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jueves, 7 de noviembre de 2013

Acariciar tu vestido blanco.



Miro las estrellas suspendidas en el cielo,
admirando a la tierra, divisando que hay en el suelo;
una de ellas rasga el lienzo de la noche velozmente,
deja detrás su brillo, y desaparece fugazmente.

Ese brillo, blanco como la luna,
me trae viejos recuerdos,
de cuando surfeaba entre grandes dunas,
de cuando besaba la mano de una dama,
hasta encontrarme con su blanca uña.

Ese brillo estelar, que destella bajo tu mirada,
aquella que me hipnotiza, que me paraliza;
esas ventanas a tu alma,
ese guiño que me desarma.

Todas adornaban tu rostro,
delicado y cariñoso rostro.

Un vestido de blanca textura,
adornaba tu cuerpo,
lo cubría, delicado y con ternura;
lo guardaba, lo preservaba,
lo protege de la cruel desolación.

Y al toparme de nuevo con tu mirada,
veo en ella las galaxias infinitas,
al observar el cosmos resguardado,
siento en mi alma un gozo desbordado.

Tu vestido de blanca seda,
tu coraza de luz celeste,
el cual me sostiene mientras pueda,
ver en tus ojos las locuras de mi mente.

Acariciar tu vestido blanco,
tu armadura que irradia ternura,
tu castillo de perlas brillantes,
ese velo de plumas blancas,
que guardan tu cuerpo de porcelana,
bajo un velo de delicada lana...



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