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miércoles, 25 de junio de 2014

Un Huargo del Norte.



Camino entre bosques cubiertos de hielo.
Senderos de nieve son mis carreteras y los abedules me hacen compañía.
El viento me cuenta secretos.
La tierra me habla en su antigua lengua. Me da consejos.
Los arboles danzan a mi alrededor, guardan silencio.
Me escuchan, meditan y luego me hablan.
A veces soy humano y como tal me mezclo entre los de mi clase.
Vivo, como, hablo, camino y veo como un humano.
Visto, calzo y actúo como uno de ellos.
Pertenezco a su manada y lo disfruto, pues la vida de humano esta llena de placeres.
Pero otras veces, cuando vago entre los bosques de más allá, bajo la luz de las estrellas y las auroras,
no soy más humano.
Mi piel se transforma, se vuelve menuda y peluda y mi visión se agudiza,
veo detalles que como humano no veo.
La luz brilla un poco más, mis oídos se vuelven grandes micrófonos que captan todo,
mi olfato capta hasta el más mínimo aroma en el aire.
Corro con libertad entre las coníferas y los abedules, entre tamarindos y grandes saúcos,
y la nieve me baña con su delicada caricia helada.
El viento se vuelve gélido.
El cielo se convierte en una gran cúpula negra manchada de destellos brillantes.
La tierra se vuelve dura y la sangre de mis venas corre como el agua de un río caudaloso por mi cuerpo.
Como humano, me siento cómodo entre más humanos.
Como huargo, busco la soledad de las montañas y el silencio de los bosques.
El canto del ruiseñor me reconforta y repiqueteo del carpintero me pone curioso.
Aullar me hace recordar mi otra parte.
Me hace recordar que no todo el tiempo puedo ser un huargo,
que debo volver a la monótona vida humana.
Me despido de los gélidos aires de invierno en el bosque de mi mente,
de las copas nevadas de las montañas de oriente,
de los lagos de aguas claras y cristalinas de los valles de Êrezdar,
del castillo del Abismo de Ophir,
el mar Neón de las costas frías de Odal Est.
Mi caminar se hace lento, respiro una vez más el aire puro,
platico una última vez con los árboles,
dejo que el viento me cuente un último secreto
y que la tierra me de un último consejo,
y entonces, solo entonces, avanzo hacia el tempano que me espera en medio del mar.
Dentro lleva una luz azul que me llama.
Mis ojos de un dorado quemado se dejan hipnotizar por aquel bello resplandor, 
y en un arrebato suave, delicado y cálido,
dejo de ser un Huargo del Norte.

Despierto sobre una cama de lana y seda.
Me veo al espejo y en el veo el rostro de un desconocido.
Pero ese desconocido tiene mis ojos,
tiene mi boca y siente lo que yo siento.
Respira lo que yo respiro.
Huele lo que yo huelo.
Es lo que yo soy.
Pues ese desconocido soy yo mismo.

Un Huargo del Norte atrapado en el cuerpo de un Humano del Sur. 



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