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martes, 28 de octubre de 2014

La Cripta (1).


Viaje a Terranova.




Me han dicho loco por contar esto. Me han castigado por decir la verdad. Estoy encerrado, aislado de todo mundo. Soy una amenaza a mi mismo -o eso es lo que dicen los médicos de esta cárcel blanca-, pero en realidad, todo lo que sale de mi boca sucedió. No estoy loco. Lo viví, pero ellos no me creen...

Os voy a contar lo que viví. No fue un sueño. No. Fue tan real como que en este momento tu estás respirando. No estoy loco... no, no lo estoy. ¡NO!

Era 1928.

Yo era una persona respetada, y esa es una de mis mayores desgracias, pues al ser alguien escuchado, me callaron de la forma mas severa. Costuraron mi voz y la ataron a mis costillas, las cuales duelen. Duelen mucho desde que ellos me persiguen y me atormentan. No me dejan en paz. Me siguen visitando y nadie cree que ellos me lastiman. 

Mi antiguo empleo, eran las letras. Era un erudito de la Universidad de Doludwood. Una de las más reconocidas en mi país y en el mundo. Tenía fama, respeto, riqueza y sobre todo: voz. Todos escuchaban lo que decía, nadie cuestionaba mis puntos. Nadie lo hacía, por que sabían que estaba en lo correcto. Que yo tenía la razón. 

Pero fue una mañana de otoño, en octubre, cuando llegó a mi escritorio una carta de lo más intrigante y tentadora: me invitaban a formar parte de una de las investigaciones más importantes de los últimos tiempos. Me pedían que fuera el encargado de redactar un acontecimiento inimaginable y una trascendente noticia para el mundo. Los descubridores harían historia con esta revelación y yo quería formar parte de ella. Era el descubrimiento de una vieja cripta. Una tumba de hacía unos cuantos siglos, databa de la edad de las cruzadas y pertenecía a un importante rey qué, se presumía, había llevado consigo una de las reliquias sagradas más intrigantes de todos los tiempos: el arca del pacto.

La carta había llegado de forma inesperada. Aquella mañana yo estudiaba un libro muy viejo en un ingles antiguo, el cual estaba traduciendo al español contemporáneo. La pasta de piel gastada y reseca del libro crujía con cada roce de los dedos y las hojas -algunas muy importantes de ellas adornadas con detalles en oro- veían pasar mis dedos desnudos sobre sus páginas llenas de secretos e historia.

Me encontraba sentado frente a un escritorio victoriano en mi oficina en la facultad de Literatura de la Universidad Doludwood, cuando un joven delgado y escuálido de lentes gruesos y cristales con un aumento casi exagerado, se asomó tímidamente en el borde de la puerta. Llevaba una elaborada maquinaria en la boca, que al parecer le servia para moldear la dentadura en desorden y chueca que tenía. Tocó casi con miedo, asomando apenas parte de su cabeza poblada por una mata espesa de cabellos del color de la zanahoria en rizos demasiado retorcidos. Cuando le indique que pasará, depositó el sobre a un lado de una de las estatuas de dioses aborígenes africanos que tengo como colección. El la carta estaba dentro de un sobre marrón. Sobre su cobertura café estaba escrito mi nombre y la dirección de mi oficina en tinta color roja.

Dr. Allan Hawthorne
Universidad Doludwood, Facultad de Literatura e Idiomas 
Oficina 23 A, pasillo principal. Edificio LA.
El chico de rizos naranjas me miraba con ojos espantados, tan abiertos como platos de porcelana. Solicitó una firma en voz casi inaudible y después de haber obtenido la firma, dio vuelta sobre sus talones y se retiro sin hacer ruido. La carta estaba dirigida a mi y describía todo lo que ya les he contado: el descubrimiento de la cripta, la sospecha de encontrar la reliquia de "El Arca del Pacto", la fama...

Leí la carta varias veces para entender bien que estaba siendo invitado a formar parte del equipo y de la expedición. No me creía que ellos se fueran a fijar en mi para archivar dicho acontecimiento. En seguida escribí una carta en respuesta y mandé un comunicado por clave morse hacia la estación de la universidad donde residían dos de los descubridores de la cripta, el renombrado Arqueólogo Archibaldo Greatford y el Antropólogo Joamihn Al Caleb. Mi éxtasis estaba a tope. Me emocionaba tanto ir y ver con mis propios ojos aquella reliquia sagrada, y más que eso, estudiarla junto con aquellos quienes la descubrieron y mostrarla al mundo.

Pasó un día y recibí una carta en respuesta.  La carta decía así:

"Para el Dr. Allan Hawthorne.

Estimado Dr. Hawthorne, soy el Arqueólogo Patrick Vallian. Me complace saber que ha aceptado la invitación a formar parte del proyecto ARCA. Sabemos de antemano el buen trabajo que ha realizado en la universidad de Doludwood y estamos realmente agradecidos de que forme parte del equipo. He de informarle que nos gustaría tener su presencia en nuestros laboratorios lo antes posible, pues las excavaciones en la cripta están próximas a terminar y la exploración pronta a iniciar. Acordamos vernos en Terranova, capital del país, para luego tomar el barco hacía Constantinopla y de ahí viajar en tren hasta los Balcanes. Es ahí donde esta la cripta.

Me despido de usted, buen caballero, con un abrazo y  un fuerte tirón de manos.

Los esperamos, Dr. Hawthorne."


Inicié preparativos apenas dejé la facultad aquel día. Incluso mis clases las cancele. El concilio de directivos ya estaban informados de que era parte del proyecto y no se negaron a darme la prorroga para dejar la universidad por un tiempo, pues si aquel rumor de que la cripta guardaba tales tesoros, Doludwood sería renombrada no solo en mi país, si no en todo el mundo. Sería la universidad de donde salió uno de los integrantes del equipo del descubrimiento del milenio. Tome una maleta del armario de mi casa, que estaba en el centro de la cuidad, cerca de la universidad. Seleccione ropa, materiales básicos y muchas plumas para escribir junto con su tinta, todo lo que necesitaría para comenzar con esta aventura. Tomé el primer tren que me llevara a Terranova, pues ahí me encontraría con el Arqueólogo Vallian. El tren salió a las 23:15 horas. Solo llevé tres trajes de gala, ropa cómoda para la expedición y una libreta de apuntes. Mi equipaje era aparentemente modesto, lo básico, pero sabía que llevaba demasiado. Solo en la ropa de expedición: tres pares de pantalones caqui, camisas de algodón y lino blancas, ropa interior y calzado resistente; la maleta ya estaba muy apretada. Sumados los trajes, era casi milagroso que no se desbordara como un baso a punto de rebosar.

La noche pasó lenta ante mis ojos. El tren iba casi vacío y el vagón donde me encontraba parecía casi desierto. Ya desde ahí comencé a sentir aquella sensación de inquietud en mi. Algo que me decía muy en el fondo <<Da la vuelta y regresa a tu hogar. Vas directo a tu muerte>>. Pero atribuí tales emociones a mi entusiasmo y la ansiedad de lo desconocido que me esperaba a varios metros bajo la tierra.

Pasamos Dumort, la ciudad de las cien edades. Tan vieja como las montañas que la rodeaban. Hicimos parada en la gran estación de Glandderfer y el tren se llenó de vida de pronto. Trabajadores y campesinos que se dirigían a la capital, Terranova, inundaron los vagones de clase baja y las bodegas que, igualmente, se vendían como vagones para pasajeros cuando iban vacíos. Glandderfer está a mitad de camino a Terranova y para ese momento, la luna estaba casi tocando los bordes de las montañas que bordeaban Dumort, cerca de Doludwood. Eran aproximadamente las 5:00 horas del día y el sol pronto saldría. El tren retomó su viaje y mientras, en los vagones se escuchaba el murmullo de voces cansadas y varoniles, la locomotora anunciaba la partida de la estación. Algunos trabajadores que aún se despedían de sus mujeres y otros campesinos que apresurados abordaban los últimos vagones corrían, pues temían ser olvidados por el tren, o peor aún, arrastrados a las vías de metal y morir destripados.

El sol abrazó al mundo con sus rayos hirientes mientras la locomotora salía de un túnel tan extenso como el infierno. La oscuridad cubrió todo por cerca de los dieciocho minutos, y mientras los demonios jugueteaban en las mentes mas nubladas, en los vagones se revolvía el humo de tabacos viejos y rancios. Llenaban los techos de sus nubes grises y fluorescentes en la oscuridad. Terranova estaba a veinte minutos de trayecto desde la salida del túnel. Ya eran cerca de las diez de la mañana y estimaba llegar a la estación de trenes de la gran capital a las diez con treinta. Apenas cinco minutos antes de lo que había acordado con el Arqueólogo Villian. Aquellos veinte escasos minutos, fueron el preludio más extenso y torturador de esa etapa de mi vida, pues los preludios mas torturadores que habría de vivir, apenas se comenzaban a cocer en el fondo de los abismos del averno.

Al llegar a la estación pude notar el cambio en el ambiente de una forma sobrenatural. De haber estado cómodamente en los limites rurales de Doludwood por casi toda mi vida, sentir el cambio a la vida citadina fue gratamente extraño. Los aromas, la pesadez del aire, los sonidos metálicos y forzados de motores, gritos, voces, ruidos... Estaba tan ensimismado en mis propias sensaciones, en la magia que me rodeaba que el tacto de la mano y la sonora voz de Villan me arrebató un susto de aquellos que solo los fantasmas logran provocar.

Patrick Villian era un menudo y pequeño hombre. No mayor a los 36 años, o eso aparentaba su apariencia. Bajito, de vivaces ojos verdes y con una melena rojiza, idéntica a la del muchacho que me llevo la carta al despacho hacía unos días.

-Usted debe ser el Dr. Hawthorne. Mucho gusto, soy el Patrick Villian, quien dirigió a usted la carta.

La voz de Patrick era delgada y casi chillona. Era como escuchar a un ratón de laboratorio chillar una conversación en su idioma animal. Y la comparación no estaba muy lejos de la realidad.

-Mucho gusto Arq. Villian, ha sido un... -Patrick habló.
-Oh, vamos. Dígame Patrcik o Pat, si le parece. Seremos colegas, deje los formalismos para los caras largas del instituto.

La informalidad de Patrick me tomó por sorpresa. En su carta sonaba tan serio y cuadrado como un cubo de madera gris, que descubrir esa vivacidad y espontaneidad fue todo una novedad.

Patrick Villian me explicó que en las afueras de la estación nos esperaba un auto. Tras de él, un joven hombre negro vestido con un curioso uniforme rojo-vino aguardaba. Llevaba un sombrerín redondo y pequeño, similar a un birrete de graduado, solo que este no tenía la pieza cuadrada. Era solo un circulo, casi un tubo del mismo color del traje, con una cinta dorada colgando de un lado. Villian hizo un gesto al joven y este enseguida me arrebató la maleta y la cargó. Se puso detrás de nosotros y nos siguió al caminar. Avanzamos a través de la multitud que se arremolinaba en la estación: mujeres regordetas con joyas por cada parte del cuerpo, niños que jugaban con aviones de madera, ancianos de bigote retocado y monolente, jóvenes con cardigans y algunas otras personas que sostenían las manos en el aire, rogando por una limosna.

La gente se apartaba cuando Patrick se abría paso sin necesidad de tocar a nadie ni de dirigirles la palabra, y curiosamente me di cuenta de que cuando pasábamos a sus diestras, nadie le miraba a la cara. Evitaban el contacto visual con el arqueólogo. Al salir de la gran estación de Terranova, la metrópoli a que había llegado me abordó con todo lo que tenía. Los colores acres y los sonidos metálicos y  resonantes. Los aromas. Todo me llegó de golpe y fue una exquisita sensación la que sentí recorrer todo mi cuerpo. Como una descarga ligera que travesaba cada una de mis vertebras.

Fuera nos esperaba un Ford Mod. A. Era color negro y el capó era bastante largo. Dentro un chófer bien uniformado esperaba tras el volante. El joven negro se acercó apresurado a una de las puertas de pasajero y me ofreció entrar. Siempre mantenía la mirada baja. Patrick le ordenó que pusiera mi maleta en la cajuela del auto y que después ocupara su lugar junto al chófer. Dentro, los asientos de piel negra del auto despedían un aroma a formol y piel tratada. Bastante sintético y con un toque agrio. Cuando el joven negro había entrado y ocupado su lugar, Patrick ordenó que nos llevasen hacía la ciudad universitaria de Terranova. El chófer contestó amablemente <<Como usted ordene, Señor>>, y luego de encender el motor, las ruedas chirriaron un poco en el asfalto e iniciamos el viaje a la ciudad universitaria.

Patrick Villian me iba explicando a detalle cada monumento importante que veíamos en el camino.

-Este arco fue creado en 1867, después de la guerra que nuestra gran nación ganó tras la rebelión de los opresores extranjeros... aquella estatua fue dedicada a Favio Florence, aquel general de la comandancia de la guerra en Balcanes... esa es MaryBeth Allastor, la reina virgen que estuvo en el poder por cerca de los cincuenta años ¿usted debe saber mucho de ella, no es así Allan?

Vimos una fuente inspirada en las deidades nórdicas y otra en las griegas, en una batalla épica entre Odin y Zeus. Mas adelante se hallaba la vieja mansión de uno de los duques mas depravados de toda la historia, alguien a quien llamaban Alberth el Sucio, pues se tiene la creencia o la leyenda, de que dentro de su mansión, este personaje poco agradable hacía que sus esclavas complacieran sus deseos  sexuales más sucios y pervertidos. Aunque fuera de todo ese contexto histórico y morboso, la mansión era de una exquisita arquitectura francesa de la época Victoriana. Con corredores en la parte baja y balcones que se extendían metros hacia afuera, jardines de vivas rosas de varios colores y tulipanes importados desde Holanda.

En el auto, que era bastante sofisticado y moderno, sonaba una de las canciones populares del momento y a intervalos de minutos se escuchaba la voz de un viejo locutor famoso <<...Y así es como nuestra voz mas varonil y masculina nos hace retumbar con sus canciones. Estoy seguro de que al menos más de una bella dama se ha dejado embrujar por el encanto de este don Juan...>>. Hablaba como si asegurara tales cosas y era curioso que hubiera dicho "varonil" y "masculino" a tiempos similares, pues ambas palabras significaban exactamente lo mismo.

Avanzábamos lento a través de la gran ciudad y entre autos y carrozas tiradas por uno o dos caballos, me iba maravillando con todo lo que veía. De un lado estaba el palacio de Bellas Artes, por otro lado se encontraba el Museo de Antropología e Historia, más adelante logré ver un teatro grande con diseño arquitectónico bastante ingles, un salón Club para caballeros y jóvenes señoritos, una casa de té para damas y señoritas. Era color blanco con amarillo muy tenue, parecía un pastel de limón. Y más allá se veían las grandes chimeneas de las fabricas de las industrias que iban creciendo poco a poco. El puerto de Terranova resonaba a lo lejos con el choque de las olas en la muralla de concreto y rocas que los ingenieros habían diseñado para controlar las mareas y en el horizonte se podían ver las siluetas de algunos buques de carga.

Terranova era un lugar esplendido y mientras yo me embelesaba con todo aquello, a Patrick la lentitud del viaje parecía alterarlo. Se notaba inquieto y lo dejó en claro cuando casi gritó a su chófer que se apresurara.

-Thomas, ¿podrías apresurarte? Llevamos prisa, Thom. La junta de los catedráticos es en treinta minutos y estamos al menos a unos cincuenta de la facultad. Date prisa.

El viejo chófer no habló. Solamente asintió sin mirar el espejo retrovisor y enseguida se sintió el jalón de las ruedas en el asfalto de adocretos. El joven negro que iba junto a Thomas estaba tan rígido como un muñeco de madera. Yo estaba algo desorientado, pues no esperaba que fuéramos a una junta apenas llegase a la ciudad.

-Esta junta, ¿cuál es el fin? No me había notificado, señor Villian. Creí que iríamos a los laboratorios de la facultad de su universidad.
-Y precisamente ahí vamos, Allan.

Yo no me sentía muy comodo con aquella confianza tan prematura en Patrick, pero igual la aceptaba para no crear roces a tan temprana relación.

-Es prioritario que usted conozca a cada uno de los que están haciendo posible esta expedición. Y la junta será en la sala de fiestas de la facultad de Antropología de nuestra universidad. El proyecto ARCA iniciará su aventura el día de hoy. Usted a llegado para ser presentado como el que llevara el registro de tan importante descubrimiento, ¿no estas emocionado, Allan?

Y la verdad era que me había emocionado desde el momento en que recibí la carta, pero aún no me hacía la idea de que esto estaba sucediendo. Aún no me creía yo mismo la importancia que tenía mi lugar para estas mentes tan brillantes y para el mundo mismo con este descubrimiento.

Thomas casi volaba en el asfalto y estuvo a muchas ocasiones de arroyar uno que otro gato y a dos que tres hombres distraídos -o muy ebrios-, hasta que por fin, las murallas que dividían el mundo secular de las tierras preservadas al estudio y la ciencia, se alzaban frente a nosotros con un fuerte y aferrado color rojizo oscuro. Una entrada tan grande como la boca de un río anunciaba en un arco de hierro "CIUDAD UNIVERSITARIA DE TERRANOVA". Dentro de la mini-ciudad, había todo lo necesario para nunca tener que salir. Había restaurantes bien abastecidos, jardines y parques extensos y llenos de vegetación, edificios con dormitorios, centros de entretenimiento, bibliotecas, una pequeña casa del té y otra de proporción similar para caballeros, un bosque que parecía no tener fin y al fondo, tras una curva, se podía ver el resplandor dorado del sol reflejado en un lago, con cabañas a la orilla y botes de remos. El edificio principal del conjunto universitario se alzaba majestuoso al final de la carretera que se movía como una serpiente a través del campus, de similar color rojizo y con detalles blancos. Un campanario bastante grande de su lado derecho y dos alas que se alzaban a ambos lados, con ventanas y floreros. Dentro se movían siluetas y más allá una serie de edificios de similar color y con diseños parecidos se lograban ver, rodeados por una serie de carreteras bordeadas con robles y sauces llorones. Eran las facultades de la universidad y cada una estaba acompañada por al menos cinco edificios-dormitorio, donde vivían jóvenes estudiantes y viejos profesores a la vez.

Dentro de aquella ciudad, el mundo exterior dejaba de existir. Era como si Terranova misma fuera solo un mito y la ciudadela fuera lo único real en todo el entorno.

La facultad de Antropología e Historia se encontraba entre las más alejadas del edificio principal, el cual fungía como centro administrativo y que además era el único con un auditorio que se usaba para las reuniones generales de la comunidad de estudiantes, investigadores y profesores de tiempo completo. La Ciudad Universitaria de Terranova era en si, un mundo que nada tenía que ver con el atareado día a día de la ciudad que la acogía como a una hija sabía.

Yo supuse que iríamos directo a las instalaciones de la facultad de AH, pero el Ford en el cual íbamos no se inmutó ni giró para tomar una ruta distinta, si no que siguió recto, directo al edificio principal del campus. Patrcik comenzó a dar indicaciones a Thomas, quien sin hablar las seguía, manteniendo siempre la mirada fija al camino. El chico negro que le hacía de copiloto, mantenía los ojos fijos en algún punto lejano y no fue hasta que Patrcik lo llamó por su nombre, que este salió de su ensimismamiento.

-Kuda.
-Dígame, mi señor -respondió casi al instante.
-Quiero que lleves las pertenencias del Doctor Hawthorne a una de las suites del ala de los profesores den edificio E de la facultad. Asegúrate de que sea una habitación con vista a nuestro lago.
-Como usted ordene, señor.

No fue necesaria mas charla. Ni Kuda volteó para ver a su amo, ni Patrick dirigió su mirada al criado. Fueron solo palabras que resonaron bajo el metal del auto y yo, como un espectador que no sabía que pensar de tener un esclavo a tu disposición -pues consideraba que esas practicas eran arcaicas y nada humanas-, observé, escuché y desee bajar del auto de una vez. No soportaba aquel abuso.

En las ventanas se reflejaban las figuras coloridas y alegres de jovencitas con peinados elaborados y algunos mas clásicos, caminado con vestidos de una pieza y sweaters de lana ligeros amarrados a los hombros, con libros en las manos, con bordados de flores en las faldas y aretes y collares de perlas, sonriendo a apuestos muchachos de cabellos dorados y castaños, con fuertes hombros de jugadores de Fútbol Americano, vestidos en sus trajes de corte sastre, finos botones dorados, plateados y rojizos, con peinados bien fijados con vaselina y miradas cautivadoras. Todos de un puro y casi perfecto color blanco en las pieles. Nadie de piel morena. Todos blancos como ángeles caídos del cielo.

El auto por fin aparcó frente a una escalera lo suficientemente alta, la cual daba una vista a una fuente grande, de unos quince metros de diámetro, con una estatua de dos metros que representaba al dios griego Apolo. La estatua tenía un arpa en una mano, una guirnalda de laurel en la cabeza y una capa que le cubría un hombro y parte de la espalda, pero que dejaba a la vista sus genitales y la parte trasera de su cuerpo perfecto, musculoso y cincelado como solo los dioses griegos pueden estarlo. Había imágenes más pequeñas en la parte baja de la fuente, las cuales representaban a ninfas hermosas y coquetas, con ropas hechas de enredaderas silvestres, siluetas de agua, hojas de maple y flores de diversos diseños.

Kuda bajó del auto casi tan pronto como este se detuvo y abrió la puerta del lado en el que se encontraba Patrick. Este bajó y me ofreció ayuda para salir, aunque yo no lo acepté. Afuera, en la cima de las escaleras, un hombre con barba blanca, panza sobresaliente y nublados ojos grises nos esperaba vestido con un pulcro y obscuro traje negro. Llevaba una sonrisa prominente y amplia en el rostro y debido al rojo que sus mejillas reflejaban, se notaba que estaba alocadamente feliz de vernos.

-Bienvenidos, mis estimados. Bienvenidos -comenzó a bajar poco a poco los escalones.
-Muchas gracias Señor Blutraunt, permitame presen...
-Ya se quien es este hombre, señor Villan -dijo el hombre con su sonrisa melosa- Nada más y nada menos que la persona que registrara todo este gran avance. Bienvenido, Doctor Hawthorne.
-Muchas gracias señor...
-Llámeme August. Augustus Blutraunt, director general de esta maravillosa casa de estudios.
-Muchos gusto, Director Blutraunt, mi nombre es...
-Me imagino que ha sido un viaje largo hasta llegar a este gran santuario, ¿no es así doctor? No se preocupe por las formalidades, aquí todos sabemos quien es, mejor encárguese usted de conocernos a nosotros. Me mucho alegra tenerlo aquí, Dr. Allan.

Me sentí extrañamente abordado. No necesite presentarme formalmente. Este hombre gordo y viejo sabía mi nombre, aunque era obvio que lo supiera, pero fue su ultima aclaración "aquí todos lo conocemos, mejor encárguese usted de conocernos", lo que me heló los huesos.

-Pero basta de charlas, pasemos que ya nos están esperando en el auditorio para la presentación.
-Por aquí doctor -me dijo Patrick y comenzamos a subir las escaleras.

Al entrar al edificio pude sentir una carga bastante marcada en mi cuerpo. Fue como si una especie de corriente eléctrica que flotar invisible en el aire me penetrara la piel, la carne y me recorriera cada uno de los huesos y las vertebras, dejando en mi una rara sensación de miedo. Una penetrante advertencia y la decoración del lugar no ayudaba mucho. Comencé a ver estantes con libros de cuero muy viejos, con tapas negras y algunos abiertos y alumbrados con veladoras de color negro y blanco, las cuales iluminaban algunos rincones escondidos. De sus bases corría una sustancia viscosa y negra que no era la cera ni la parafina de as velas. En el techo había un fresco representando un cielo negro, con lo que en un principio creí que eran estrellas, pero cuando agudicé la mirada y vi con mayor atención, descubrí que eran cabezas blancas con miradas perdidas y bocas muy abiertas. La imagen de un ser con alas de murciélago y cabeza de carnero en una pared, gritos en los pasillos, voces que susurraban y hacían vibrar el aire, sombras que pasaban en las paredes, pasos, gritos, pasos, gritos, pasos, gritos...

Patrick me tomó del brazo y no fue hasta que sentí el contacto humano otra vez en mi cuerpo que salí de mi pesadilla. Estuve a punto de gritar, pero no encontré la voz dentro de mi garganta, y fueron mis ojos, con una mirada de espanto autentico, los que preocuparon a Patrick.

-Doctor Allan, ¿se encuentra bien?

Estaba a punto de preguntar si el igual vio aquellas sombras negras en las paredes, o si había escuchado los gritos, o si sentía la vibración que las voces hacían en el aire o que significaba aquella representación de Baphomet en la pared, ¿es que acaso estaba en la guarida de un grupo de Caballeros de la Orden del Temple? Pero mi miedo se esfumo tan rápido como llegó cuando mis ojos volvieron la vista de nuevo al techo y en lugar de ver un cielo en llamas con almas sufriendo, vi uno lleno de querubines, serafines de seis alas y ángeles vestido con túnicas blancas y alas doradas. Los libros de brujería fueron reemplazados por candelabros de hierro e incrustados de oro y la imagen del demonio, ahora era una replica del Apolo de la fuente. Estaba tan confuso, tan perdido y no me di cuenta de mi extraña reacción hasta que pude percatarme de que tanto los ojos curiosos y entrometidos de Patrick y Agustus, me estudiaban atenta y detalladamente.

-Estoy bien, señor Villan. Es solo que... me ha maravillado todo este bello arte que alberga la universidad. Es sorprendente.
-Me alegra que le haya gustado, doctor Allan. Pero si no le molesta... nos esperan -dijo Augustus.
-Claro director, andando.

El gran auditorio podía albergar a más de dos mil personas, aunque cuando nosotros llegamos, solamente dos filas, las principales, se encontraban llenas. El resto, cerca de treinta hileras de sillas plegables de madera, estaban tan vacías como lo estaba en si el mismo auditorio. La comunidad estudiantil no fue invitada a esta reunión y solo se encontraban en ella investigadores y profesores que formaban parte del proyecto ARCA, reporteros de prensa y sus respectivos fotógrafos. Solo los encargados del periódico escolar, un par de jóvenes con camisas arremangadas, boinas y tirantes prensados al pantalón, eran los representantes de toda la comunidad estudiantil.

Augsutus tomó lugar en el pódium, era un hombre con un diafragma bastante grande y hablaba fuerte y sonoro, de ser necesario hubiera bastado solo con guardar silencio para que el auditorio entero se llenara con su voz, pero tenía frente a si un micrófono grande, como los que emplean en los combates de box, mientras leía un corto dialogo en una hoja demasiado blanca <<... y así, después de varios años de investigación, tras varias pruebas y excavaciones, hemos descubierto la entrada a un nuevo mundo. A una nueva posibilidad. A una nueva era donde la historia dejará de ser la misma y la fantasía y la realidad se fusionarán para formar una sola verdad. Y para capturar todos estos acontecimientos y crear la historia que el mundo conocerá, nos ayudara el famoso profesor en letras y doctor en historia universal. Denle un fuerte aplauso a un amigo y colega, el Doctor Allan Hawthorne>>.

Las cámaras comenzaron a destellar con cegadores luces cuando comencé a caminar hacia el pódium. Un mar alocado de luces me abordó y me quedé ciego por al menos cinco segundos. Una cortina blanca como la luna me cubría de todo.

-Esta ha sido una de las oportunidades más grandes de mi vida. Como un investigador de la historia de nuestra raza, de nuestras civilizaciones, he estudiado a detalle cada evento de relevante importancia a través de los años -en las manos llevaba un par de hojas con mi discurso, aunque no fue necesario leerlas mientras me presentaba, pues las palabras me salían solas- Hoy me uno a este gran grupo de colegas expertos y de personas irreemplazables. Hombres que cambiaran el rumbo de la historia humana...

Los reportes y el joven del periódico estudiantil miraban mi rostro y al mismo tiempo trascribían de forma automática casi todo lo que decía. Me miraban con ojos inexpresivos. Fríos y calculadores, y en sus miradas heladas podía ver el nacimiento de interrogantes que pronto me abordarían como un tsunami a una playa. El primero en lanzar su dardo fue el joven de la universidad, un muchacho de unos veintidós años, con ojos tan claros y azules como el mar mediterráneo.

-Doctor Hawthorne, es bien sabido en el mundo que usted es una de las mentes más brillantes desde la muerte de el inmaculado investigador e historiado Zárevich Ivanovich hace ya más de medio siglo...

El joven periodista mantenía fija su mirada en mi, como tratando de encontrar alguna pizca de duda o de estupefacción en mi rostro. Su compañero fotógrafo me apuntaba con una caja negra en un tripié y en la mano sostenía algo metálico y con forma de T.

-Alguien que aportó a nuestros libros de historia y a nuestro propio pasado un significado muy diferente al explicar los misterios que los dogmas de los códices de la ciudad de cristal, en medio de la mítica India, indicaban -el joven hablaba de todo eso como si yo fuera un ignorante y no supiera del tema, se notaba un aire de superioridad en su postura- Todos sabemos que aquellos relatos que nos describen a detalle el trasfondo que las creencias hindúes querían dar a entender, nos ayudaron a conocer mejor el alma y la conciencia humana, pero, ¿qué lo hace a usted tan especial como para ser el encargado de explicar al mundo un evento tan importante como el del proyecto ARCA? ¿Qué lo vuelve a usted tan indispensable?

Los demás reporteros, con sus fotógrafos señalando hacia mi con sus armas de luz y chispas, los colegas, los investigadores, y tambien Patrick y Augustus, me miraban con atención. Con paciencia. Atentos a escuchar mis respuesta. Esperando que dijera algo que le diera sentido a la pregunta del orgulloso universitario.

-Bueno, como bien usted ha mencionado, mi trabajo es conocido en todo el mundo -hice una pausa y respire lento y profundo- El proyecto ARCA necesitaba de alguien con los conocimientos básicos y avanzados de la historia de nuestra humanidad. En esta época, en este tiempo, solo existen dos personas con la capacidad de entender ese pasado y trasfondo del mundo. Uno de ellos está al otro lado del planeta, estudiando lo que su padre comenzó en la ciudad de cristal; y el otro está frente a usted, señor. Eso me vuelve indispensable para este proyecto.

El joven de boina me mantuvo la mirada por unos segundos y luego la bajó hacía su libreta, apuntando de forma acelerada varias letras que no logré ver. Los demás reporteros, después de mi respuesta, comenzaron a lanzar sus preguntas como anzuelos, para ver si lograban pescar algo. Preguntas como <<¿Qué opina su ex-mujer de este evento? ¿Le ha llamado? ... ¿Cuanto le pagaran por asistir al equipo? ... ¿Recibirá Doludwood algún reconocimiento por dejar que su estrella se desprenda del ceno materno? ... ¿Qué nos puede decir con respecto a que Terranova sea la que descubriera tan importante tesoro? >>, y te todas esas preguntas, solamente respondí la última, pues las demás no tenían sentido y tampoco tenían objeto.

Al acabar la junta de prensa, Augustus tomó posesión de pódium y comenzó a dar las gracias a todos por haber llegado. Poco a poco los caso 70 hombres que estaban en aquel enorme salón, se fueron despidiendo uno del otro. Los periodistas se miraban con ojos de halcón, a la expectativa de arrebatar alguna nota a sus oponentes. Y yo aún me sentía mareado y confundido por la visión en la recepción del edificio principal de la ciudad universitaria.

Patrick me acompañó hasta la facultad de Antropología e Historia en el FORD A. Thomas nos esperaba frente al auto, con su pulcro y serio traje negro. Kuda no estaba con él. Abrió la puerta del Ford y nos invitó a pasar. Manejo hasta los limites del campus y espero a que Patrick se despidiera de mi frente a la habitación en el ala de profesores que me habían asignado.

Esa noche tuve pesadillas. Soñé con el campus, pero en lugar de ver estudiantes, veía seres alados con cuernos, alas de murciélago y morbosas caras sonrientes. Yo caminaba entre ellos y los veía fornicar en los campos de la universidad, el las aceras de las carreteras y dentro de las aulas. Violando jovencitas, torturando a jóvenes y tocándolos de formas asquerosas y dolorosas. Era un espectador aterrorizado que solo quería escapar, pero que por más que intentara correr, caminaba tranquila y plácidamente entre todos esos seres demoníacos. Volví a entrar a la sala de recepción del edificio principal y volví a ver al demonio con cabeza de carnero, sonriendo y carcajeando ahí donde se suponía estaba la imagen de Apolo.

Cuando desperté, el día era soleado. Sudaba frío sobre mi cama y me sentía entumecido. Me abrazó el pánico por un momento y hasta que logre salir de mi parálisis temporal, me tranquilicé. La ventana que abarcaba casi toda la pared frente a la cama, dejaba ver un lago de agua cristalina y verdosa con gansos grises y marrones nadando en él. Había tres jóvenes muchachos salpicando el agua y tres jóvenes señoritas riendo en la orilla. Una escena tranquila y pacifica. Algo que me hacía tranquilizar un poco después del terror de mi sueño. Pero mi horror regresó cuando, en la distancia, volví a ver a aquel ser demoníaco con cabeza de carnero, quien me miraba entre las sombras de los árboles.

Se reía de mi.

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