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martes, 29 de abril de 2014

Notas musicales.


Solo tengo polvo en mis huesos.
Hay carbón en mis manos y cenizas en mi cabello.
Silencio. Mi alrededor esta en silencio.
Mi habitación está obscura.
Hay carbón en mis manos.
Hay polvo en mis huesos.
Cenizas en mi boca.
La felicidad se ha vuelto cenizas, y me ahoga la agonía.
Trato de gritar, intento cantar.
Pero no sale nada de mi garganta...
Nada más que silencio.

Enciendo la luz y me lastima los ojos.
La apago.
En la ventana se filtra un resplandor.
La luz es tenue, como la luz plateada de la luna.
Al caminar hacia la ventana, algo choca con mi píe.
Es algo de madera, mediano en consistencia.
Tiene cuerdas y un cuello largo.
Junto a eso, hay una vara que tiene más cuerdas.
Recojo el objeto y lo llevo a la luz: es un violín.

Pero yo no se tocar violines.
Acaricio las cuerdas con los dedos y las mancho.
Tomo el arco con mis manos y lo ensucio.
Todo se contamina con mi tacto.
Retrocedo, no puedo seguir estropeando esto.
Camino hacia atrás: uno, dos, tres pasos y chocó con algo más.
Mis manos tocan algo que se hunde al tacto y un sonido rasga el silencio.
Un sonido agudo y otro grave; y me espanto.
Volteo de improvisto, rápido y miro lo que hay detrás mío.
Es un piano, uno grande y color blanco.
La ventana esta completamente abierta
 y la luz lucha contra la obscuridad dentro de mi habitación.
Delante del piano hay un banco pequeño. Tiene polvo, mucho polvo.
Me siento en él y pongo mis manos sobres las teclas.
Otra vez, vuelvo a manchar las cosas con mis dedos,
y una huella digital queda pegada en la tecla.
Los surcos negros van dejando huellas conforme toco las teclas.
Pero es inútil, por que tampoco se toar el piano.

No se hacer nada de esto.
Mis dones son inútiles con ellos.
Y en medio de mi mediocridad, lloro.
Lloro en silencio.
Mi garganta trata de sacar mi llanto con esfuerzo. No lo logra.
Mis ojos parecen cataratas y la sal de mis lagrimas me quema las mejillas.
Trato de ser fuerte, pero incluso Aquiles tenía un talón débil.
Me desplomo sobre el piano y lo empapo.
Escucho mi respiración.
Las cenizas en mi boca se sienten secas.
La lagrimas en mis ojos queman.
Queman y su ácido me deja ciego.
Mis manos tratan de parar mi llanto y presionan mi cara.
Es un tanto estúpido tratar de impedir que salgan,
pues llevan eras enteras tratando de hacerlo y no se detendrán.

No es hasta que escucho un sonido chirriante, pero hermoso,
que mi llanto se detiene.
Aquél ácido deja de salir y los ojos me arden.
Hay un flujo que me gotea de la nariz.
Hay manchas en mi cara y parece que ríos de negrura rasgaron mi rostro.
La luz se ve opaca en mis ojos mojados, pero logro verlo:
en la ventana, sobre una silueta azul, el violín esta cantando.
Hay alguien, alguien idéntico a mi en imagen, pero diferente en realidad.
Aquel ser que brilla con una luz azul, discierne de la luz de la luna.
Y el violín en sus hombros me hace querer llorar de nuevo,
pero no por tristeza, si no de alegría.
Me hace reír y me devuelve la sonrisa.
Hace una reverencia, con el violín en manos, y sigue tocando.

Me levanto y el desaparece.
El violín se queda flotando, y sigue tocando.
Es mágico y veo mariposas azules volar ahí donde el violín flota.
Las cenizas en mi boca se comienzan a deshacer.
Siento que pronto podré gritar. Podré cantar.
Y de imprevisto, el piano comienza a sonar y volteo:
aquel gemelo mío, ahora esta sentado y con las teclas en la mano.
Sus dedos fluyen como el agua en un río y las notas musicales salen del piano,
como alegres surcos rectos y curvos desde la caja musical.
También hay mariposas, pero estas son negras, y vuelan ahí donde las notas
explotan con energía.
Mis ojos ya no arden.
Mi boca ya no se siente seca.
Mi garganta se ha deshecho de su cárcel y siento deseos de cantar.

Un sin fin de nota musicales comienzan a salir, como vómito,
de mi boca fresca.
Huelen a hierbas y a menta.
Y mi canto, junto con los instrumentos, rompen el silencio.
Yo, mi otro yo y la música iluminamos mi habitación
y las Notas Musicales,
fluyen con emoción.

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