de venado o alce que la adornaban. En la cima, al centro, decía: Finca Cleyton's.

Cleyton era el padre de uno de los chicos mas populares de mi secundaria, la secundaria Skylight. El señor Cleyton era el presidente del consejo de padres de la secundaria y una de las personas -junto con su familia- más ricas del pueblo y de varios kilómetros a la redonda. Todo el mundo escuchaba al señor Cleyton -algo-.

Al llegar, Isabelle estacionó el Beetle cerca de la entrada de la enorme cabaña que predominaba la zona despejada de la finca. Detrás había un gran lago y el bosque y las montañas se dibujaban oscuras y misteriosas en el fondo. Dannielle salió del auto junto con su hermana y yo las seguí. Me sentía insegura y algo asustada. Era mi primera fiesta y había mentido a mis padres de a dónde iba a ir realmente. No debería estar aquí.

Dannielle me tomó del brazo y me arrastro hasta llegar al gran patio que había atrás. Pasamos en medio de un mar de adolescentes frenéticos y extasiados por alcohol, cerveza y no dudaría que hasta drogas. Algunos fumaban algo que no era cigarro en una esquina, lo sostenían con la punta de los dedos e inhalaban con fuerza cuando ponían aquella cosa humeante en sus bocas. Logré ver al menos a dos de aquellos chicos en un sillón cercano. Tenían los ojos muy rojos, como si hubieran estado llorando, pero sus rostros demostraban otra cosa: risa. Estaban felices y reían como idiotas.

Al llegar al patio trasero vimos a mas chicos y chicas con vasos rojos y botellas de cerveza en las manos. En algunos lugares menos luminosos se veían parejas muy entradas en lo suyo. Yo era un bicho raro en medio de un enjambre de dioses griegos.

Dannielle llegó con un par de botellas color ámbar en las manos. No logré identificar la marca -¡ha! como si yo supiera de esas cosas- y me la ofreció.

Dannielle: Toma Ann. Bebe. Es cerveza, te va a gustar.

Lo dude por un momento y ella vio la duda en mis rostro.

Dannielle: ¡Ash! No te morirás por beber Ana, además ¿para qué viniste a una fiesta si no te diviertes? Es solo una cerveza... tus no padres no se enterarán.

No se en qué momento sus palabras endulzaron mi razonamiento y me convencieron, pero accedí y bebí la cerveza. Fue así como comenzó todo. Primero fue una, luego dos, luego cuatro y seis y diez y ya no e cuantas más me bebí. Estaba demasiado ebria como para saber si en realidad me bebí diez o solo me bebí tres.

Perdí de vista a Dannielle, a Isabelle y a todos. La noche me observaba y en el cielo, la luna menguante me sonreía como si fuera a decirme algo en tono amable. Vi pasar una estrella fugaz y creo que también vi un meteorito caer cerca de la montaba mas enana en el fondo detrás del bosque. O tal vez fue un platillo volador que cayó del cielo. Seguramente los aliens vinieron a celebrar el libertinaje junto con nosotros.

Estaba tan ensimismada, que no me di cuenta cuando este chico sexy y radiante y guapo se acercó hasta mi y me toco la mejilla. Creo que yo estaba llorando.

Chico sexy: Hola, pequeño misterio.
Yo: 
Chico sexy: Ese rostro bello no debería ser taladrado por las lagrimas. Deberías ser besadas tus mejillas.

Y sin más, acercó sus labios a mi rostro y me beso la mejilla. Me asusté. Salté por la conmoción del momento. Hasta ese momento, los únicos hombres que me había besado las mejillas eran mi padre, mi abuelo y el tío Ben. Este chico sexy se dio cuenta de mi reacción y sonrió al ver mi inocencia escapar de mis ojos.

Chico sexy: Tranquila, tranquila. No quería asustarte. Solo quería aliviar tu dolor.
Yo:
Chico sexy: Y por fin, ¿cómo te llamas? ¿No me piensas decir? Esta bien, entonces tendré que ponerte un nombre. Te llamaré... Ninfa. Si, como las hadas griegas o algo así, te llamaras Ninfa hasta no saber tu verdadero nombre. Oye Ninfa, ¿quieres ir a otra parte? Este lugar tiene muchos humanos vomitando por todas partes.

Estaba emocionada. Estaba en una fiesta, mi primer fiesta. Había bebido por primera vez, veía cosas que los demás no y ahora, había un chico sorprendentemente sexy y guapo frente a mi y me preguntaba si quería acompañarlo a otra parte. Tal vez no sería tan malo, tal vez solo quiera platicar... tal vez me bese en los labios y me sienta amada por alguien. Tal vez, el sería mi novio al final de la noche... tal... vez...

Solo sentí como me tomaba de la mano y me hacia caminar tras de si. Era muy guapo de verdad. A pesar de que no me sentía muy bien y que, seguramente estaba completamente borracha, podía ver lo guapo que era: alto, de cabello castaño y ondulado, de piel dorada, no morena, si no bronceada, musculoso. Con brazos fuertes y torneados. Ojos azules. Sonrisa de ensueño y mentón fuerte. Cejas pobladas y pestañas largas. ¡DIOS! Era demasiado guapo, incluso mas bellos que cualquier chico o chica que conociera. Su belleza superaba la de Isabelle y Dannielle y todas las chicas bellas y los chicos guapos de la secundaria Skylight juntos. Y estaba yo, un manojo de trapos deslavados y cabellos despeinado corriendo a su lado hacia el secreto del bosque.

Llegamos a una parte donde los arbustos nos ocultaban del resto. Me tomó del rostro y me miro. Su mirada era tierna. 

Chico sexy: eres hermosa, no deberías llorar.
Yo: 
Chico sexy: te besaré, Ninfa.
Yo: 

Suspiré cuando me dijo eso y sin aviso previo pegó sus labios a los míos. Casi me desmayo con ese beso. Era mi primer beso y lo estaba recibiendo del chico mas guapo y sexy que jamás hubiera conocido. Me pegó a su cuerpo. Yo solté la botella de cerveza que llevaba en la mano. Inhalé su aliento, sentí sus músculos en mi cuerpo: fuertes, firmes, torneados y macizos. Me abrazó, pasó su mano por la espalda... me sentía maravillosa y deseada en ese momento. Sus manos fueron bajando: mis omóplatos, la curva de mi espalda, mis caderas, mis nalgas... y fue en ese punto donde las cosas no me comenzaron a parecer. 

Traté de quitar sus manos de mis nalgas, pero el se negaba. Intenté separar mis labios de los suyos, pero el no me dejaba. Trate de alejarlo de mi, pero el era mas fuerte. Me apretaba las nalgas como si fueran cojines o como le hacen las personas estresadas a esas pelotitas de esponja con las que calman sus ansias. Traté de gritar, pero el no dejaba de besarme. Ahora, sus besos eran mas un tortura que un placer. De alguna forma, la cual no supe como, el me recostó en la tierra fresca del bosque. Arriba las estrellas nos miraban. La luna estaba oculta tras las copas y su luz no llegaba hasta mi. Grité, pero mi grito fue más bien un susurro débil y sin sentido.

Intenté decirle algo, pero mi voz era un balbuceo de palabras que no significaban nada. El chico sexy sonreía, pero su sonrisa no era amable. Era enferma.

Sentí mis jeans bajarse. No tenía mas fuerza para luchar contra él. Luego sentí mi chamarra abrirse y mi playera alzarse. Mi ropa interior ya no estaba en su lugar. Luego sentí de nuevo su cuerpo, musculoso y pesado, sobre mi. Este chico pesaba como cinco toneladas y no podía quitármelo de encima. Luego algo dentro de mi cuerpo, algo que no pertenecía a mi. Luego calor. Luego dolor. Luego, él tapando mi boca con su mano. Luego nada. Nadanadanadanadanada. Luego obscuridad. Luego me sentí ligera. Luego escuché su respiración, entrecortada. Sus ojos azules brillaban en la obscuridad del bosque: era un Monstruo. Luego él de pie, subiendo la cremallera de su pantalón. Luego, nada....

Cuando desperté, estaba en la sala de la cabaña de la finca de Cleuyton, con el teléfono en mano. No había dormido. Tenía el cabello lleno de ramitos y hojas secas y tierra húmeda  fresca. Me ardían los ojos, como si hubiera estado llorando. En el teléfono sonaba un tono de espera. No sabía que hacía con el teléfono en mano, hasta que del otro lado escuché una voz... una voz femenina.

Voz femenina: Emergencias, ¿en qué le puedo ayudar?
Yo:
Voz femenina: Esta bien cariño, no te preocupes, ya tengo tu ubicación. ¿Te hicieron algo? ¿Estas herida? Ya va una unidad hasta donde te encuentras.

Escuchaba la voz femenina que me hablaba al otro lado del teléfono, cuando sentí un fuerte tirón en el brazo y el teléfono me fue arrebatado. Era Isabelle y estaba furiosa.

Isabelle: ¡TODOS FUERA! La policía viene en camino.

Dannielle estaba con ella y me veía con odio.

Dannielle: ¿ACASO ERES ESTÚPIDA ANA?

Luego, sentí como una mano me golpeaba la mejilla y caía sin control.

jueves, 27 de marzo de 2014

Sueño.



Hoy tuve un sueño: soñé con el fin del mundo. Habían seres de otros planetas, tal vez de otras dimensiones. Habían seres mágicos y buenos y un caos inmenso que iba destruyendo todo a su paso. 

Igual soñé con mi Dios.

Soñé que me arrancaba de este cuerpo imperfecto y débil, lleno de rocas y piedras que me hacen rodar y rodar hacia una cuesta infinita.

Hoy soñé con mi derrota, con mi destino dual: la luz y la soledad. La oscuridad.

Hoy soñé con mi compañero el navegante: estaba acurrucado en un barco, lleno de agua sucia y con miedo. Un miedo inminente que opacaba su mirada. Un miedo que lo hacia ver muerto. Un miedo frío y cegador. Tal vez no era su miedo el que veía en sus ojos, tal vez era mi miedo. Mi temor a perderle... a perder todo. A perderme a mi mismo en el fin de toda vida en este mundo.

Hoy soñé con un cielo nuevo, una tierra nueva y una vida nueva. Una vida eterna, llena de felicidad. Pero no recuerdo si yo estaba en ella. No recuerdo si yo vivía en ese nuevo mundo.

Recuerdo a mis padres en él, a mis hermanos, y los padres y hermanos del navegante. Lo recuerdo a él. Me miraba, más no recuerdo su mirada. No recuerdo que me decía con ella. No recuerdo si me miraba con felicidad o con tristeza. Con miedo o con valentía. Solo lo recuerdo: de pie, de blanco y sonriendo.

El agua estaba turbia y fría y habían cosas que surcaban debajo. El cielo era gris. Ya no entendí si estaba en el paraíso o me había quedado en el infierno. Sentí miedo. Unos seres se burlaban...

Y desperté.

Anhelo.



Anhelo:
- hablar contigo.
Anhelo:
- escucharte.
Anhelo:
- volverte a ver.
Anhelo:
- reír.
Anhelo:
- tu compañía.

miércoles, 26 de marzo de 2014

Adiós.



Tantas formas de decir adiós.
Tengo tantas formas de decir: te vas.

Nos sucede lo mismo que a la Pangea, 
cuando los continentes se separaban con la llegada de la marea.
La distancia se vuelve mi amiga
y la tristeza mi compañera.
El destino nos admira, nos ve con pena.

Las sirenas cantan sus canciones
y los pastores tocan sus arpas.
Nos separamos: tu te olvidas de mi y yo trato de no recordarte.

Hay tantas maneras de decir que te quiero
y a la vez tantas formas de ignorar tu voz.

Creo que al final sólo quedará el recuerdo
y el susurro de un silencio perpetuo.

Tantas formas de arrancarte de mi mente,
pero aún sigue prevaleciendo tu silueta en ella.

La soledad es nuestra amiga, bueno, es solo mi amiga.
Mi amiga sin condición.

Te veo sobre un barco,.
Vas alejándote en el horizonte naranja.
Llevas puesto el traje dorado con el que te conocí....


Carlos Duarte.


viernes, 21 de marzo de 2014

Medias negras.



Ahí esta ella y aquí estoy yo, de pie junto a la puerta.
Ahí esta ella y aquí esta mi alma, saliendo de mi cuerpo y regresando en intervalos disparejos.
Ahí esta ella y aquí esta mi cuerpo, conteniendo y desatando a la vez una pasión descomunal.
Ahí esta ella, una dama de papel: frágil y delicada. Hermosa...
Ahí está ella y aquí están las prendas perfumadas que usaba hasta hace un momento.
Me veo volando en un cuerpo traslucido que corre hacia la cama, la cama donde ella me espera.
Acaricio el placer con dedos que no tocan nada, solo a ella. Dedos que son humo en el aire, hilos y surco que se van dibujando en la pesada atmósfera de nuestra habitación. Hay olor a canela y manzanas en ella.
Ahí esta ella, envuelta en un par de medias negras. Tela suave que la acaricia, le dan calor...

Ahí esta ella y aquí estoy yo, cara a cara a mi amada.
Aquí esta ella y yo estoy a su lado.
Aquí estamos los dos, fusionando nuestras almas bajo una bóveda estelar y con la luna de testigo,
siendo cómplices de la noche.
Aquí estamos los dos, entregándonos y fusionando nuestras almas.

sábado, 15 de marzo de 2014

Esquizofrenia.




Estoy solo. Es mentira, hay más contigo. Estoy solo. No es verdad, hay dos sombras negras a tus lados. Estoy solo. Te equivocas, idiota, jamás estarás solo. Estoy solo. Hola. ¿Por qué me dicen estás cosas? ¿Por qué no me dejan solo? Estoy solo. ¿Acaso esperas que nos vayamos?. No estoy solo, ellos viven en mí. Conmigo. Estoy solo… jamás. Jamás dejaré de verlos. Estoy solo. Aún en mis sueños me persiguen. Estoy solo, no hay nadie en la habitación. Estoy solo. ¡Ja-ja-ja!. Estoy solo. ¿Acaso te mentiras así todo el tiempo? Estoy solo. No hay nadie en la habitación. Holaholaholaholah... No estás solo. No se callan. Estoy solo. No, no lo estás. Me repito “estoy solo”, pero nunca lo estaré de verdad.



Carlos Duarte

viernes, 14 de marzo de 2014

Las voces.



Lodebeshacerlodebeshacerlodebeshacer. Extendí las manos y las apoyé sobre mis oídos. Quería callarlas. Apagarlas. Mi cabeza estallaba y ellas seguían. Lodebeshacerlodebeshacerlodebeshacer. ¿Debía escucharlas? ¿Debía hacerlo? No se callan. Aunque ponga la música a todo volumen, ellas… Siguen. Acuchillan mis tímpanos. Taladran mi cabeza. Me torturan día y noche. Frente a mi hay una cuerda, está sobre la mesa. La tomé. La cuerda era suave. La até en un palo viejo y alto y la puse alrededor de mi cuello. Subí a una silla, luego a la mesa y salté. Solo así se callaron las voces.



Carlos Duarte.

miércoles, 12 de marzo de 2014

Camelopardalis.


Hoy les contaré algo que me sucedió hace 7 años.

Iba en una de esas rutinarias salidas nocturnas que suelo realizar con placer,
transitaba la vía láctea de extremo a extremo, sobre un cometa azul.
En ese entonces las estrellas eran menos brillantes, muy tenues,
como susurros de luz en medio de la tempestad...

Mi cometa azul surcaba los mares de polvo estelar,
hacía olas brillantes a su paso y chorros de polvo luminoso
mojaban secamente los planetas misteriosos.

A lo lejos se veían los soles ardientes, como antorchas vivas
en mitad de la nada. Faros de fuego incandescente.
La vía de leche mágica, me guiaba a través de la galaxia
en un camino de luz inmensa y brisa helada.

Lo recuerdo bien, esa noche vi una luna dorada y un sol plateado,
habían estrellas moradas y planetas moteados.
Unos seres, amigos míos, los cuales no puedo pronunciar sus nombres,
pero que son bellos y tienen alas en las espaldas.
Guardianes de los cazadores y los navegantes.

En la distancia, algo llamó mi atención:
brillaban unos puntos en la oscuridad, asimilaban a los diamantes
pulidos con su brillo cegador.
Había un hombre junto a ellas, era joven y navegaba un barco.
El joven hombre dibujaba con un pincel empapado de
polvo estelar, los puntos que se formaban en la distancia.

Dirigí mi cometa hacia ese lugar y la trayectoria fue corta
a pesar de que era larga, pues mi cometa azul corrió a gran velocidad
y una estela de hielo y cristales y luz
iba quedando a su paso.

El joven hombre continuaba pintando,
su pincel forma círculos aquí y allá,
los dispersaba entre la inmensidad del universo y los puntos,
por misterioso que parezca,
iban tomando una forma definida.

Uno aquí, otro allá,
uno abajo y otro arriba.
A su izquierda dos y a su derecha cuatro
y uniéndolos con lineas precisas
y marcas definidas,
las estrellas se fueron juntando
y cobraron vida.

Formaban un animal de un planeta vivo,
un planeta que conocía y al cual en varias vidas había visitado.
Formaban una criatura de cuello largo y patas delgadas,
con gracia en sus caminar y elegancia en su andar.

Camelopardalis.

Así la llamó. Una constelación que vivía entre las estrellas dormidas.

Camelopardalis.

El joven me vio y yo lo vi a él.
Me regaló una sonrisa amable y yo le correspondí con otro.
Me acerqué hasta su caballete invisible y lo salude.
Platicamos sobre su creación y comenzamos a conocerlos.
Hace siete años, conocí a un navegante en medio del universo,
quien se aventuraba en su barco de cristal
por los océanos de galaxias.

Hace siete años, uno de mis complementos apareció en el universo,
pintando constelaciones y estrellas en las galaxias.

Hoy se conmemora parte de ese encuentro,
pues aquel joven hombre celebra sus primaveras.
Hoy, hace veintidós años, 
Camelopardalis nació en el cielo,
para iluminar el camino de los navegantes de esta tierra
e inspirar a los poetas enamorados,
una constelación que nos vigila y nos protege
de las amenazas de un universo peligroso.

Felicidades, Camelopardalis.




martes, 4 de marzo de 2014

Perfume.



El despertador retumbó en mis oídos la mañana del miércoles. Habían pasado dos días desde que la vi partir en mi puerta, como una doncella escapando del castillo de una bruja. Su entallado vestido, sus zapatillas plateadas y el encanto en su mirada, permanecían en mi cabeza como recuerdos constantes. No se iban, por más que intentaba olvidarles.

El corporativo de arquitectos del cual soy socio, no notó mi ausencia la mañana ni el resto del día de aquel lunes de ensueño. Cuando me deje conquistar por su encanto.

El despertador seguía timbrando y vibrando en el buró más cercano a la ventana. El reloj marcaba las siete de la mañana. Tenía una pereza de estructuras épicas y no tenía intenciones de levantarme, pero mientras el despertador seguía sonando y mientras yo debatía entre levantarme de la cama o no, mi teléfono móvil comenzó a sonar también. No esperaba la llamada de nadie y además era muy temprano como para que Hazael o Valdimir o Sebástian me llamaran para asistir a alguna junta fugaz del consejo del corporativo o para que los acompañara a ver alguna negociación o cierre de venta de lo que sea... no era ninguno de ellos y no era nadie de quien esperara una llamada. De hecho, el timbre ni siquiera era el de las llamadas. Era un mensaje de texto.

7:03 am de 445563890
Mensaje: Hola extraño...

Eso era todo lo que el mensaje decía: hola extraño. No reconocía el número. Mi teléfono no lo tenía registrado, pero yo creía saber de quien era dicho mensaje. No solía dar mi número personal a los clientes ni a personas que no necesitaran nada más que el número de la oficina o el del escritorio de Anna, mi secretaria. La última persona a la que le había dado mi número personal, era a ella. A Perséfone.
Comencé a sudar. Mis manos sudaban igual que mi frente y el teléfono se empapó en la parte de atrás, donde está la tapa. ¿Qué debía hacer? ¿Contestar o simplemente ignorar su mensaje? Leí al menos seis veces el mensaje y decidí responder.

Para: 445563890
Mensaje: Hola extraña, ¿cómo has estado?

Presioné la pantalla del teléfono donde decía ENVIAR y el mensaje de texto salió disparado de la pantalla hacia un icono con forma de buzón. Una alerta que notificaba que ya se había enviado el mensaje apareció y yo... yo me quedé esperando con el teléfono en la mano y la mirada perdida en la pantalla del móvil. Pasó una hora y el mensaje no me fue respondido.

Me levanté de la cama, me di uno de esos baños bajo la regadera en los que piensas y meditas cosas varias. Tomé mi tiempo con ese baño. Al salir, seleccioné la camisa blanca que casi siempre uso, los pantalones grises y la chaqueta a juego con los pantalones, una corbata que no pensaba usar -a menos que lo necesitara- y uno de los tres pares de zapatos que guardo en el armario. Arreglé mi cabello, perfumé mi cuerpo con colonia y una vez estando listo, salí de mi departamento el el último piso del edificio Vivaldi's Suits and Longe.

El elevador tardó más en descender esta ocasión. Abajo, un Audi A8 negro esperaba por mi. Caminé hasta el automóvil y desactive los seguros y la alarma con el interruptor que colgaba de las llaves. Subí al auto y arranqué el motor. Una ráfaga de aire azotó en mis narices y un aroma tenue y peculiar me impregnó las fosas nasales. Era el aroma de Perséfone. Su perfume qué quedó plasmado en los asientos de piel de mi auto, me asechaban como fantasmas de un pasado tan joven y de un recuerdo reciente.

Ajusté el cinturón de seguridad en el asiento, encendí el motro y comencé a manejar. De camino hacia el corporativo HEV Architecture & Desing, el teléfono permaneció tan silencioso como cuando salí del departamento. El camino a la oficina fue relativamente largo y monótono.

Al llegar al estacionamiento del edificio donde se concentraba el corporativo -una construcción de veinticinco pisos y recubierta de cristal, con el emblema HEV Architecture & Desing en la cima- uno de los guardias de seguridad me recibió en la cabina de vigilancia de la entrada. Su nombre era Johan y llevaba trabajando en el corporativo cinco de los diez años que HEV tenía en el mercado.  Johan me recibió con una sonrisa jubilosa y alegre.

- Buenos días arki.
- Buen día Johan, ¿cómo están las rondas hasta ahora?
- Todo está normal por ahora. ¿Usted cómo ha estado?
- Mejor que ayer, debo admitir.
- Me alegra escuchar eso... bueno, ya sabe el tramite arki, su credencial y por favor, cuelgue la paleta de pase en el retrovisor.

Saqué una de las cuatro credenciales de pase e identificación y se la mostré. Él me dio una paleta, la cual colgué en el retrovisor del Audi y nos despedimos. La barra que impedía el acceso al estacionamiento de elevó y después de manejar unos segundos, llegué hasta el espacio reservado para mi auto.

Al ingresar al edificio, una chica pelirroja llamada Susanna corrió desde la recepción hasta donde yo estaba, cerca de unas esculturas enanas con formas redondas. Susanna llevaba una hoja de papel naranja en la mano y estaba un poco agitada por caminar rápido con los tacones.

- Arquitecto Eros, buenos días.
- Buenos días Susanna...
- Buen día señor. Hay una persona esperando en su oficina. Anna me pidió que le diera este mensaje apenas lo viera. Me dijo que era importante.
- Muchas gracias Susanna.
- De nada señor, me retiro.

Dio media vuelta y regreso a su lugar en la barra de recepción. La hoja naranja tenía un mensaje escrito a mano, a decir verdad, Susanna no tenía la mejor letra que haya visto, pero se podía entender. El mensaje decía lo siguiente.

Lic. Eros, lo espera en su oficina una joven. Dice que es urgente. 
                                                                                              Anna.
La sangre en mi cuerpo comenzó a correr rápido por mis venas y un calor nuevo me comenzó a vibrar en las fibras más finas de mi cuerpo. Me ajusté las gafas de graduación que me cargaba y respire hondo y pausado. Comencé a caminar, disimulando mi entusiasmo y recordé que el elevador de la planta baja estaba en mantenimiento desde ayer. El único en uso, era el del tercer piso, el cual conectaba directamente con mi oficina, la de Hazael y la de Vladimir. Solté una grosería entre dientes y subí casi corriendo las escaleras que estaban a un lado.

El traje me asfixiaba. Me alegré de no usar la corbata, pues a pesar del aire acondicionado que circulaba en todo el edificio, mi adrenalina calentaba tanto mi cuerpo, que el suit que llevaba puesto se sentía como cinco abrigos invernales de lana y poliéster juntos. Alcé los pantalones ahí donde apretaban más y subí los escalones de dos en dos, o hasta tres. Una de las mujeres de limpieza bajaba cuando yo, literalmente, saltaba de escalón en escalón y me miró con asombro, pues sabía quien era y lo que era, y lo cual hacía más extraña toda esta situación. Le regalé una sonrisa débil y apresurada y ella me correspondió, aunque con expresión más bien desconcertada.
Tardé seis minutos en subir los casi ciento setenta y ocho escalones -tal vez ciento ochenta- hacia el tercer piso, y en la recepción del departamento de logística y planeación, Vladimir me abordó al verme aparecer tras la sombra de una pared recubierta de mármol blanco y negro.

- ¡EROS! A ti era a quien buscaba. Estaba a punto de ir hacia tu ofici...
- Vladimir, ¿podemos hablar en otro momento? 
- ¿Pasa algo? ¿Por qué subías las escaleras con tanta... prisa?
- Me esperan en mi oficina.

Vladimir se quedó viendo mi rostro con cierta incertidumbre y ladeó la cabeza como lo hacen los cachorros cuando sienten curiosidad.

- ¿Te refieres a la mujer que llegó preguntando por ti esta mañana?

Esperaba que Vladimir no la reconociese. No se por que esperaba eso, pero Vladimir era de los amigos y compañeros con quien menos había tenido contacto, a excepción del trabajo -y solo en juntas de consejo o almuerzos con los socios-. Vladimir era más un allegado de Hazael y por ende, yo lo conocía, pero no lo suficiente. Además no era de mal parecer, con su cabello dorado como rayos de sol y sus ojos asquerosamente azules, una piel torneada y un perfil griego, Vladimir me hacía sentir algo incomodo algunas veces. Me daba la impresión de que era un maniquí con vida.

- Supongo, Anna me mandó un mensaje, pero la verdad es que desconozco quien sea la persona. A eso voy precisamente...
- Bueno, no te detengo entonces -me sonrió y luego alzó la mano, como si fuera a afirmar algo-, pero debemos hablar. Es respecto a aquel proyecto en Dubái que la compañía realizará. Hazael me dijo que lo tratara contigo, son cosas del diseño y... cosas así.
- Esta bien, podemos reunirnos luego. Yo te llamaré o dejaré un mensaje con tu secretaría.

Acercó su teléfono móvil -mucho más avanzado que el mío, Vladimir era un amante de la vanguardia en la tecnología- y recitó un nombre y palabras en forma de orden. El teléfono le contestó y se marcó una llamada.

- Okay, me parece perfecto. Entonces me avisas. Te dejo amigo mío. Suerte con eso...

- Gracias- le contesté, aunque no supe a que se refería con exactitud: si a la dama que me esperaba o al proyecto de Dubái.

Tomé el elevador de la recepción del tercer piso y presioné el botón que me mandaba al piso de mi oficina: diseño y arquitectura. Fueron dos minutos de espera en la caja móvil hasta llegar al lobby que precedía a las oficinas de los empleados de piso, al escritorio de Anna -el cual era demasiado elegante, pues fue mío antes- y a la puerta negra que hacía contraste con todo lo blanco en ese piso, y la cual era la entrada  mi oficina.

- Lic. Eros, me alegra verl...
- ¿Dónde esta? -pregunté directamente. 
- Lo espera en su oficina, le ofrecí agua y té, incluso café señor, pero ella no quiso nada. Solo llegó, entró y dijo que lo esperaría en su oficina.
- Muy bien. Gracias por tus atenciones Anna. Ahora, solo entra si yo te llamo, ¿Okay?
- Okay señor.

Y la deje que continuara con sus deberes.

Adentro, el aire era más ligero. Había una aroma dulce y floral en el ambiente. No vi su silueta de inmediato, pues caminaba a un costado de la entrada, donde tenía una amplia biblioteca personal, la cual tenía desde libros de diseño y arquitectura, hasta novelas clásicas y algunas más contemporáneas. Perséfone tenía un radiante vestido azul zafiro, su cabello negro descendía de su cabeza como una cortina de tinta negra. Su piel tan blanca como el mármol revestía la paredes del piso, contrastaba con todo ese mar de tonalidades azules y negras. Tenía las manos puestas hacia adelante, como sostenido algo... tal vez un bolso o un libro. Su cabeza miraba hacía arriba, un par de lentes se dibujaban en el contorno de sus sienes. Tenía la vista fijada en algo, como si leyera o admirara una imagen que la hubiese dejado deslumbrada. Desbarate ese silencio que se mantenía  pues la puerta no hizo ruido al abrirse y solo se escuchaba el taconeo de sus zapatillas y mi respiración agitada.

- Hola.

Perséfone volteó lenta y tranquilamente sobre si misma. Primero su cabeza se ladeo y luego todo su cuerpo giró 180º y quedó de frente a mi.

- Hola extraño...

Me sonrió con suma calidez. Todas las sonrisas anteriores, la de la mujer de la limpieza, la del rostro plástico de Vladimir, la de Susanna en la recepción o la de Johan en la entrada, todas, absolutamente todas se quedaban cortas contra la sonrisa pacifica, sensual y deliciosa de Perséfone. Cerré la puerta negra con suavidad.

- ¿A que debo el placer de tu visita?

Caminaba con el estilo de las gacelas: con gracia y elegancia. Derecha en todo momento y ese caminar solo la hacía ver mas hermosa. Más perfecta. Con el dedo indice de su mano izquierda, repasó los lomos de los libros de la biblioteca, mientras mantenía sus ojos en mi. No habló durante unos minutos, solo me miraba y sonreía, como si supiera que con eso bastaba para desarmarme y tenerme a sus pies como un perro.

Se detuvo al llegar a la ventana que daba una vista fabulosa de la ciudad y sus muchos rascacielos. Ya no me miraba para este momento, sino que mantenía sus ojos finos en el firmamento y su mirada reflejada en el cristal, se perdía en algún punto allá afuera.

- Me he hechizado yo misma...

Dijo mientras me daba la espalda. Caminé hacia donde ella estaba parada. Mis zapatos hacía un sonido sordo al tocar la alfombra con las suelas.

- Me he hechizado y necesito de la magia que me atrapo la noche que te conocí para poder vivir en paz de nuevo.

¿Magia? ¿Hechizos? Fuera lo que sea que ella me recitaba en voz baja y profunda... perfecta y sensual; no lograba entenderlo ¿Acaso era yo una especia de brujo y lo ignoraba?

- ¿De qué hablas exactamente? ¿Cómo supiste que esta era mi oficina?
Volvió a buscar algo en la distancia. El sol bañaba todo con un liquido plasmático color dorado, algo que los demás llaman luz, pero que yo prefiero ver como un elemento diferente: una sustancia ardiente y seca que fluía en el aire como agua pintada por estrellas.

- Hay cosas que tal vez jamás te pueda explicar del todo, pero si algo sé ahora, es que necesito de tu alma de nuevo. Necesito de ti lo que aquella noche me entregaste, entre la seda de tu cama y bajo el calor de tu cuerpo.

Ahora sus ojos grises estaban fijos en mi. Sus lunas gemelas me penetraban en alma, llegaban hasta un lugar escondido y recóndito de mi ser y me hacían sentir débil e indefenso ante el esplendor de esta mujer que me volvía loco e infantil. Ella me estaba pidiendo que la hiciera mía de nuevo, aunque algo en mi mente, algo en mi cabeza me decía que las cosas no tenían un orden. Que algo no estaba bien. Pero lo ignoré casi de inmediato. No pensaba en otra cosa más que en volver a tenerla entre mis brazos, acariciar su piel blanca hasta el cansancio. Besarla... besar sus labios de carmín, su cuello de alabastro... tocar su cabello negro, mirar sus ojos grises hasta saciarme de ellos, respirar su aroma... su perfume. Tener presente en mi boca el sabor de su aliento, la sensación de sus manos en mi cuerpo. La ráfaga cálida de su respiración sobre mi pecho...

Di un paso y quedé de frente a Perséfone. Su frente tocaba mi nariz. Su mirada bajó y mis manos buscaron su barbilla. Alce su rostro hacia mi y la miré. La contemplé y me deje seducir por su encanto. Deslice ambas manos por su cuello, llegue a su nuca y la acerqué a mi. Junté mi rostro al de ella y en un lazo intimo, la besé. La besé con desesperación. La besé con anhelo. Con pasión. Como si toda una vida hubiera esperado a besarla, aunque hubieran pasado solo unos días desde la noche en que nos unimos el uno al otro. La noche de nuestra sentencia. De mi sentencia...

Ella me abrazó por el cuello. Yo le rodeé la cintura. Mis manos bajaron hasta sus caderas y buscaron sus glúteos. La alce hacia mi. Me desviví en su boca y ella en la mía. Nuestros cuerpos se calentaban cada vez más y ni siquiera el frío del aire que salía de los conductos que nos rodeaban, lograba calmar nuestra candela interior. Ella me abrazó el cuerpo con sus piernas. Despeinó mi cabello con sus manos de porcelana. La llevé a mi escritorio y la acosté en él. Varias cosas cayeron al suelo y la alfombra amortiguó el estrépito que ocasionaban al tocar el suelo.

El saco del traje suit cayó tras mi espalda. Mi camisa empezaba a pedir a gritos que se desprendiera de mi cuerpo. Mi cuerpo pedía a gritos quitarme todo. Quitarle a ella todo.

Nos acariciamos. Nos besamos. Nos dejamos embriagar el uno con el otro y nos sumergimos en un mar de deseo y pasión a reventar.

Su vestido azul zafiro fue bajando poco a poco de su pecho y subiendo de sus caderas. Mi camisa blanca se separaba de mi pecho, de mis brazos y los pantalones grises se deslizaban en mis piernas como mantequilla sobre un sartén caliente.

Me entregué a ella y ella a mi y ambos nos fusionamos.

El tiempo transcurrió lento, pausado en mi oficina. Perséfone tenía ese efecto en mi, como ninguna otra mujer lo había tenido antes. Me hacía sentir más que vivo cuando estaba me unía a ella. Me hacía sentir un ser celestial, uno de los dioses del Olimpo. Me hacia sentir amor y deseo, pasión y desesperación  Me hacía sentir alegre, confundido, triste, vivo, muerto... como un fantasma y como un eterno. Me hacía volar los cielos y caer en picada en dos segundos. Me hacía atravesar los maneras y naufragar en una tormenta de proporciones épicas en mitad del atlántico. Perséfone me envenenaba con cada beso que me daba, pero su veneno dulce solo me hacía desear más de ella. Era como una droga: degenerativa, adictiva e imposible de dejar.

Y hubiera seguido así con ella el resto del día, de no ser por el agudo sonido del teléfono de mi escritorio -el cual no había caído al suelo- y por el nombre de Hazael que se pintaba en la pantalla verde del aparato.

- Debo contestar, amada mía...
- Ignoralos. Huye conmigo a un país diferente. Vayamonos a un mundo lejano y hazme tuya en cada luna que lo rodee.

Sus palabras como miel me engatusaban. Me hipnotizaba el movimiento de sus labios al hablar...

- Debo contestar.

Y la solté. Me separé de ella y nuestros labios se alejaron de forma apresurada. Ella se levantó del escritorio. Se acomodó el vestido azul y de su bolso retiró un cepillo y comenzó a pasarlo por su cabello mientras se miraba en un espejo largo que colgaba entre las dos estanterías de libros que formaban mi biblioteca. Sacó un tubo pequeño color negro, era un lápiz labial. Igual sacó una cajita negra muy plana, un polvo rosado se encontraba dentro y comenzó a arreglar su maquillaje desarmado. Contesté el teléfono.

- ¿Bueno?
- ¡EROS! Por todos los dioses griegos, ¿en dónde estás? 
- En mi oficina, ¿que sucede? ¿por qué te exaltas de esa manera?
- Eros, por los dioses en los que no creo, ¿olvidaste la junta, verdad?

Y después de escuchar eso, un flashback me vino a la cabeza. Claro, Vladimir olvidó mencionar la junta con los socios a las once de la mañana y para este momento, ya eran las once con diez minutos. Hazael estaba un poco alterado. Esa junta llevaba cuatro meses de anticipo y planeación, y era tan importante como lo son todas las juntas con socios, pero esta era especial. En esta junta, los otros doce socios del corporativo hablarían de inversión para construcción de desarrollos en Dubái y como era obvio, Hazael necesitaba de mi presencia para explicar los proyectos arquitectónicos y convencer a los socios de invertir. Después de todo, los negocios tratan sobre eso: dinero y más dinero.
- Estoy en camino. Llego en cinco minutos.
- Más vale que llegues en tres, ya están aquí once de los doce, junto con Vladimir y solo faltas tu para empezar. 
- Captado Hazael, llego enseguida... tranquilizate amigo -dije en tono de reproche.
- Apresuraste, por favor.

Y terminando eso, colgó.

Perséfone me miraba coqueta desde su asiento, en uno de los dos sillones color niebla. Se había retocado el labial, el color de las mejillas seguía siendo el mismo, por lo que llegué a dudar si de verdad se las maquillaba o eran así de forma natural. Sus ojos grises nadaban en dos grandes círculos negros y espesos, que los hacían ver más grandes y profundos. Seductores.

- Debo irme...
- Lo se.

Reinó el silencio por cinco o diez segundos, tal vez.

- ¿Cuándo te volveré a ver, belleza enigmática? -me daba por ser poeta en ciertos momentos.
- No lo sabrás, hasta que me veas venir en la distancia.

Y el juego era más divertido, pues ella me contestaba en el mismo contexto.

Me puse de nuevo la camisa. Arreglé mis pantalones de forma apresurada. Cogí una corbata de broche  color negro que guardaba en un compartimento del escritorio, para imprevistos como este y me la puse. Perséfone estaba de pie junto a la puerta, estaba por abrirla cuando la detuve con una exclamación.

- ¡ESPERA!

Ella volteó y me miro con la espalda doblada y los pechos perfilando su silueta.

- Dime amado...

<<Dime Amado>>, era como darme una bofetada y luego besarme para consolar ese dolor en la mejilla.

- Por favor, dime cuando te volveré a ver...

Ella me sonrió, abrió la puerta y se dispuso a salir, pero antes de desaparecer tras la puerta, regresó su mirada y me dijo.

- Me has visto más de una vida y en todas ha sido lo mismo. Tu sabrás cuando me volverás a ver.
Y entonces, sin nada más que agregar y dejando mi cuerpo solo en una habitación blanca con negro y con cientos de libros en la pared, Perséfone desapareció tras la puerta, dejando en mi una incógnita; con el deseo y la pasión a flor de piel.