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jueves, 26 de junio de 2014

El farol estelar.



Dicen aún sí viajas a una parte remota de la tierra, donde el sol raras veces llega y sí escalas la montaña más baja de todas las que hay en la inmensa y extensa cordillera de aquel lugar, podrás ver una grieta que se abre promenosa y ansiosa abre la vista y que desde esa grieta en medio de la nada, donde la nieve nuca cesa y el invierno es eterno, podrás ver un farol que brilla en la distancia. Su luz es blanca como la luz de las estrellas y en medio de la negrura que lo rodea, la niebla que lo hace parecer estar entre nubes, aquel farol se hace similar a los astros. Ese farol nunca se apagaba, su luz siempre brilla. Nadie sabe donde está exactamente. Muchos dicen que París lo custodia con celo, otros dicen que los dioses de Normandía lo hicieron que aquel farol es el punto de referencia para llegar a Asgard. Un anciano una vez me contó como sí de un secreto se tratara, que aquel farol representaba los sueños de todos los mortales y que para llegar a el, primero se tenía que desear y luego soñar y luego lugar por ese sueño, pues el farol era sólo una antorcha que te guiaba. No supe sí creerle o no, al déjenla sus palabras fueron sabías y su consejo lo atesoro como a gemas del más alto valor. Pero, qué creer de ese farol? Qué creer y que dudar? Me lo he preguntado muchas veces y aunque en la cima de la montaña más chica siempre admiro la luz blanca den farol, ese deseo de saber por que esta ahí y donde se encuentra me ha quitado el sueño y me ha mantenido en vela. A veces voy caminado bajo la lluvia y lo recuerdo y otras veces estoy sentado bajo las estrellas y ellas me lo recuerdan. Tarde dos eras y una más en entender lo que el anciano me dijo y cuando lo comprendí, la verdad se volvió una amiga: los sueños te hacen llegar a las estrellas. Te da alas para para  que vueles hacia donde tu desees. Te dan piernas tan poderosas y veloces como las de un Guepardo. El farol es en inicio del camino de los sueños, el camino hacia la tierra de las guardiana estelares. Tal vez si te guíe hacia Asgard o tal ves si se encuentra en París, eso será algo que cada uno tendrá que descubrir.

Y por mi parte sólo puedo decirles algo: el farol espera por ustedes. Yo ya estoy mitad de camino de alcanzarlo, y se que pronto veré los sueños realizados.

Carlos Duarte.


miércoles, 25 de junio de 2014

Un Huargo del Norte.



Camino entre bosques cubiertos de hielo.
Senderos de nieve son mis carreteras y los abedules me hacen compañía.
El viento me cuenta secretos.
La tierra me habla en su antigua lengua. Me da consejos.
Los arboles danzan a mi alrededor, guardan silencio.
Me escuchan, meditan y luego me hablan.
A veces soy humano y como tal me mezclo entre los de mi clase.
Vivo, como, hablo, camino y veo como un humano.
Visto, calzo y actúo como uno de ellos.
Pertenezco a su manada y lo disfruto, pues la vida de humano esta llena de placeres.
Pero otras veces, cuando vago entre los bosques de más allá, bajo la luz de las estrellas y las auroras,
no soy más humano.
Mi piel se transforma, se vuelve menuda y peluda y mi visión se agudiza,
veo detalles que como humano no veo.
La luz brilla un poco más, mis oídos se vuelven grandes micrófonos que captan todo,
mi olfato capta hasta el más mínimo aroma en el aire.
Corro con libertad entre las coníferas y los abedules, entre tamarindos y grandes saúcos,
y la nieve me baña con su delicada caricia helada.
El viento se vuelve gélido.
El cielo se convierte en una gran cúpula negra manchada de destellos brillantes.
La tierra se vuelve dura y la sangre de mis venas corre como el agua de un río caudaloso por mi cuerpo.
Como humano, me siento cómodo entre más humanos.
Como huargo, busco la soledad de las montañas y el silencio de los bosques.
El canto del ruiseñor me reconforta y repiqueteo del carpintero me pone curioso.
Aullar me hace recordar mi otra parte.
Me hace recordar que no todo el tiempo puedo ser un huargo,
que debo volver a la monótona vida humana.
Me despido de los gélidos aires de invierno en el bosque de mi mente,
de las copas nevadas de las montañas de oriente,
de los lagos de aguas claras y cristalinas de los valles de Êrezdar,
del castillo del Abismo de Ophir,
el mar Neón de las costas frías de Odal Est.
Mi caminar se hace lento, respiro una vez más el aire puro,
platico una última vez con los árboles,
dejo que el viento me cuente un último secreto
y que la tierra me de un último consejo,
y entonces, solo entonces, avanzo hacia el tempano que me espera en medio del mar.
Dentro lleva una luz azul que me llama.
Mis ojos de un dorado quemado se dejan hipnotizar por aquel bello resplandor, 
y en un arrebato suave, delicado y cálido,
dejo de ser un Huargo del Norte.

Despierto sobre una cama de lana y seda.
Me veo al espejo y en el veo el rostro de un desconocido.
Pero ese desconocido tiene mis ojos,
tiene mi boca y siente lo que yo siento.
Respira lo que yo respiro.
Huele lo que yo huelo.
Es lo que yo soy.
Pues ese desconocido soy yo mismo.

Un Huargo del Norte atrapado en el cuerpo de un Humano del Sur. 



martes, 24 de junio de 2014

Besos en tu espalda.


La noche se hacía eterna y el aire helado lo congelaba todo a su paso, había un bosque en medio de un valle repleto de majestuosos arboles tan viejos como la tierra.
Eran altos y frondosos, poderosos y sabios.
Ellos hablaban y sus voces el viento se llevaba.
Dentro de aquel bosque se encontraba una cabaña con una chimenea, la cual humeaba como un volcán activo. Las luces dentro de la cabaña eran tenues, como estrellas distantes y su resplandor se escapaba de las ventanas y formaba ríos brillantes que se iban difuminando poco a poco.
La luna se asomaba majestuoso en el cielo y sus hijas las estrellas la acompañaban.
En la inmensa cúpula estelar se encontraba Escorpión, caminado lentamente. También estaba Orión y su espada plateada se alzaba amenazante.
Dentro de la cabaña hacía calor. Un calor que lo abrazaba todo. La chimenea ardía con mil brazas en su interior y el fuego naranja brillaba igual que un atardecer de verano.
Frente a la chimenea había un sofá victoriano carmesí. Las sombras de herrería manchaban el terciopelo de sus cojines y el movimiento de las brazas las hacía bailar como a duendes en las hogueras de otoño.
Había igual ropa tirada en el suelo. Un pantalón, una playera, bragas, un sostén, calcetines y zapatos distribuidos en los cuatro puntos cardinales. 
Afuera una loba aullaba llamando a su macho. En la distancia un aullido le contestó y luego otro y otro más, hasta que los aullidos se convirtieron en un canto del bosque y el viento se los llevaba hacia las tierras lejanas en el horizonte, donde el sol se despide cada tarde tras las riberas del fin del mundo, tras las montañas del destino, donde habitan los creadores y los eternos de esta tierra.
La cabaña era como una antorcha en la negrura perpetua de la noche, en lo interno y secreto del bosque. Había flores marchitas en un florero azul y comida seca en platos de madera. El aire se sentía pesado. Intensos aromas lo impregnaban todo: canela, manzana, vainilla, sal, pino, madera chamuscada, lavanda... sudor.
Afuera comenzaba a nevar. Una nube gris comenzó a cubrir las estrellas y la luna sintió miedo de perder de vista la tierra. La nube lo comenzó a cubrir todo y como lagrimas de cristal, los copos comenzaron a caer. Era una lluvia blanca y liviana. Mas helada que las gotas de agua y tan frágil como los pétalos de las flores. Un manto blanco comenzó a cubrir las coníferas más altas y el suelo se escondió bajo una capa de cristal hecho polvo. Las estrellas seguían brillando junto a su madre sobre la cordillera de picos plateados y su luz se reflejaba en el manto de hielo. La nieve brillaba como si tuviera luz propia, como si estuviera viva y aquella luz fuera el resplandor de su mirada gélida.
Las luces se fueron apagando dentro de la cabaña. Eran velas las que las alimentaban y las tímidas y traviesas llamas se comenzaron a dormir conforme la parafina se iba consumiendo. Pronto casi todas cayeron bajo el hechizo de Morfeo y solo la chimenea resistió la oferta de dormir un sueño eterno.
En una habitación de tres paredes se encontraba una cama inmensa.
Había un candelabro hecho de astas de viejos ciervos en el techo. La madera rechinaba con el roce del viento y las ramas de algunos árboles golpeaban el techo en su danza a la luz de la luna.
Los árboles cantaban en un idioma muy antiguo y su canto era hermoso y tranquilo.
La cama se sacudía ligeramente. Estaba recubierta en pieles y telas gruesas. Alfombras de las mas elaborada y hermosa manufactura cubrían parte del suelo a su alrededor. Una ventana espiaba a los dos amantes que se besaban bajo el secreto de las pieles y las telas. En ella los guardianes del viento y el bosque los observaban. La guardiana de los aires suspiraba al contemplarlos, el amo del bosque sentía como el calor del verano regresaba a su corazón y se dejaba embriagar por el, sin retenerse.
Las criaturas antiguas de los elementos se regocijaron y hubo una fiesta en la tierra de las hadas.
La nieve caía gracial desde el cielo y la luna brilló más y las estrellas brillaron más para alumbrar la cabaña que se encontraba a oscuras. La nieve reflejó aquella luz y el resplandor plateado de la madre estelar y la de sus hijas penetró por la ventana y los amantes se descubrieron ante la vista de aquellos que los observaban con ternura y alegría.
Ella era frágil como los copos de nieve.
El era fuerte como un inmenso árbol del bosque.
Se besaban, se besaban con pasión y el amor rebozaba de su cama como agua. Un agua tan azul y tan pura y brillante que iluminaba sus rostros y los hacía ser semejantes a las estrellas.
Ella lo abrazaba del cuello y sus labios no se despegaban de su boca.
El la tomaba de la cintura y buscaba el aliento de ella con desesperación, como si de eso dependiera su existencia.
La noche se detuvo para observarlos también y por un momento, el mundo se paralizo y el tiempo decidió tomarse un descanso y todo quedó en una quietud fantasmal.
Los amantes se besaban. Se tocaban. Acariciaban sus cuerpos con los dedos, con las manos, con los labios que dibujaban senderos de besos en la piel. Gotas de pesado sudor resbalan pos sus cuellos, en sus frentes y en sus brazos. 
El aroma a canela y manzana se sentía en el aire como un perfume natural e invernal.
El sonido de las brazas, el calor de los cuerpos.

-Te amo, mi amada dama...

Era un poema que comenzaba a recitar aquel varón de cuerpo frondoso e imponente.

-Te amo... amo tu tacto, el sabor dulce de tu interior. Amor tu cabello que imita a la noche, tus ojos de un violeta abrazador y tus manos suaves, manos de un amaestrado sanador.

Respiraban con dificultad. Se sentía cansado el ritmo de sus bocanadas y el aire que exhalaban, formaba nubes diminutas en sus bocas.

-Eres mi señor, mi compañero en las batallas. El dueño de mis susurros y de mis más intimas miradas... Señor de los reinos del hielo, señor de la nieve y de los ríos de cristal... Señor, mi amante, que me lleva con él a viajar hacia las tierras lejanas de horizonte, donde el sol duerme y la luna nace.

La dama de los aires comenzó a bailar ahí donde la nieve se alborotaba en remolinos diminutos y el amo de los árboles la acompañó; las ramas se agitaron con energía y de las coníferas caían semillas grandes y marrones.

-Hazme tuya, varón del hielo... hazme tuya esta noche nevada.

Él la tomó con ambos brazos y la giró sobre su cuerpo. Dieron vueltas en la cama, mientras sus labios se unían con devoción. Parecían nunca poder separarse. Las pieles calientes se revolvían y las telas finas de seda se agitaban como agua coloreada. El amante la puso boca abajo y descubrió la espalda de su amada. Era tan blanca como el lucero del amanecer. Constelaciones se pintaban en su piel y el las fue uniendo una a una con la suavidad de su lengua.
Ella gimió ante aquel tacto tan placentero. Sentirlo a él, era como sentir al verano entrar en su cuerpo. Amaba esa sensación y lo dejo avanzar de norte a sur... muy al sur. 

-Llévame a tus tierras celestiales, mi amado...

Ella demandaba ese honor y el se regocijaba ante su demanda.

Las criaturas antiguas seguían admirándolos. Miraban como el entraba en ella, como ella se desvivía por sentirlo, como él se unía a ella y como ambos se demostraban el amor que se sentían. Ellas miraban, por que dentro de su mundo secreto, aquellos actos eran pocas veces concebidos. Ellos eran tan antiguos como la tierra, y su origen era mas misterioso y complicado que lo que apreciaban en los amantes. El amor los creo, pero de una forma distinta. No fueron producto del deseo carnal ni de la unión de dos amantes.

Y envidiaban ese don que los mortales poseemos...

-Tómame, amada, tómame y permiteme contigo viajar.

-Te tomo, mi amado y te acompaño a los lugares que los dos deseamos conocer... viajemos al universo más allá del entendimiento.

Y uniéndose nuevamente, viajaron y se desconectaron de la realidad.

El tiempo volvió a su ritmo. La luna se dio cuenta de que el sol deseaba salir de su cueva en el fin del mundo, las estrellas querían retirarse y jugar entre los planetas y las criaturas del mundo secreto, habían danzado y celebrado aquello que no podían tener demasiado tiempo. El sol comenzaba a asomar su muchos brazos de luz y los rayos ya empezaban a rozar el cielo. 

Había pasado toda la noche nevando y en el suelo una alfombra de hielo lo cubría todo. El fuego de la chimenea se había apagado y solo el calor de las pieles calentaba  los amantes en la cama. Ellos se miraban el uno al otro, sus ojos recorrían el rostro del otro, la piel del otro, los defectos del otro. 
Y no fue hasta que el hombre de fuerte y cincelada musculatura susurró algo a su dama de cristal, que el tiempo regresó de golpe y las horas se hicieron pasar:

-Milady, antes de dejar este viaje mágico, ¿os puedo pedir algo?

Ella lo miró y una sonrisa se dibujo en sus labios antes de contestar.

-Para mi amado, lo que desee...

El devolvió aquella sonrisa con creces y alegría.

-Antes de dejar este nido, solo quiero hacer algo... algo con mis labios y tu cuerpo.

-¿Y que es eso, mi señor?

-Quiero dejar besos en tu espalda.



Carlos Duarte.

sábado, 7 de junio de 2014

Háblame.


Ojalá pudrieras responderme y aclararme todo. Te sigo soñando y no logró sacarme de la cabeza tu recuerdo. 

En mis sueños siempre hay una puerta. Un portal. Tu, mi apreciado navegante, vistes tu tan típico sombrero elegante y las ropas doradas que te identifican entre cientos de tardes soleadas. Siempre estás en la puerta, esperando. Y cuando llego a ella... Es como sí la tierra me anclara como a uno de tus barcos de estrellas y me impidiera llegar hasta ti. Trato, con mucha furza, alcanzarte y tocar la reja que custodias. Un manto de nieve me cubre de la cintura para abajo y tu sigues inmutado tras esa puerta de Barros negros y finos. Sólo tu sonrisa (no se sí burlona o alentadora) me devuelve a la pica realidad que me queda. 

¿Por qué no solo me dices lo que me tengas qu decir? ¿Por qué las olas del mar que navegas me tratan de ahogar con cada recuerdo de tu mirada gris? 

Me esta consumiendo la incertidumbre y mis pensamientos deambulan entre jardines marchitos.

Si les esto, sólo una cosa te pido: háblame y desvanece la niebla en mi mente...

jueves, 5 de junio de 2014

Apareces en mis sueños.



Te he estado soñando, marinero del espacio,
y en mis sueños siempre sucede algo distinto.
Una vez fue una despedida, otra fue una bienvenida.
Ayer te soñé en un ambiente tan mundano y cotidiano,
estabas tu frente a mi y un salón escolar nos rodeaba.
Platicabas conmigo de algo que no recuerdo,
pero también me veías con una mirada seria y vacía, eso si que lo recuerdo.
Me contabas algo relevante, algo que debí haber conservado,
pero mi mente divagante me hizo olvidar aquella cosa relevante.
Al menos una cosa si recuerdo con claridad, y fueron tus ojos que albergaban un mar tempestuoso.
Eran tan grises y opacos como niebla temprana en el océano.
No se que tormenta guardabas en ellos y tampoco si esa tormenta era para mi,
o si esa tormenta era yo...
Rayos, nubes grises y el mar agitado se acunaban en tus ojos vacíos.
Te soñé y no se como descifrar ese sueño.
Advertencia. Llamado. Recuerdo. Echar de menos....
Sueño contigo y eso me dice dos cosas: o me estas llamando o me estas evitando.

Y el problema es que ambas son tan distintas y similares a la vez en mi cabeza.

miércoles, 4 de junio de 2014

Nadie sabe le por qué del amor.


Una vez leí en un libro que el amor es el misterio más enigmático del universo. No sabes por que lo sientes y llega tan de repente como las ráfagas tibias de verano. La pregunta del millón: ¿por qué?, viene siendo solo relleno a todo ese enigma. Si bien el amor empieza como un simple juego (o algo más curioso en ocasiones), el desenlace siempre termina siendo el mismo: cariño + confianza + ternura + conocimiento = AMOR.

No me preguntes por que lo siento, te daría una respuesta imparcial o mas seguramente, no te daría ninguna respuesta. Solo te miraría, con ojos ardientes y luego te besaría. Sería un beso cálido, tranquilo, tierno...

El amor es mi más grande enigma.

Nadie sabe el por que del amor.

Nadie sabe por que ama esto del otro o aquello de aquel. Nadie sabe por que una sonrisa, simplemente te hace sentir mejor. Nadie sabe por que las imperfecciones pasan a segundo plano y se vuelven invisibles. Solo queda lo verdaderamente importante: el alma. Nadie sabe por que al escuchar aquella voz chillona o gutural, el corazón empieza a saltar y a dar palmaditas como un niño alegre y curioso. Nadie sabe aquel "por qué".

No me preguntes por que te amo, por que no sabría decírtelo. Permíteme demostrarte, mejor. Permite a mi alma abrazar la tuya, viajar por el cosmos y perdernos en el. Ni tu ni yo sabemos cuando llegara la hora de nuestro final o la hora de nuestra despedida temporal...

Déjame amarte mientras pueda. Deja que mi perfume te cubra bajo un aura azul y plata. Se impregne en tu piel y te acompañe por la vida. 

No preguntes por que te amo.

Solamente se que lo hago.


Carlos Duarte.