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jueves, 13 de febrero de 2014

Tras el velo de la ventana.


Hoy no soy el mismo de siempre. Hoy no soy el romántico amante que recita poemas al oído de su dama. Que escribe sonetos inspirado en su cuerpo, en su cabello, en su mirada que encierra al universo. No. 

Hoy no soy delicado

Esta fría la habitación. Hay una cama grande frente a mi. Una sabana de seda negra la esconde y las luces en las paredes iluminan mi alrededor con tonos violetas, rojos y azules. Una lampara blanca, con un brillo tenue y seductor. Iluminan solo la mitad de su cuerpo, su perfecto cuerpo de mujer escondido en una esquina en sombras.

Ella camina. Lento. Pausado. Con gracia. Es sensual su balanceo. Seductor su aroma. Camina hacia mi, como un gato ronroneando, como una fiera mansa y domada. Su cabello negro se pierde en el fondo oscuro de las sombras. Su piel es delicada, como el pétalo fino de una flor, como las finas laminas del hielo de invierno. Camina, se balancea... su perfume me embriaga. Hace que algo feroz y salvaje despierte en lo más profundo de mi centro. 

Lleva encima una fina lencería negra con encajes plateados. La hacen parecer una pieza de porcelana y obsidiana. Sus brazos me rodean el cuello y sus labios de carmín me besan con dulzura. Un fuero interior comienza a calentar mi cuerpo. La tomo por la cintura. Mis manos, mis brazos abarcan todo su cuerpo y se acomodan en él fácilmente. Es ese familiar calor el que los guía y los va posicionando en toda su anatomía. 

Mis manos bajan hasta sus glúteos, hasta sus piernas. Suben por su espalda y la toman del cuello. Estamos parados. La beso con deseo. Beso sus labios con pasión. Beso su cuello de perdición. Beso sus hombros, sus senos y regreso a su boca. La pego más a mi. La hago sentir mi cuerpo de forma qué, si fuéramos magma, nos fundiríamos y nos volveríamos un volcán en erupción.

Ella me sigue abrazando del cuello y mientras me pierdo en su boca y ella en la mía, la tomo de las piernas y la levanto del suelo. Ella me abraza la espalda con sus piernas. Camino hacia la cama de seda negra y la deposito sobre ella. La contemplo un momento. Grabo en mi memoria la inocencia de su cara, pues pronto la perderá. Pronto perderá esa luz en su mirada y en su lugar, una llama ardiente se plasmará.

Regreso a su boca. Mis manos bajan cada vez más en ella. Recorren sus piernas, sus pantorrillas. Acarician la curva de su cintura. Ella solo se deja llevar. Sostiene mi rostro y me pega hacia ella cada vez con más fuerza. Con más deseo. Me desconecto de sus labios y una nube de vapor escapa de nuestras bocas. Desabrocho su sostén de encajes plateados y satén negro. Deslizo mis dedos tras su espalda y desprendo el broche que abraza el sostén. Mi boca baja a uno de sus hombros y con mis dientes retiro la fina tira de satén que mantiene la prenda en su lugar. Voy quitando despacio el sostén y mis manos juegan con sus senos... paro de repente.

Me levanto y sonrío al verla. Pero mi sonrisa no es una sonrisa de alegría. No. Esta sonrisa es una sonrisa de coqueteo. Una sonrisa picara. Erótica. Me levanto de la cama y camino hacia el buró que sostiene la lampara blanca. En las paredes, las luces aún siguen bailando entre tonos fríos y cálidos. Sobre el buró hay una cinta de tela aterciopelada. Es considerablemente larga y muy suave... también hay un par de esposas plateadas.

Tomo ambas. Ella esta siguiéndome con su mirada mientras tomo los juguetes y camino de un lado a otro... pero hay algo en ella. Algo en su mirada:  curiosidad.

Me paro de frente a su cuerpo. En una mano llevo la cinta de terciopelo negro y en la otra las esposas plateadas... y le ordeno: alza las manos. Ella levanta su par de manos de papel y me mira fijamente. Su boca dibuja una ligera sonrisa de confianza. Dejo la tira de terciopelo en un lado de la cama y abro las esposas. Tomo sus manos y las encierro en ellas. Una ligera mueca de dolor se refleja en su rostro al sentir la presión de las esposas en sus muñecas, pero desaparece tan rápido como llegó. Recojo la tira de terciopelo negro de la cama y la observo. Ella me observa a mi también. Nos miramos y grabo de nuevo su mirada en mi cabeza. Se qué pronto esos ojos que guardan a las estrellas, estarán invadidos por miles de soles ardientes y en explosión.

- Date la vuelta...- le ordeno.

Ella gira su cuerpo y su cabello negro hace malabares sobre la seda negra. Me subo a la cama y la tomo de los brazos. La siento y comienzo a lamer sus orejas y a tocar sus senos. Beso su cuello y escucho como su respiración empieza a agitarse cada vez más y a entre-cortarse cada vez más. 

- Prepárate para sentir...- le advierto.

Levanto la cinta sobre su cabeza y cubro sus ojos con ella. Le vendo la mirada y amarro la cinta para asegurar que no pueda ver nada. 

Ahora es mi prisionera en esta habitación. Ahora yo soy su amo. Ahora ella es mi sumisa. Y es ahora que la bestia que se esconde tras mi cárcel de huesos, empieza a escapar sin que yo lo pueda controlar.

Empiezo a besar su espalda. A lamer su espalda. Dibujo figuras secretas en su piel con mi lengua. Voy dejando caminos húmedos en todo su cuerpo. Senderos de placer en el bosque de su alma. Mis manos no se quedan quietas. Juegan con sus pechos, con su vientre. Con su cuello y con su boca. Mis dedos acarician sus labios como su fueran dos tulipanes rojos, juegan con sus senos como si fueran juguetes diseñados solo para ellos. Para su propia diversión y para crear en ella placeres celestiales. La pongo sobre la cama boca abajo y voy bajando poco a poco mi cabeza hacia la curva que se forma entre el final de su espalda y los arcos de sus glúteos. Mientras lo hago, voy dejando besos en toda su piel y cuando llego hasta esa curva de peligrosa perdición, la tomo por la cintura y le ordeno que gire.

Ella lo hace de manera ágil y muy fácil. Los pezones de sus pechos asimilan a dos firmes torres en la cima de una colina perfectamente formada. Sus bragas de encaje están frente a mi rostro. Mis ojos se deleitan al ver el destello plateado del encaje y el brillo del satén, que simula un cielo nocturno. Mi boca baja hacia el encaje y con mordidas voy retirando las bragas de su cuerpo. Jalo con delicadeza. Con paciencia. Mis manos terminan de sacar de ella toda la prenda y queda completamente desnuda ante mi. Y lo que mis ojos ven al admirarla sin ninguna armadura que esconda sus belleza más pura, es perfecto. Es hermoso y me excita sobremanera.

Regreso a su vientre y beso y lamo su piel. Hago círculos sobre sus pechos. Repaso mi lengua sobre su cuello. Recorro todo su cuerpo hasta llegar a su entrepierna y una vez estando ahí, me pierdo en ella. Me pierdo en su pureza. En su intimidad. Me adueño de su tesoro secreto y la hago delirar entre suspiros y gemidos acelerados y entrecortados...

Juego con ella vario rato. La hago disfrutar y encender los soles en sus ojos... y cuando todo está preparado, regreso a la cama. Me quito los pantalones de satén negro que llevo puestos. Mi deseo se hace presente y me siento duro y firme entre las piernas. Estoy desnudo ante ella, pero no puede verme. Solo yo puedo verla y ella no sabe que haré ahora. La acomodo muy pegada a la cabecera de la cama. Pongo almohadas bajo su cabeza y la acaricio mientras lo hago. Ella solo sonríe; en parte por que no sabe lo que hago y tiene curiosidad. En parte por que esta disfrutando de mis manos sobre su piel. Y cuando esta cómoda y en posición, me subo sobre ella y gateo hasta su rostro y la beso en la boca varias veces, pero no permanezco ahí. Voy subiendo y subiendo y mi pecho, mi abdomen van pasando frente a ella sin que lo vea, hasta que mi entrepierna queda de frente a su rostro y mi miembro frente a su boca.

- Abre la boca- le digo. Ella lo hace con una sonrisa tímida.
- Bésame.- le ordeno.

Y ella me besa. Me besa lentamente, como si no supiera exactamente que es lo que esta haciendo; pero esa duda desaparece muy rápido y sus manos esposadas suben hacia mi cuerpo y toman mi miembro y comienzan a jugar, a sacudir, a acariciar y a hacer de todo en él. Su boca ya no es tímida. Se pierde en mi y el placer en mí va aumentando. Mi respiración se agita. Mis latidos aumentan. Mi corazón parece una bomba de tiempo, un bombo que golpea cada vez más fuerte y mi garganta empieza a dejar libres gemidos momentáneos. Me muevo, me balanceo cada vez más y admiro como ella deja perder mi intimidad en la tibia humedad de su boca...

Cuando decido que es suficiente, la tomo del cabello y la detengo. Ella quiere continuar, pero yo le digo que no. Que esta noche no se hará lo que ella quiera. Que esta noche haremos lo que a mi me plazca.

Me levanto y la jalo más al centro de la cama. Un gemido se escapa de su garganta. Ella muerde sus labios mientras repaso mis manos sobre su piel desnuda. Está erizada. Los bellos de piel de cristal brotan como capullos a punto de reventar en primavera. Me subo sobre ella. Ambos estamos desnudos en una cama de seda negra y lujuria violeta.

Estoy de cara frente a ella y acaricio su mejilla, acerco mi boca a su oreja izquierda y le susurro: te haré viajar conmigo a las estrellas y volver en un mar de fuego solar. Y sin más preámbulo, empiezo a hacer lo que con tantas ganas he guardado.

La tomo de las manos, sus manos apresadas, y extiendo sus brazos por encima de su cabeza. Sus senos quedan firmes y apuntando hacia arriba. Le ordeno que mantenga las manos en esa posición y que si las baja, sufrirá un castigo. Ella asiente sin dejar de jadear y me pide que la penetre, que la penetre de una vez o no podrá resistir más. Yo sonrío, me deleito en su deseo y besando sus labios le digo: como usted lo pida.

Abro sus piernas como se abren los lirios en los lagos para recibir el rocío matutino. La toco y ella arquea su espalda cuando lo hago. Penetrame, vuelve a solicitarme. Penetrame, por favor. Amo, hagame suya por favor... amo... Y escuchando como se desvive por sentirme dentro, la penetro. De forma suave. Con delicadeza. Con ternura y la dejo sentir mi carne en la suya y nos volvemos uno solo. Fusionamos nuestros universos y creamos supernovas al contacto. 

Yo tiro, ella jala. Yo tiro y ella vuelve a jalar. Y así se va creando una danza de placer y de pasión y con movimientos acelerados, pausados. Con contracciones y con presiones, vamos descubriendo las fronteras mismas del universo y conociendo un plano diferente, algo que no se conoce con la mente. Un mundo o un lugar dónde solo ella y yo existimos.

Ella gime cada vez más rápido. Yo tiro cada vez mas veloz. Ella trata de bajar las manos y le ordeno NO. Sostengo sus manos sobre su cabeza y beso su boca. Beso sus pechos. Beso su cuello. Beso su alma. Ella empieza a gritar, a gritar muy fuerte. Pero su grito no es de dolor. Su grito es de placer. Y cuando escucho esos gritos desesperados, mi cuerpo reacciona y penetra más rápido y más fuerte. Y entonces, entre el vaivén de mi cuerpo contra el suyo, una ráfaga tibia y húmeda me abraza y siento como ella va dejando que el placer la desarme y la deje a mi merced. Entonces paro.

Paro en seco. Y veo como ella se contrae al sentir mi cuerpo fuera del suyo. Sonríe. Sonríe mucho y sin parar. Eso me da un gusto tremendo. Una excitación bestial y sin decirle nada, la tomo de las caderas y la pongo boca abajo. Noto como su rostro hace gestos diferentes: felices, dudosos, pícaros, de deseo...

Sostengo sus glúteos. Sus nalgas de deseo. Mis manos las acarician y comienzan a dar palmadas suaves en ellas. Ella deja escapar un pequeño grito ahoga de su garganta y una sonrisa pícara aparece en su boca. Vuelvo a dar una palmada, ahora más fuerte y una mueca de placer reemplaza esa sonrisa que antes reflejaba su boca. Eso me enciende. Me voy recostando sobre su cuerpo, lentamente voy dejando posar mi cuerpo sobre su espalda, y le susurro al oído  tomaré de ti la virginidad... y me pierdo en su derrière.

Choco mis caderas con su glúteos. Penetro lentamente, con suavidad. El dolor es pasajero y pronto el placer comienza a dominarnos. Primero a mi, luego a ella y rápidamente estamos ambos sumergidos en un océano de delicias y deleites. De placeres y de pasión, y nos dejamos llevar a ese universo que no existe para los demás. Tiro con fuerza, ella gime. Me balanceo rápido, salvaje. Ella grita. Grita por que disfruta. Yo gimo, el placer, las sensaciones son distintas. Ella empuja su cuerpo contra el mío. Sus manos esposadas la sostienen en el colchón y su mirada tapada, la hace sentir cosas que no conocía. Pronto se deja vencer por el goce y cae en rendida en la cama. Solo sus dos lunas se mantienen arriba, pegadas a mi. Prendidas en mi, y yo sostengo sus caderas y no las suelto. Las sostengo como si fueran el más preciado tesoro en los 7 mares y me aferro a ellas, como si de eso dependiera mi vida.

Jalar, tirar, jalar, tirar, bailar, danzar, sentir, gozar, disfrutar... compartir.

Y en una explosión de magnitudes espectaculares y sensaciones hilarantes, la supernova en nuestros cuerpos se esparce, se contrae y por fin detonamos como dos estrellas a punto de crear un caos en el universo. 

La cama esta hecha un desastre. La sábana de seda negra, ahora es un manojo de tela suave y oscura en medio de nosotros. Las luces rojas y violetas y azules, se han quedado congeladas. El aire en la habitación es denso. El perfume en el aire es delicado, un suspiro de rosas y lirios que flota en un espacio puro. La lampara blanca esta en el suelo, algo se ha roto en ella pero no nos importa. Las bragas y el sostén de satén negro y encaje plateado y el pantalón de satén negro, permanecen en el suelo, como sombras congeladas, paralizadas por una fuerza superior y por el dios que controla el tiempo. 

Remuevo las esposas de las manos de mi dama. Hay marcas en sus muñecas. Su piel está rosada ahí dónde las muñecas chocaban y la presionaban. Las beso, las beso mucho. Voy recorriendo a besos su cuerpo. Hay sudor en su piel. Hay sudor en mi piel. El sudor es como rocío de madrugada sobre nuestros cuerpos a mil grados. Beso sus brazos, beso sus hombros, beso su cuello y llego a su boca... y con cuidado voy retirando la venda de terciopelo. Ella no abre los ojos, los mantiene cerrados mientras nos besamos. Nos besamos mucho rato. Nos acariciamos, respiramos en el cuello del otro y regresamos a los besos. Ella abre los ojos al terminar nuestro ritual y me mira. Yo la miro. Ambos nos miramos y nos dejamos llevar por el universo en nuestras pupilas, hasta perdernos en las estrellas de nuestra alma...

La habitación ahora esta en silencio. Las luces rojas, violetas y azules se empiezan a apagar y la noche nos observa desde el cielo en nuestra cama desordenada.

Carlos Duarte

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