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martes, 31 de diciembre de 2013

El ladrón de estrellas.


Hoy subí a mi carroza de plata para surcar el universo y recorrer las galaxias.
Era uno de esos días en los que simplemente no esperas nada fuera de lo común.
Un día desprevenido.

Iba recorriendo las hileras de polvo estelar por encima de Urano,
y el azul de ese planeta de gas y agua helada me distrajo un momento.

Habían dos estrellas frente a mi antes de voltear la mirada, eran hermosas: morado era su brillo,
pero cuando levanté de nuevo la mirada, ya no estaban.

Supuso mi mente que lo había imaginado, pues mas a la derecha, habían otras dos estrellas
de brillo morado, pero estas no eran tan deslumbrantes como las anteriores. Se hallaban mas lejos.

Continué mi guardia por esta parte mía del universo, corriendo sobre mi carroza de plata,
y admirando a mis diamantes vivientes titilar en un lienzo incluso mas negro que el mismo ébano.
Había otra estrellas frente a mi, esta era de un brillo rojo carmesí: intenso y precioso, como un rubí.

Junto a mi pasó corriendo un cometa de luz azul: era impresionante y dejaba una estela de polvo blanco
y brillante. Pero cuando alcé de nuevo la vista, la estrella con brillo de rubí ya no estaba.
Había desaparecido, como las otras dos.
Comencé a sospechar. Ya no me distraería.

Fijé la mirada al frente. No la desvié por nada, y debo mencionar que pasaron debajo de mi un par
de sirenas estelares: era como estrellas fugaces, pero a diferencia de estas, iban mas lento y
tenían una cola con un aire acuático, recordaban a los peces del planeta tierra,
incluso eran casi similares a las bestias acuáticas de los mundos no caídos.

Fue entonces cuando vi lo que sucedía: vestía una capa color plata, como mi carroza. Como el brillo de
las estrellas. Llevaba puesta una capucha y un saco se cruzaba por la mitad de su cuerpo en diagonal.
Su rostro: un mar de estrellas sobre un fondo negro.
Su voz: grave y muy baja en tono. Casi siseaba.

Era un ladrón de estrellas y robaba mis mas preciadas joyas.

Accioné la máxima velocidad en mi carroza mágica. Lo alcancé y lo tumbé en una de las lunas
de Júpiter. Cuando estuve frente a él, pude ver en su rostro el universo mismo. No era del todo un ladrón. Era algo así como un médico, un doctor. Un sanador del espacio.

Le exigí me devolviera a las estrellas y me explicara que hacía aquí. Por que buscaba a mis preciosos
diamantes, que nada le habían hecho para ser privadas de ser admiradas.

Él solo contestó que era necesario y que las estrellas nunca se irían. Solo necesitaban un momento para
brillar en su rostro de universo.

No se porqué y tampoco se cómo, pero accedí. Él presionó las estrellas contra su rostro y este tomó un brillo exuberante y hermoso. El universo se desvaneció en esa capucha plateada y en su lugar, un rostro dolorosamente bello y una voz cautivadora y sensual aparecieron. No era lo que esperaba ver. Para nada lo era, en su lugar estaba el rostro femenino de una estrella misma. Y era, debo decir, una estrella hermosa.

Caminó hacia mi. Su rostro: blanco como la nieve. Su piel: tersa como el durazno. Su cabello: tan claro, que casi era plateado. Un rubio plateado. Su ojos: dos lunas grises. Su cuerpo: esculpido a la perfección. Una musa en toda comparación. Su voz: grave y dulce al mismo tiempo. Sensual.
Y me miraba con deseo y respeto al mismo tiempo. Con admiración.

Estuvo muy cerca para este momento. Elevó sus pies del suelo lunar y alcanzó mis labios con los suyos.
Un beso colosal. Me fusioné con ella en ese momento. Una lluvia de estrellas se desató a nuestro alrededor. Cometas, estrellas fugaces, meteoros desintegrando sus cuerpos en la atmósfera de Júpiter, sirenas estelares cantando en los asteriodes que iban y se venían. Una sinfonía única y exquisita.

Cerré los ojos. Me dejé llevar. Solo me deje llevar por esa sensación de plenitud y dulzura plena...

Y cuando los abrí de nuevo, ella no estaba. Se había desintegrado. Solo su manto plateado y una silueta de polvo brillante se aferraban a mi rostro y mis manos.

Pero algo nuevo reinaba en el lienzo negro que es el universo. Algo nuevo y hermoso llenaba ese vacio seco y descolorido en la distancia. Una inmensa y bella estrellas con destellos rojos, morados, blancos y azules se posaba en lo mas alto de una constelación nueva. Su constelación. Era ella dibujada por las estrellas.

Y entonces supe su nombre: Miabella.

El ladrón de estrellas resultó ser mi amor mas grande.

Ahora recorro todos las noches el universo, solo para llegar con ella y contarle cosas mundanas y fusionarme en sus labios...

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