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miércoles, 19 de febrero de 2014

Vapor.



El agua corre entre las tuberías oxidadas de un departamento viejo en un edificio viejo. Hay madera que rechina en los estantes y polvo que vuela cuando la brisa del aire lo acaricia sobre las cómodas tapadas con sábanas blancas. En una mesa de centro de la época victoriana, hay un libro delgado y empastado en piel café. Hay dos palomas de porcelana colgadas sobre la pared y cuatro rosas de cristal transparente en un florero de diseño. 

El aire es pesado dentro del departamento. Hay mariposas nocturnas descansando sobre el desgastado papel tapis de la habitación y polillas revolotean alrededor de una lampara encendida... y mientras todo eso sucede en el ambiente, mientras afuera hay taxis sonando su claxon, autos que vienen y van, bicicletas que timbran sus campanas, mujeres charlando en algún café y hombre cerrando negocios en las mesas de algún restaurante lujoso y elegante; mientras el sol se pone en un atardecer del color del fuego y la luna se mueve como un fantasma sobre el cielo y las estrellas comienzan a salir de su sueño diario. Mientras los niños juegan en los parques, mientras la lluvia se forma en los océanos y los huracanes se alimentan con el calor de la tierra, son la fuerza de las aguas y el viento; mientras en los nidos los polluelos reciben el calor de sus madres y en alguna cueva, un minero descubre la gema mas hermosa y las mas grandiosa... yo te beso bajo la regadera.

Yo, este indefenso mortal, se deja seducir por el placer de tu eternidad.
Yo, una pieza de ajedrez, me muevo a tus ordenes en el tablero de nuestro placer.
Yo... tu.

Yo te beso en la boca, en los hombros, en el cuello... beso tus capullos. Beso tu alma misma y me dejo llevar en tu universo.

Te acaricio con mis manos de metal. Acaricio tu piel de porcelana, tan fina y tan perfecta.

El agua fluye por nuestros cuerpos en brazas. Hay chispas sobre nuestra piel y se logran ver los destellos del fuego entre las hebras y las grietas de nuestros cuerpos. El agua de la regadera las toca y como mariposas de papel, salen volando miles de gotas hechas gas y empapando el espejo, el crista de la regadera y las copas vacías sobre el jacuzzi.

Tu cabello cae como gruesas fibras sobre tus hombros y mis manos, mis dedos, se enredan en ellos. Hacen nudos que se desarman con el agua y se pegan a tu espalda. Las gotas el agua tibia, forman lagrimas en tus ojos cerrados y se caen como diamantes líquidos sobre tus labios de grana. 

Acaricias mi nuca con tus yemas suaves y tus uñas adornadas juguetean en mi corto cabello negro. Hipnotizas mi aliento con el tuyo. Me haces volar con cada beso.

El agua nos abraza cada vez más. Nos enciende como a un volcán cada vez más. Nos hace arder, somos dos piezas de carbón en un charco de placer y nos cubrimos bajo la niebla del vapor que rodea nuestro santuario. El vapor va cubriendo cada centímetro de nuestro nido, nuestra guarida.

La tuberías empiezan a temblar. La regadera se comienza a cubrir de chispas ahí donde el agua sale a chorros. El suelo se va perdiendo entre un remolino azulejos qué va formando figuras diversas y múltiples colores. Las paredes se caen. El techo de eleva alto. Muy alto. Ya no estamos en aquel departamento. Ya no estamos en aquel baño. Ya no estamos en ningún lugar, en realidad.

Solo el vapor nos rodea.

Solo el vapor y un universo nos abraza. Una nube de amor y pasión nos cubre, y brillamos en el firmamento.

Somos dos estrellas en el cielo.

Somos dos estrellas cubiertas por vapor.



Carlos Duarte

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